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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Ni chicha ni limonada

Cuesta comprobar que el no te metas, es el camino de los cobardes. Y la mirada del caos culpa a todos, menos a él. No solo la falta de valentía, sino la falta de capacidad para evaluar que también es culpable. Porque como ciudadano forma parte de ese Gobierno con sus culpas intactas. 

Arturo Jauretche, ese hombre político con mucho de sociólogo, sentó ideas que fueron preclaras, con palabras cotidianas, de calle, casi de entrecasa, comprensibles y comparables.

Nutrió de principios que lamentablemente hoy, por el consumismo, el ocio desmesurado, el desinterés por las cosas que requieren atención, fueron copiando actitudes, formas de ser que tan bien lo representa al “medio pelo argentino”. El que no se la juega por nada, que siempre se ubica en el medio de las dos extremas actitudes: el no compromiso y la nada de mirar para otro lado.

Como un auténtico “medio pelo argentino”, el expresidente Alberto Fernández, acaba de decirle a Milei que para salvar su cuero no extienda la culpa a los otros. Si mal no recuerdo, era lo que él hacía para justificar lo injustificable.

Como si otros fueron los que gobernaron. “Yo, argentino”; siempre indemne, un ser inocente en el medio del mar embravecido, que las culpas “sin autores” se derrumbaban a cada rato como ríos locamente desbordados.

Mezclamos todas las cosas, ya que “a río revuelto, ganancia de pescador.” Lo loable son los que con actitud de mártires, a sabiendas que un ajuste es un tiro certero, justamente a ellos, clases desposeídas, jubilados, que dieron su preciada voluntad a través del voto masivo porque termine de una buena vez un Gobierno sin Gobierno, y arriesgaron a pesar de ser los directamente afectados. 

Decía Jauretche: “… me he impuesto la tarea de amar todo lo que nace del pueblo, todo lo que llega al pueblo, todo lo que escucha el pueblo.” Y, haciendo un “identikit” del medio pelo, ahondaba:

Es el que disimula la personalidad de otro que no le pertenece: “No es ni fu ni fa”. “Ni chicha ni limonada”. Siempre construyendo una ficción que lo libere de responsabilidades. No está para pensar ni hacer. No piensa ni sabe cómo hacerlo.

Hace tiempo. Hace bastante tiempo, necesitamos alfo mucho mejor, de una buena vez. No podemos ser tan torpes e incapaces. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Asumamos la gravedad de la hora. Hagamos algo, por favor.

El “careta” lisa y llanamente, al que conocemos hace tiempo de todos los días, de siempre, que nunca se comprometió con las responsabilidades, pero siempre subsistiendo a costilla de otros.

Los dichos que se dicen por vez primera y que por ser certeros, la sociedad los graba y adopta constituyen un rosario de sinónimos que alimenta la viveza criolla, pero que se practican a pesar de la crítica porque se transforman lamentablemente en fieles radiografías que completan el álbum del ser argentino.

Los monólogos de Tato Bores, son obras maestras por la verosimilitud que si bien lanzadas como fino y contundente humor, son verdaderas muy a pesar y que nos duelen por ser realmente auténticas a modo de chistes. Pero qué hemos hecho para corregirlas; conforme cada acontecimiento grabado por la historia contemporánea, no ha sido ni son para estar realmente orgullosos.

Les Luthiers, el celebrado grupo argentino de músicos con instrumentos estrafalarios, que recorrieron el mundo exitosamente con sus espectáculos, incorporaron una de las frases que se emparenta con el “medio pelo argentino” de Jauretche: “El que piensa, pierde”.

Porque pensar para los argentinos cuesta trabajo, es “complicado”. Compromete. De lo contrario no construiríamos la historia que supimos conseguir. El delirio total, no imaginado, siempre a la deriva, de repente envueltos en la onda expansiva de la explosión inevitable, otras escapándole raspando.

Contaba el filósofo español, José Luis San Pedro, que “hemos sido educados para no pensar”, porque pensar es peligroso, nos arrebata de nuestro ocio, y justamente nos regala lamentablemente la mediocridad, que tan “medio pelo” de vida tristemente ha forjado para una Argentina desconocida y desguarnecida ante tantos parásitos sueltos, dejada llevar por la ignorancia compulsiva que el no pensar va erosionando.

Hemos bajado, caído tal vez mucho mejor decir, en una mediocridad que se la siente en el aire, en contraste con el aumento desmesurado, exagerado de precios, al que jubilados y pobres caminan por la cornisa de un final cantado.

Hablar con sentido común, acercar temas reales y palpables que hoy vive la sociedad, es complicado, son denominados difíciles. Más que nada, aquellos donde el compromiso nos compete para hacernos cargo de una realidad inusitada, que requiere luminosidad de pensamiento, claridad, inteligencia, sensibilidad, y más que nada real preocupación por los temas que hacen a una persona preocupada por su país. 

Las palabras son compromisos que se establecen cada vez que formulamos una, desde la más endeble hasta a la más jugada. Poner en juego el sentido común, esa meseta donde las cosas tienen su lógica, concreta y muy clara para solucionar entuertos, ese camino fácil de la estupidez que eligen los cómodos: “el medio pelo argentino”.

Ese estado natural de la ignorancia pero mucho más lo es cuando hacemos gala compulsivamente, si realmente es para sentir orgullo.

Otro colectivo de humor donde la política ejercía como siempre todas las ironías para convertirse en sobresalientes humoradas, lo constituyó “La Noticia Rebelde”, que desde su slogan hacían una crítica brillante de este espécimen del “medio pelo argentino”.

Se sintetizaba a sí mismo brillantemente, como “Un aporte más a la confusión general”. Casi igualita a la confusión de hoy que sucede en días con males pendientes que ya son decanos por perseverantes. Con gente que aún sigue beneficiándose con pasillos intrincados de privilegios. Regresos de políticos que son oposición con puestos intermedios, que suenan casi como premios inmerecidos, injustos, estirando la brecha salvo cambios imprevistos, para perdonar las metidas de pata.

“Ni chicha, ni limonada”, marcaba Arturo Jauretche, la indecisión natural del “medio pelo argentino”, por temor a quemarse las manos, por desconocimiento, por actitud, como el mismo lo remarcaba: “No es ni fu ni fa.” 

Salgamos del brete, cumplamos con lo que debamos hacer, resarcir a los argentinos de tantas promesas incumplidas: jubilados, pobreza creciente, salud, bienestar, delincuencia que no se detiene, una diluida visión de optimismo sobre el futuro, porque cuando los sueños mueren nos preparamos para asistir al funeral de los propios, cercenados por las incapacidad política de calentar solamente asientos pero asegurados de cobrar niveles de privilegio. 

Hace tiempo. Hace bastante tiempo, necesitamos algo mucho mejor, de una buena vez. No podemos ser tan torpes e incapaces. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Asumamos la gravedad de la hora. Hagamos algo, por favor.

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Ni chicha ni limonada. Que es lo mismo decir: ni fu ni fa.