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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El único anhelo es volver a refinanciar

Un país endeudado, tristemente acostumbrado a vivir fuera de sus posibilidades, caminando casi siempre en el filo de la cornisa, dirime cuestiones electorales mientras no logra salir del círculo vicioso de un gasto estatal desproporcionado.

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

 

El derrotero que muestra la interminable secuencia de comicios a lo largo del año es abrumador y sólo agrega una angustia adicional a las tantas penurias propias de la época, brindando una perspectiva poco alentadora.

Todos saben que hay que sostener el funcionamiento de las instituciones republicanas de cualquier manera. Existe suficiente consenso sobre esto, pero también se asume que esta dinámica democrática interfiere a la hora de resolver problemas que se dilatan por los ritmos típicos de la política.

La llegada de soluciones consistentes quedará nuevamente postergada hasta nuevo aviso. Las prioridades ahora las tienen las urnas y la atención estará puesta en un calendario cargado que requiere mucha concentración.

Mientras tanto, la sociedad espera mansamente que el “show” electoral y su habitual folclore culmine cuanto antes para poder exigirle a sus dirigentes que se ocupen de aquello que deliberadamente, dejaron pendiente. Al final de este intrincado proceso, entretenido para muchos y despreciable para la inmensa mayoría, los problemas estarán de nuevo ahí, en el mismo lugar que antes, probablemente empeorados por el paso de los meses.

La Nación enfrenta muchos dilemas. Muchos de ellos están descartados en la agenda por el marcado interés de la política en posponer cualquier intento de mejora ya que nadie demanda con vehemencia esas reformas.

Pero los asuntos económicos no saben de treguas. Algunos instrumentos artificiales consiguen aplazar ciertos efectos, pero no por un lapso tan prolongado. Por otro lado, esa dilación no es gratuita y tiene derivaciones.

El nivel de endeudamiento actual es no sólo preocupante, sino que se ha convertido en un agravante considerable para la ya instalada “bomba de tiempo” que el país supo conseguir a lo largo de décadas de imprudencias.

Los compromisos que ha contraído este Gobierno nacional para el 2019 ya son, en si mismos, muy difíciles de cumplir. Pocos prestan suficiente atención a esos alarmantes números que comprometen presente y futuro.

Los principales actores económicos, pese a sus gigantes prevenciones e inmensas dudas, apuestan a que las necesidades del oficialismo, lo obliguen a mitigar impactos y administrar el corto plazo con astucia. Pero todos coinciden que una vez superado el turno de octubre, quien eventualmente triunfe, cualquiera sea, tendrá que lidiar con un escenario aterrador, repleto de abultados vencimientos virtualmente impagables.

Las cifras son escandalosas e inquietantes. Ningún economista serio cree que se pueda cumplimentar con semejante despropósito dadas las variables más relevantes que no indican, para nada, señales de optimismo.

Tanto en el último tramo de este año como en los dos subsiguientes se deberá cancelar empréstitos con montos inalcanzables para la marcha de la economía. Sin un panorama de crecimiento sustentable, mantener el estatus de semejante nivel deuda parece una ilusión inalcanzable.

En ese contexto, la máxima aspiración será refinanciar lo que se pueda. Sentarse con los acreedores y evitar la reedición de un default con aplaudidores seriales parece ser el mayor anhelo con el que se puede soñar. Los políticos globales seguramente, harán lo imposible para que esa renegociación suceda del modo más amigable posible. No lo harán por mera caridad, o sólo para mostrar gestos diferentes, sino por necesidad propia.

Es inexplicable como han caído nuevamente en la trampa de siempre de financiar retorcidas aventuras políticas. Siguen sin comprender que no hay alquimias posibles cuando no hay un rumbo definido y un proyecto sensato.

Lo cierto es que otra vez les salió mal, demasiado mal. No sólo les ocurrió a los que prestan, que tendrán que dar explicaciones a los ciudadanos del mundo desarrollado de como arriesgaron su dinero con tantos malos antecedentes, sino también a los que pidieron ayuda en la emergencia.

La gente responsabiliza al Gobierno por esta impericia, y tiene razón, pero omite un detalle relevante. Es la sociedad la que no quiere ajustarse el cinturón, la que aborrece las políticas de shock y la que prefiere cualquier cosa a pagar los platos rotos de sus pésimas decisiones. Los que pidieron prestado apelaron a esa alternativa porque no tuvieron el coraje de hablarle a los ciudadanos y explicarles la situación, poner a todos frente a la disyuntiva real para decidir en conjunto el camino a recorrer.

Ellos hicieron la mas fácil, evitaron asumir los costos políticos de los imprescindibles recortes y ganaron tiempo. Fueron optimistas y compraron el espejismo del crecimiento mágico, ese que compensaría todos los desfasajes. Eso no ocurrió. Jamás existió chance alguna de que suceda.

Pero también hubo una complicidad cívica, silenciosa, igualmente patética y muy cínica, que pretendía que la fiesta continúe para disfrutar un poco más del derroche y luego poder culpar a los conductores de la coyuntura.

Es un poco tarde para lamentarse. Queda poco para completar este mandato. Habrá que decidir con la información disponible, pero sabiendo que, en el mejor de los casos, lo que vendrá será una negociación complicada, sólo para volver a postergarlo todo.

Alguna vez se harán los deberes y esto dejará de ser una carga. Mientras tanto hay que hacerse cargo de la parte que le toca a cada uno. Los que gobiernan tienen las máximas responsabilidades, pero la gente no puede mirar al costado como si sus ideas y consignas cotidianas no influyeran.

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