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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Sobre la diversidad y el ritual en el arte correntino

Artista visual nacido en Sauce, Blas Aparecido dialoga en esta entrevista sobre su producción que entrecruza lenguajes, temporalidades y técnicas y realiza apropiaciones en clave kitsch-camp de iconografías divinas y prácticas de vinculación con lo sagrado. Habla de la relación de  su obra con el ritual y la exploración de identidades diversas y la espiritualidad más allá de los dogmas.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Por Cleopatra Barrios

Especial para El Litoral

Blas Aparecido irrumpe en la escena de las artes visuales de la región con la muestra titulada “Yo creo, no me preguntes más porque no sé”, expuesta en julio de 2016 en el espacio Arqom de Resistencia, Chaco. La propuesta formó parte de un itinerario alternativo dentro de la agenda cultural de la capital chaqueña cargada de actividades ligadas a la Bienal Internacional de Esculturas. En la ocasión el artista visual y diseñador gráfico correntino exhibió más de 30 objetos-instalaciones entre los que se incluían tapices luminosos, piezas textiles, caja-libros, cajas vitrales, lámparas recicladas y altares-repisas consagrados a la iconografía de santos populares argentinos, advocaciones marianas, deidades africanas y orientales en el cruce con formas y materiales del consumo, la moda, la publicidad y el marketing.  

Luego el artista presentó “El livingcito de Blas Aparecido” (2017, en La Pépinière, Corrientes); “El libro de las invocaciones de Blas Aparecido” (2019, en El Quiosquito, Resistencia) –reeditado recientemente en Sauce–. También participó en el Primer Mercado de Arte de Corrientes (mayo de 2019) y hasta noviembre próximo sus obras pueden verse junto a la de otros 50 artistas del país en la exposición “La marca original: arte argentino”, en el Centro Cultural Kirchner en Buenos Aires.

La producción de Aparecido actualiza imágenes de infancia en su Sauce natal; recupera la experiencia de sus primeras exposiciones durante su residencia en Capital Federal a principios de los años 2000; y más una década de investigación y registros de altares en distintas ciudades. Su proyecto vigoriza las relaciones entre arte y prácticas votivas trabajadas por varios exponentes del arte correntino y argentino –entre ellos resalta la influencia de la obra de Mati Obregón, también nacida en Sauce, y las instalaciones de Sergio Gravier- y, a su vez, plantea otras visiones que tensionan las vinculaciones entre arte y artesanía; lo popular y lo masivo; la diversidad sexo-genérica y la religión; lo sagrado y lo profano; la religión y la espiritualidad.

Aparecido construye ensamblajes caracterizados por un minucioso trabajo de bordado artesanal mixturado con serigrafías, parches de crochet, apliques con fragmentos de oraciones, canciones y otras alusiones al lenguaje vernáculo. Al tiempo que reutiliza objetos diversos en desuso también “abraza” e “ilumina” santitos y estampitas desechados. Así las obras se conciben como un lugar de cuidado y dedicación ofrendada a las divinidades: se cuentan desde la Difunta Correa, Gilda, El Corazón de Jesús, la Virgen de Itatí,  Nuestra Señora de la Aparecida, Yemanjá, hasta el Gauchito Gil, Buda o Ganesha. 

En esta entrevista el artista habla de su conexión con la Virgen Aparecida, el Gauchito Gil; las imágenes del culto a los difuntos, el monte y las luciérnagas de su ciudad de origen. También define al bordado como un ritual y espacio de canalización de energías. Cuenta cómo se apropia de esa práctica, heredada del seno doméstico y de las mujeres de su familia, pero desde un gesto de reivindicación de la diversidad sexo-genérica identitaria. Además, narra los modos en que en el hilado de canutillos, mostacillas y foquitos incandescentes habitan las huellas del exceso, el barroco popular, las fiestas de los santos populares y los carnavales correntinos.

—¿Por qué Aparecido?

