Viernes 26de Abril de 2024CORRIENTES33°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$854,0

Dolar Venta:$894,0

Viernes 26de Abril de 2024CORRIENTES33°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$854,0

Dolar Venta:$894,0

/Ellitoral.com.ar/ Cultura

El delicado encanto de editar

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Por Fernando Abelenda

Especial para El Litoral

Entrevistamos en Radio Unne a la escritora y editora. En la charla recorremos su trabajo como directora de la colección Lector&s y sobre su libro “Lectoras del siglo XIX”, editado por Amperand. 

—“Estaciones” de Carlos Altamirano se presentó en la Biblioteca Nacional en el mes de noviembre. ¿Cómo surgió esto? 

—Surgió hace unos años, en 2016, cuando lo invité a Carlos a formar parte de la Colección Lector&s, que es una colección de ensayos en clave de primera persona, no necesariamente autobiográfica pero sí ensayística, donde el autor o la autora hacen foco en su experiencia personal con la lectura, los libros, las bibliotecas que los marcaron a lo largo de la vida, los maestros, los amigos de lectura en distintas etapas, los períodos de formación, también, la relación con la escritura. Porque todos los “lectores” y las “lectoras” de la colección son escritores, aunque su obra se inscriba en diferentes disciplinas o estilos.   

En ese marco pensé en Carlos, como una figura intelectual de peso que marcó la historia del pensamiento y la literatura argentina, formó parte de la vida cultural y política del país, está en el centro de un circuito importante de intelectuales: la revista Punto de vista, por ejemplo, la cátedra de Pensamiento argentino con Oscar Terán, los grupos de estudio y discípulos que formó en la Universidad de Quilmes. Me pareció que un libro suyo podía ser muy bienvenido entre el público, que su faceta más íntima como lector, como intelectual, podía ser de gran interés para entender la historia de una formación personal y de una trayectoria que se entrelaza con la historia colectiva, a través de lazos personales entre vida, política,  cultura.

—Fernando Abelenda: Ricardo Piglia en El diario de Renzi define a su amigo Carlos Altamirano como un intelectual decidido pero alejado de la ficción literaria. Es muy interesante, porque me parece que “Estaciones” tiene la virtud de mostrar algo distinto a lo que observa Piglia, la dimensión literaria de Carlos A. como escritor. “Estaciones” de alguna manera recrea todo un mundo fascinante en torno a la literatura… 

—Sí, absolutamente. La literatura está muy presente en los ensayos de Carlos Altamirano fue también su materia de estudio durante mucho tiempo, por ejemplo, en trabajos como “Literatura y sociedad”, que escribió junto con Beatriz Sarlo y que dejó una marca fuerte en la crítica literaria. Claro que sus trabajos son también de intervención en el mundo de las ideas, en los cruces entre historia y política, pero la literatura no es ajena a ese mundo ni escapa a su mirada ni a su sensibilidad, creo yo. De hecho, la literatura es parte de su formación académica pero sobre todo de su formación como lector, que es ecléctica, itinerante, curiosa, siempre en busca de “algo más”, eso puede verse o leerse en “Estaciones”, donde se van cruzando las interlocuciones políticas e intelectuales con las amistades literarias, algunas muy especiales como la que tuvo con escritores y poetas como Hugo Gola o Juan José Saer. Entonces, la literatura no podía estar ausente en su escritura, no lo está y este libro lo pone en evidencia. Por otra parte, la colección Lector&s está pensada para dar lugar a diferentes tipos de autores y de autoras. Cuanto más diferentes, mejor, para que esa variedad de escrituras o de modos de conectarse con la lectura pueda iluminar los cruces. ¿Por qué? ¿no pensar entonces a Carlos Altamirano también como un escritor? Hay muchos modos de ser escritor y la lectura abre ese camino y ese deseo, para decirlo con Barthes que reflexionó sobre el asunto. En cuanto a Piglia, justo él que escribió “El último lector” y que en la autobiografía deja ver el peso de sus propias lecturas en su formación, también forma parte del circuito de interlocutores y de amigos cercanos de Altamirano. 

