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Si tan sólo nos diéramos cuenta

Por Leticia Oraisón de Turpín

Especial para El Litoral

Según el diccionario, “parábola: es la narración de un hecho imaginario del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral”.

Pues bien, hoy quiero recordar la parábola del hijo pródigo que Jesús empleó para hacernos conocer y sentir el Amor (con mayúsculas) que nos tiene Dios a todos los hombres del mundo. 

Notablemente se trata de dos hijos con diferente comportamiento, uno obediente y trabajador y el otro díscolo y desaprensivo, que pide su herencia y se aleja a malgastarla disipadamente. Cuando toca fondo vuelve, por necesidad más que por amor y cuando está llegando con un discurso preparado para disculparse, su padre, que lo ve de lejos, corre a su encuentro, lo abraza y le devuelve su jerarquía de hijo según las costumbres de esa época, y ordena una gran fiesta en su honor. El otro hijo, al volver de trabajar y enterarse de lo sucedido, se enoja y no quiere entrar a la fiesta. Y es nuevamente el padre quién sale y le “ruega” que lo haga, para que participe también él, de su alegría, que era desbordante por haber recuperado a ese hijo que creía perdido.

Todos estamos representados en esta narración, todos somos, más o menos egoístas, consentidos; los dos hijos ejemplifican nuestras reacciones, los dos hijos son ingratos con el padre, que generosamente se brinda a ambos.

No hay un modelo de hijo perfecto, porque el “bueno” saca a relucir como condecoración propia, su proceder de hijo obediente. Es también egoísta y se compara, sintiéndose superior al hermano y poco reconocido por su progenitor.

Entonces, uno es egoísta y díscolo y el otro falso, celoso y también egoísta, porque es capaz de reclamar al padre por su buen proceder.

Pero por encima de esos hijos está el Amor incondicional y envolvente de ese padre que ama a ambos y disculpa sus diversos errores, sin importarle ni calificarlos como tales, porque su mirada es más amplia y generosa que los reclamos que recibe en distintos momentos de los hechos. En realidad los hijos sólo saben reclamar y el padre en cambio, solo sabe amar.

Allí con esa parábola del hijo pródigo, Jesús explicaba a los judíos de su tiempo y nos sigue enseñando al mundo entero, lo que significa y cómo se manifiesta el Amor de Dios por los hombres de toda condición, raza o creencia y cuál es la mezquina respuesta que muchas veces le damos.

El padre es siempre el mismo, el único que puede querernos a pesar de nuestras equivocaciones y nuestra poquedad y aunque queramos negarnos a reconocerlo, El está siempre a nuestro lado, abriendo sus brazos para abrazarnos, porque nos ama apasionadamente, y sólo espera que nos demos cuenta y regresemos a El. 

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