—Cuando era muy joven viajaba con mi familia a Brasil de vacaciones. Habré tenido 10 u 11 años cuando encontré en la playa una virgencita Aparecida que es una virgen negra, de las 27 que hay en el mundo. Es hermosa y tiene una historia muy interesante: es proveedora de fe y de alimentos, Patrona de Brasilia. La rescaté y a partir de ahí empecé a hablarle, a conectarme con ella. Luego experimento lo que se llama sesgos de la percepción y comienzo a re-direccionar la mirada y a encontrar y rescatar más imágenes. No veo muchas estatuillas de vírgenes o de santos pero sí estampitas, crucifijos o pedazos de rosarios y, especialmente, iconografías de Nuestra Señora Aparecida. De allí, se me ocurrió bautizarme con su nombre. Desde entonces soy Aparecido.

—¿Cuál fue tu primera experiencia con los altares o la práctica devocional que atraviesa toda tu obra?

—Soy de Sauce, Corrientes y me crié prácticamente en el campo de mi familia, de mi abuelo Julián Toriggino. En ese campo, ubicado en la sección rural de Cañaditas, funcionaba un Registro Civil y una tía abuela mía, Haydée Toriggino, era la Jueza de Paz. Mi infancia transcurrió allí. Interactuando con la gente de la zona recuerdo que dos hijos de los peones o, quizá eran del capataz, fueron a la Guerra de Malvinas y no volvieron. Les construyeron un altar en memoria de esos soldados y el altar fue creciendo. Primero fue un altar para recordarlos y después se fueron sumando otras imágenes como de la Virgen de Itatí y del Gauchito Gil. Desde ahí también observaba, sin racionalizarlo, esa contradicción y los contrastes entre lo católico dogmático y las apropiaciones populares. También allí estaba esa cosa ritualista que implicaba prenderle verlas a los difuntos y a los santos, cambiarle el agua y las flores. Todo eso me atrajo.

En el campo no había muchas actividades ni muchos juguetes para chicos de mi edad como para poder hacer cosas más infantiles; entonces me sentía llamado, atraído a practicar y vivenciar el ritual.

—En el montaje de tu obra hay un amontonamiento de cosas que, obviamente es deliberado ¿no?

—Es así. Si tuviera que ubicarme en un estilo, me identifico con el kitsch. En la base está principio de la acumulación y también la vinculación con lo devocionario, el gesto de la entrega, de poner una cosa y luego otra, como un proceso que no se ajusta a un academicismo previo. Se trata de una experiencia que nace de uno, que no requiere un conocimiento precedente o, al menos, no un patrón rígido a seguir para fabricar un altar. Uno lo hace y le va agregando cosas. Pone algo que es significativo o que está emocionalmente vinculado a un recuerdo, a un pedido, una promesa cumplida, un agradecimiento. Eso finalmente toma forma de una montaña o un tótem más que un altar.

—Sauce queda cerca del santuario del Gaucho Gil en Mercedes. ¿Lo visitaste? ¿Cómo se relaciona tu obra con el ritual y las prácticas devocionarias ligadas a este santo popular?

—Soy promesero del Gauchito Gil. Desde chico iba con mi familia todos los domingos a misa a la mañana y, a la vez, los ocho de enero viajábamos a cumplir con el Gauchito. Entonces, el santuario no era lo que es ahora pero ya entonces podía ver en la práctica devocionaria cómo los gauchos escribían el agradecimiento, o el pedido, o quizá otra cosa porque no leía qué era, pero lo escribían en un papelito y se lo ofrendaban. También dejaban plata, un billete enrollado a modo de un rulito, que lo metían en un huequito de la pared de ladrillo que resguardaba el altar.

La gente por ahí sacaba ese dinero. Nosotros íbamos escandalizados a contarles a nuestros padres que le robaban al Gauchito. Pero bueno, esa práctica también tenía su sentido en un proceso cíclico, de aquello que va y también vuelve.

—Es un santuario y sin embargo se saca el dinero ¿no?