—F.A.: Nosotros estamos muy contentos porque “Estaciones” se presentó como una primicia en la feria del libro de Caá Catí… 

—Eso me pareció lindísimo, hermoso que pudiera “estrenarse” ahí mismo el libro, en la tierra del autor. Porque este es un libro muy personal, en el que Corrientes está presente de una manera entrañable: la madre, el padre, los amigos de infancia están ahí, los recorridos del campo a la ciudad cuando era chico. Corrientes está muy en el corazón de este libro, yo diría que de principio a final. 

—F.A.: Más allá de la experiencia testimonial de su trayectoria como lector que es extraordinaria, también muestra vivencias intelectuales en Corrientes. Vivencias que siempre sólo parecen vivirse en Buenos Aires. Como si la vida intelectual pensando desde el interior siempre estuviera en otra parte. Como si aceptáramos que la vida está en otra parte como el libro de Milan Kundera. “Estaciones” muestra que esas vivencias también se vivían acá… 

—Las personas siempre queremos estar en otra parte, ¿no?, se entiende esa sensación. Y se entiende también, en nuestro país, en alguien que nació en provincias y tiene a Buenos Aires en la mira o como un punto de llegada. O de pasada, al menos, una ciudad adonde ir a buscar el movimiento cultural, literario, político. Pero en el libro de Carlos lo más interesante es ese ir y volver de una parte a la otra. Hay una vida de adulto que transcurre en Buenos Aires, pero también están la infancia y la juventud correntina que lo marcaron a fuego. A la infancia se vuelve siempre, ya lo sabemos. Y la suya es una infancia donde hay juegos y también hay libros, hay lecturas, hay otras lenguas que suenan en los oídos. Todo eso es la trama que fortalece una sensibilidad política y literaria después. Con todo eso se hace un intelectual y Altamirano en este libro se pregunta precisamente eso: ¿qué es un intelectual?, y trata de buscar respuestas observando su propia vida. Qué relación establece un intelectual con el mundo y con los libros y con la historia y con la gente que lo rodea y cómo todo eso se conjuga con su propia vida. Y otra vez, lo interesante es cómo se conecta todo eso con los orígenes, con la propia infancia, también, una época de la vida que asoma en casi todos los libros de la colección, de diferentes maneras. La infancia es un punto de anclaje fuerte en la memoria de los escritores.  

—Carlos Lezcano: Como en el caso de Carlos … 

—Sí, claro. Carlos empieza el libro precisamente por ahí y lo empieza de un modo muy entrañable, creo yo. Como si hubiera una matriz en la infancia, y no es casual que use esta palabra porque aparece en el libro la figura de la madre en las primeras páginas. La madre fue maestra rural en Corrientes y fue también su maestra personal. El padre, en cambio, era un autodidacta y fue otra figura que lo influyó muchísimo en el plano intelectual, una especie de mentor o de guía que marcó el amor por el saber, lo animó a la lectura y al estudio. En cuanto empieza a ir al colegio, cuenta Carlos que pasaba una parte de la semana en el campo y otra en la ciudad. En ese ir y venir, que es un ir y venir entre la madre y el padre, como decía, aparecen las otras voces que él va a escuchar también y a recordar para siempre: las voces de los compañeros de clase que hablan en guaraní, por ejemplo, y que abren una suerte de zona de contacto o de fronteras con un espacio que él va palpando y que lo marcó profundamente. A esa zona de los recuerdos vuelve Altamirano en este libro y a lo largo de su vida. 

—C.L.: ¿De qué se trata y quiénes son los otros autores de la colección?

