“En la educación de los hijos necesariamente hay que ocuparse de nutrirlos de principios rectores que le sirvan para toda la vida”
El hombre, indefectiblemente, debe educarse, porque a diferencia de los animales y plantas, no tiene un código biológico que le marque un comportamiento estable, programado, previsible, estructurado. El hombre es el único ser de la creación que no nace acabado, terminado de ser. El hombre es un ser que se va haciendo a sí mimo.
Dice Jaime Barylko, que “la marca del hombre es la imperfección ...Nace y debe hacerse, construirse, darse una identidad, en síntesis, el hombre debe educarse para que después se vaya haciendo a sí mismo” a partir de contenidos que otros le pusieron a disposición.
Cada uno es su educación y responde a ella, se comporta de acuerdo a ella, y el comportamiento se llama conducta. Actúo según lo que creo y lo que pienso, siempre es una respuesta de mi educación.
Entonces, fácilmente se ve, que el hombre debe educarse y debe educarse desde la cuna, lo que determina que son los padres los primeros y principales educadores de sus hijos.
Y para educar hay que proponerse hacerlo, no podemos criar a nuestros hijos como si fueran animalitos, cuidando solo su alimentación y necesidades básicas.
Desde el comienzo iremos impregnando su vida de costumbres, de conceptos, de disciplina, de creencias y principios.
Principios, que son las ideas madres de lo que creemos y pensamos. Los principios rigen nuestras vidas, porque de acuerdo con ello la orientaremos y desarrollaremos.
Los principios son las brújulas para manejarse en la vida, oscilan según la orientación, según las circunstancias, pero marcando siempre el mismo rumbo.
Son los valores que encauzan todo nuestro hacer, porque desde el pensamiento se determina la acción, el hacer, el comportarse.
Por eso, en la educación de los hijos, hay que comenzar con los valores, porque los valores se hacen realidad sólo y tan sólo a través de la virtud, que es el valor en acto.
En consecuencia, la tarea de educar pasa por dos momentos:
* tener principios (o sea, valores)
* ejecutarlos (convertirlos en acto, en las virtudes)
En los valores se creen, por eso se sostienen desde el intelecto; en cambio las virtudes son valores en cuanto expresión de conducta consolidada; acto, acción, hacer, comportamiento.
Resumen muy bien definido por Abel Albino en su frase “los valores se declaman mientras que las virtudes se encarna, se viven”.
Educación es, entonces, transmisión de valores, de principios y motivación para llevarlos a la práctica, a la vida, a la conducta, al hacer, transformados en vivencia de virtudes.
“Porque las virtudes son explicitaciones de los valores” (Jaime Barylko). Y esto, que es lo sublime del ser humano, está contrarrestado por su antinomia, los desvalores, contravalores, los falsos valores y los vicios, que son las costumbres derivadas de equivocaciones y falsedades en los valores sostenidos por confusión.
Por eso no hay que dejar de plantearse un esbozo mental de los valores y las virtudes para recordarlas y consolidarlas a efecto de transmitirlas con convencimiento y decisión: Dios, el derecho a la vida, la persona, la dignidad humana, el amor a la libertad, etc.
Porque como dice Viktor Frankl: “El hombre que no descubre un sentido a su vida y no lo llena de contenido, ese hombre tiende a acabar consigo mismo”.
(*) Orientadora Familiar