—Exactamente. En relación a esto en Arqom expuse una instalación de intenciones dedicada al Gauchito. Tenía un montón de billetes de $2 para regalar y un cartelito que decía que los podían llevar pero si escribían en ellos una buena intención y que cuando salga una próxima transacción comercial giren el billete. Esto estaba inspirado en el concepto de circulación.

—¿Cómo surgen tus camperas dedicadas al Gaucho Gil y a otras divinidades intervenidas con bordados? ¿Qué sentidos condensan?

—Las camperas son objetos devocionarios portables. El bordado y los apliques son un poco exagerados porque remiten a una actitud carnestolenda y festiva. La letra del chamamé “Me llaman el campiriño” lo define muy bien. Habla del gaucho que viste muy caté y que tiene su cintillo bordado. Es eso, llevar puesta, inscripta en la vestimenta y el cuerpo la devoción. En la fiesta del Gauchito hay gente que se viste de gala y tiene en el atuendo un gaucho bordado hermoso; hay unas flores, unas rosas en particular que son típicas del bordado gauchesco. Yo bordo con elementos reciclados también con cosas no recicladas, con materiales muy vinculados al carnaval.

—Sos diseñador gráfico. ¿Cómo se relaciona esa indumentaria o tus objetos intervenidos con el diseño?

—Un buen ejemplo es un tributo, un altar dedicado la Difunta Correa que tiene incrustado unas botellitas y también una estampa de una remera que dice “Enjoy, Jesus Christ” que incorpora a tipografía de una gaseosa muy conocida y está presente el aspecto del diseño. En moda se lo conoce como fastfashion que alude a la moda rápida. Ese concepto también está vinculado a las obras. También conlleva mucha acumulación, lo que llamo el frenesí de expresión y del sentir.

—¿Cuál es la relación entre el bordado y la espiritualidad? ¿Depositás algo en esa práctica del bordar?

—Hay una conexión y es una práctica ritual. Trabajo conceptos espirituales por sobre los conceptos religiosos. En el marco de los sistemas de creencias existentes y sus apropiaciones, considero que la institucionalización ajusta mucho los criterios y condiciona la propagación de la fe.

Defiendo que cada uno pueda ser libre de creer en lo que quiera. Siento que no necesitamos que una iglesia –perdón por la sinceridad– avale la adoración a una imagen o la identificación con una idea. Considero que se trata más de trabajar la comunión con los santos y en mi bordado hay ese trabajo. Es como ejecutar un rezo. Cuando bordo vivo una experiencia espiritual y deposito en cada punto como una intención o algo positivo. También se produce entalpía, que es un proceso de liberación, absorción y traspaso de energía al objeto. Esto además se vincula a las instancias en que rescato la imagen de un santo tirada, abandonada en la calle, toda ajada que se vuelve a valorizar cuando le bordo unas lentejuelas y repito una especie un rezo, que se asocia  más a la meditación, es un ejercicio por el cual traslado pensamientos positivos y buenos a la imagen.

—En una muestra presentaste un altar de caja vitral cuyo centro lo ocupaba la imagen de Virgen de Itatí, a su vez, rodeada por un monte verde luminoso ¿Por qué la relación entre espiritualidad y naturaleza? ¿Incidió en estas imágenes tu pasaje por el budismo?

—Sí, indagué diversos sistemas religiosos. Al budismo lo exploré hasta que me condicionó la institución a la que había acudir para rezar y recibir el Gohonzon, que es la representación asimilable quizá al altar que se utiliza para rezar a Buda oficialmente. No me quise ajustar a esta estructura pero sí rescato la meditación. Y la naturaleza siempre está presente en mí. Tengo anclajes muy fuertes en los paisajes del campo de mi infancia. En particular, la obra que mencionan tiene lucecitas del tipo utilizado para las navidades que son intermitentes. Esas luces en mi experiencia están asociadas con los vuelos de las luciérnagas, los isondúes, en el campo. Ahora casi no se ven, pero cuando era chico -hace 40 años atrás- se veían muchas y esa presencia de luces que se prendían y apagaban, era encantadora. Además mi abuela me decía que eran hadas. Entonces, toda esa poética y todo ese frenesí, esa acumulación kitsch está en el altar de la virgencita de Itatí que, además, está en el monte, en la frondosidad del monte. Aunque en Sauce hay mucho monte de espinillar, también hay frondosidad y es esa magia, esa luminiscencia natural la que el kitsch revela.