—Hasta ahora llevamos publicados nueve títulos. Los autores y autoras que ya forman la colección Lector&s son Noé Jitrik, Gastón Burucúa, Daniel Link, Sylvia Molloy. Después salieron los libros de Alan Pauls, Jorge Monteleone, Edgardo Cozarinsky, el de Carlos Altamirano salió en septiembre pasado. Y el último libro publicado de este año, acaba de salir, es el de Margo Glantz, que proyecta la colección en una órbita latinoamericana también. Como decía antes, la idea es que sea bien diversificada la propuesta o el arco de autores y de autoras del catálogo, para que pueda realizar cierta idea amplia de la lectura como una práctica a la vez individual y social, histórica, pero inscripta en la vida particular de los lectores y las lectoras. La idea es que la colección sea un friso de lecturas y de experiencias de lectura y escritura, que muestre la consistencia histórica de esta práctica a través de múltiples historias, estilos y perfiles particulares.  

También que los ensayos nos hagan reflexionar sobre cómo leemos, dónde, cuándo, en qué circunstancias la lectura participa de nuestras vidas, cómo nos formamos como lectores/as, cómo impactan los libros en nuestra vida, en nuestras pasiones, en nuestro mundo emocional, en nuestro mundo intelectual. Incluso el contraste entre la lectura y la no lectura, eso también me parece interesante abordar. Así que este es más o menos el escenario, el programa de esta colección y por eso la idea es sumar una variedad lo más amplia posible de autores/as que no respondan estrictamente a un campo disciplinario sino, al contrario, la idea es publicar libros de escritores de ficción, de filósofos, narradores, historiadores, artistas, ensayistas, escritores más teóricos o cuya obra tiene un impacto más académico o teórico, si se quiere, como puede ser el caso de Daniel Link, de Sylvia Molloy, de Noé Jitrik. 

—C.L.: ¿Cómo hiciste como editora para trabajar con ellos? ¿Cómo es ese trabajo? 

—Voy aprendiendo al hacerlo, me interesan los procesos de escritura y me gusta estar cerca del trabajo de otros escritores. Yo no soy editora de carrera, ni es mi profesión. Soy escritora e investigadora y trabajo desde hace muchos años en la Universidad y en Conicet, o sea que tengo una carrera académica y una vocación literaria. Esta colección está inspirada en los temas de mi especialización, pero también en mi interés por la literatura: la lectura, la autoría, los públicos, las bibliotecas, las lectoras son todos conceptos que estudié durante mucho tiempo y me dieron la idea para esta colección. Así que trabajo con mucho entusiasmo y en continuidad con esas otras cosas que hago en otros ámbitos. Con los autores y autoras trato de mantener un intercambio abierto, una proximidad. A muchos los conozco, los leí, los admiro y es un honor tenerlos en el catálogo.  

Por otra parte, como son libros que se escriben por encargo, la aceptación depende de muchas cosas, no sólo de las ganas sino del proyecto en el que están embarcados los autores cuando los invito, en fin, de una variedad de cosas depende. En el caso de Carlos hubo que convencerlo, sí. O más bien hubo que esperarlo. No estaba en su plan este libro y por ahí escribir algo de corte más personal lo asustó un poco al principio, lo intimidó. Pero también le gustó. El cuenta en el libro que se sintió forzado a preguntarse ¿en calidad de qué tenía que escribir él un libro así? Se lo preguntó, se lo contestó. De mi parte, la clave fue saber esperar, no insistir a destiempo. Esperar que madurara la idea, las ganas, la decisión. Y acompañar.   

En otros casos, con otros autores también hay diálogos, un ida y vuelta permanente con la obra mientras el autor o la autora van escribiendo o bien al final. Eso depende de cada uno, es muy personal. Hay gente que te entrega el libro cuando está terminando y entonces trabajamos juntos en la etapa final. Otros prefieren el diálogo y la lectura compartida mientras van avanzando con el libro. En cualquier caso, a mí me parece que hace falta cierta empatía para editar un libro de este tipo, cierta afinidad con la escritura del otro para que el trabajo se expanda. También hay un equipo de trabajo en Ampersand, de editores y correctores que son fundamentales: Diego Erlan es el coordinador editorial, Ana Mosqueda, la directora, también trabaja personalmente en la edición. Hay todo un equipo detrás que hace lo suyo y es muy importante. 

