¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

Primera lección de manejo: paciencia, cariño y respeto

Con una buena experiencia en la primera vez que una persona se sienta al volante, lograremos iniciar a un buen conductor en el arte de gobernar su propio vehículo por el resto de su vida. De la pericia del instructor y la responsabilidad del aprendiz depende, en buena parte, que el tránsito ciudadano mejore día a día.

Por El Litoral

Sabado, 27 de enero de 2024 a las 12:18

 

Por José Luis Zampa

En los automóviles con caja manual, pedal de embrague y mecanismos de conducción tradicional no es fácil subirse al volante para salir andando en las primeras veces. Por esa razón, las lecciones de manejo de un padre a un hijo, de un tío a un sobrino o de un instructor a un aprendiz, deben ser sesiones de adaptación durante las cuales, gradualmente, el o la debutante puedan familiarizarse con los comandos para adquirir confianza sin frustrarse en el primer intento.

El tema suele ser recurrente en las familias cuando el adolescente alcanza los 16 o 17 años. La necesidad de conducir forma parte del menú de responsabilidades que una persona activa y con responsabilidades de estudio, laborales o sociales debe desplegar con un mínimo de solvencia para no dejar escapar oportunidades. 

Para muchos es una carga complicada, para otros un desafío atrapante que puede despertar la pasión por los fierros en alguien que -quizás- nació con el “virus” del amor por los autos y se deja llevar con encanto a la butaca izquierda para iniciar un camino de independencia, pues quien conduce su propio vehículo adquiere un nivel de autodeterminación incomparable a la hora de trasladarse.

Pero cuando manejar un auto (o una moto) se transforma en una obligación para quien siente la necesidad de aprender, el proceso se complejiza. Especialmente en países como la Argentina, donde todavía predominan las transmisiones manuales y se debe adquirir ductilidad en un movimiento que después se torna automático: la sincronización entre pie izquierdo (a la hora de soltar el embrague) y pie derecho (cuando, al unísono, debe acelerarse mientras acoplan los engranajes de la primera marcha).

Esa salida desde cero, con el auto detenido, es para la mayoría de los principiantes un drama a vencer. Hay veces en que el instructor sentado a la derecha explica, dos, tres y cuatro veces que el procedimiento es sencillo, pero el conductor novel simplemente suelta el pedal izquierdo demasiado pronto hasta -como de dice en España- que el motor se “jala”. Es decir, se para. Y vuelta a arrancar y vuelta a arrancar.

Vencer ese primer paso es todo un triunfo porque con el auto en movimiento el trámite de subir cambios se torna más sencillo, dado que habrá tiempo para apretar el embrague, engranar segunda, acelerar y recién entonces soltar despacio, con la mayor delicadeza posible, el pedal de la izquierda. Lo mismo sucede con la tercera marcha, con la cuarta y la quinta. Así como con los rebajes, con el detalle de que -quien enseña- deberá advertir al alumno que al momento de frenar no es necesario tocar el embrague a menos que se vaya a frenar a cero.

Quien esto escribe recibió instrucciones de manejo de madre y padre por separado. Mamá en su Fiat 128, papá en su Torino. Eran lecciones diferentes ya que en el Fiat mi madre se atrevía trayectos cortos en zonas periféricas de alguna ciudad satélite de la capital correntina como San Luis del Palmar. En cambio, mi padre, un curtido agricultor propietario de un emprendimiento hortícola, proporcionaba libertad total para acelerar, dibujar trompos y hasta toparse con los baches de los caminos de tierra a velocidades vertiginosas gracias a un detalle que era y sigue siendo una gran ventaja: podíamos practicar en el campo familiar, en caminos cerrados al público.

Las aptitudes que para el manejo se incorporan a la experiencia de un conductor en los ámbitos rurales son un plus que luego se nota en las maniobras más difíciles. Sencillamente, al contar con “carta blanca” para hacer travesuras con el auto el conductor joven ensaya con el mecanismo prueba-error hasta que todo fluye con la naturalidad de quien guía su vehículo por años.

¿Qué pasa si no se cuenta con espacio campestre para las pruebas de manejo? Lo mejor son los caminos vecinales, en horarios que garanticen la ausencia de otros automovilistas, siempre con el freno de mano listo para ser accionado por el instructor.

Las escuelas de manejo son una buena opción cuando no se cuenta con amigos o familiares con paciencia para enseñar, pero lo cierto es que el mejor momento para aprender es la adolescencia. En esa etapa de la vida los conocimientos se absorben como esponja y cuando el conductor que logró dominar las técnicas de conducción desde joven llega a la edad madura, su ductilidad será mayor que la que podremos observar en quienes comenzaron a conducir de grandes.

Finalmente, lo que debe predominar en el instructor es una mezcla de valores sumamente apreciados por todos los que alguna vez enfrentaron el desafío de comenzar a manejar: paciencia, cariño y respeto. Sin insultos. Sin demostraciones de hostilidad y sin ofuscamientos, al cabo de una decena de sesiones lograremos que el alumno alcance el objetivo sin malos recuerdos.

-----------------------------------_---------------------------------

¿Caja automática?

Manejar un auto con transmisión es, en teoría, más fácil. Pero no es tan simple como se piensa. El hecho de que una caja de cambios engrane por sí sola las marchas del vehículo libera al conductor de utilizar el embrague, pero no de la responsabilidad de dosificar la intensidad y la fuerza del pie derecho. Según cómo y cuándo acelere, habrá consecuencias positivas o negativas en la mecánica del vehículo, así como en el ahorro de combustible. Conducir un auto manual o uno automático implican al fin de cuentas el mismo compromiso de conservar la mano derecha, sobrepasar por la izquierda, ceder al paso al que viene por la derecha y respetar las normas de tránsito en todos los sentidos.

Últimas noticias

PUBLICIDAD