—Lo que hacés representa la espiritualidad del correntino y el mundo rural, ¿cómo te llega la ciudad?

—Como dicen que uno no es profeta en su tierra, viví hasta los 16 años en Sauce y me vine a Corrientes. Estudié cuatro años Diseño y la necesidad de explorar hizo que me vaya un poco más lejos. Cuando terminé la carrera acá me fui a Buenos Aires a trabajar y seguir estudiando. Fue una etapa de descubrimiento. En la gran ciudad empecé a realizar un registro de manifestaciones místicas urbanas. Como tengo una hermana que vive en Temperley, viajaba un tramo en tren y otro tramo caminando. En ese camino empecé el registro de las hornacinas de esos nichos que tienen el santo del hogar y de las imágenes de las vírgenes en las puertas de las casas. En Buenos Aires no encontraba esto pero en Palermo había un altarcito al Gauchito Gil que a mí me gustaba mucho. Tenía unos zapatos de tango rojo y siempre tenía una botella de vino. Me llamó la atención la producción de Sergio Gravier, un artista que hacía altares en la vía pública.

Esa experiencia urbana me trajo de nuevo y acá comencé un relevamiento un poco más exhaustivo. Registré muchos hogares que tienen un altar en su vereda, en el costado o en la puerta en torno la que realizan las festividades y además albergan la fusión: un Gauchito Gil con una virgen cristiana.

Me gusta mucho también la virgen Stella Maris, deidad del agua, y la asocio con Yemanjá que es africana y diosa del mar. Las imagino haciendo esquí acuático en el río Paraná y las recreo desde la hermandad en el espíritu, sin divisiones.

—Tu producción también conecta la imaginería de devoción popular con la de los superhéroes, ¿por qué?

—Tengo una obra con la Virgen del Valle de Catamarca que se relaciona con la iconografía de la Mujer Maravilla y de ella sale un globito de diálogo en el que le dice “soy tu amiga”. Sí, esas representaciones se vinculan con lo infantil, tienen un anclaje en mi infancia y las presento como expresión no corrompida.

—No es un gesto irónico, sino más bien inocente.

—Sí, inocente o a veces puede llegar a ser irónico porque tengo algunos santos resignificados. Tengo un Jesús Misericordioso al que le reemplacé sus haces luminosos violetas y celestes por un arcoiris de luces; o algunas representaciones de Jesús más ligadas a la sexualidad. Tal vez en algunas obras haya ironía. De cualquier modo, siempre trato a las imágenes con mucho cariño.

—La exploración de esa dimensión de la sexualidad era más clara en la muestra “El livingcito...”  porque nos disponía a ingresar a un espacio de tu intimidad donde, entre altares,  repisas, mesitas con carpetitas de crochet, también exponías tus libros, discos, fotografías familiares y confesiones alusivas a la diversidad de género y el bordado.

—Sí, mis abuelas bordaban cosas hermosísimas y la verdad que yo quería bordar así, pero como era varón no podía aprender a bordar. Trataba de bordar, me pinchaba los dedos y entonces la práctica quedó relegada. De grande lo retomé con autonomía y dije: “voy a bordar”. Mi bordado no es tan prolijo como los de mis abuelas. Mis puntadas son eclécticas. Por eso me refugio más en el bordado de mostacillas y lentejuelas que queda más prolijo. Hace poco hice un libro de artista que se llama “El libro de las invocaciones de Aparecido”. Son textos breves, poéticos y reflexiones de bordados. Los textos están bordados en hilo y se nota que el trazo de mi puntada es imperfecto. Tal vez eso también resguarde algo muy infantil. Ahí está de nuevo el niño que borda. 

 

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