—C.L.: Tu libro, específicamente, que habla de lectoras del siglo XIX ¿Podés contarnos cómo trabajaste ese libro y cómo eran las lectores del siglo XIX? 

—Lectoras del siglo XIX. Imaginarios y prácticas en la Argentina, así se llama el libro y está dedicado completamente a las lectoras del XIX, un siglo en el cual el público se está constituyendo como tal en nuestro país. Y las prácticas de lectura varían, son más elitistas o populares, por ejemplo, depende del momento de la época en el que nos paremos. A comienzos de siglo, el mundo de la lectura y sus protagonistas es completamente elitista, la cantidad de lectores y de lectoras es muy acotado, prácticamente encontramos a esos lectores entre las sociabilidades literarias o letradas, muchos son escritores. Hay grandes personajes en la primera mitad del XIX, como Sarmiento, Echeverría, Mármol, Juan María Gutiérrez, Alberdi. Pero en ese entramado, alrededor suyo también hay mujeres letradas, ilustradas, lectoras que a veces son escritoras, famosas o no, pero destacadas en ciertos círculos y reconocidas como “mujeres excepcionales” que frecuentan bibliotecas y escriben, también. Entre ellas están Mariquita Sánchez, Juana Manso, Juana Manuela Gorriti, por nombrarte algunas figuras más conocidas. También hay lectoras en las clases populares: gauchas gaceteras y mujeres vinculadas al mundo de la política, que leen los diarios y están al tanto de las noticias y las ideas de su tiempo: Guadalupe Cuenca, por ejemplo, que fue la mujer de Mariano Moreno, o Encarnación Ezcurra, que en las cartas le pasa el parte de lo que dicen los periódicos a su esposo, Juan Manuel de Rosas, cuando él se va a la frontera.  

—C.L. ¿Y había publicaciones para mujeres entonces? 

—Si nos corremos hacia el último cuarto del siglo, nos encontramos ya con un despliegue enorme de publicaciones periódicas dedicadas al público femenino, porque es una época donde el lectorado se amplió y se diversificó y las mujeres son consumidoras de productos culturales, de libros, de revistas, de periódicos. Son consumidoras y también productoras. La prensa del período apuesta a ese público nuevo que formaría parte, no digamos del “mercado”, que es una realidad más moderna, pero sí de las mercancías culturales que circulaban en Buenos Aires por entonces. En esta época las mujeres también son escritoras o publicistas reconocidas, ya no tan  “excepcionales”, no tan extraordinarias. 

En el libro yo voy recorriendo las prácticas de lectura y las configuraciones de la mujer lectora en diferentes épocas y escenarios, lo hago a partir de tres coordenadas o tipologías que intentan explorar el largo siglo XIX hasta entrar en el XX: las lectoras del periódico, las lectoras de cartas y las lectoras de novelas. Para analizarlas no trabajo solamente con fuentes literarias sino también con representaciones artísticas, con pinturas, sobre todo, y también con las primeras películas del cine nacional que pusieron en escena algunos clásicos de la literatura. Por ejemplo, Amalia de José Mármol, una novela donde la protagonista es una mujer lectora. Esa competencia la lleva a involucrarse en la vida política casi sin pensarlo o sin proponérselo, porque se enamora de un opositor al gobierno de Rosas que está conspirando secretamente contra él y ese amor, que implica entendimiento intelectual, amoroso, gustos literarios comunes, también, la va comprometiendo a ella políticamente. Ahí aparece la idea romántica de la lectura como ideal civilizador y progresista que, sin embargo, resulta peligrosa para las mujeres en una época de fuerte politización. Por eso la lectura femenina depara un dilema a los románticos. El libro va recorriendo ese período pero también el antes y el después, los comienzos del siglo XIX, la época revolucionaria y los finales que se articulan con otros ideales modernizadores que se reeditan desde 1880 en adelante.  

¿Te gustó la nota?

Ocurrió un error