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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El Litoral: la hoja que se hizo marca

"Con el correr de los días y las noches, fuimos aprendiendo que el tiempo es inexorable y que mientras las personas envejecen, los diarios marchan en sentido contrario: cada día son más jóvenes". 

Carlos A. Romero Feris

Director propietario

Diario El Litoral

Una vez lo conté: aquella noche del 2 de mayo de 1960, mi padre don Juan Romero, algunos familiares, amigos, trabajadores gráficos y periodistas se desplazaban en las penumbras, como nerviosos fantasmas que estaban por asistir a un parto del amanecer. Y pese a la euforia que alentaba a todos, se hablaba en voz baja, como pretendiendo no entorpecer el sueño compartido de “editar”.

Hace 60 años, yo apenas tenía 9. Pero nunca olvidé lo que para mí fue la más fantástica aventura: asistir -en vivo y en directo- al nacimiento de un diario.

Es lógico que -también lo conté muchas veces- ignoraba qué era un diario, salvo entenderlo como un montoncito de hojas de papel para hacer barquitos, barriletes, envolver huevos o encender el fuego de un ritual que todavía congrega a los amigos y a las familias. Para mí, el diario servía para encender carbón y después comer un asado.

Con el tiempo fui conociendo las demás propiedades del papel de diario. Y fui entendiendo lo que significa más allá de su materialidad. Su “valor simbólico”, como dicen los académicos, a muchos de los cuales fui leyendo en la misma hoja que mi padre entintó aquella madrugada. La misma hoja que después, poco tiempo después, lo convirtió en recuerdo ante la autoridad de la muerte.

                      ***

A partir de 1966, que fue el año de la muerte de don Juan, acompañé a mi tío “Tito”, don Gabriel Feris, y a mis hermanos mayores, en el compromiso de continuar su legado. Nada de eso sabía entonces, pero ante su ausencia empecé mi búsqueda.

Con el correr de los días y las noches, fuimos aprendiendo que el Tiempo es inexorable y que mientras las personas envejecen, los diarios marchan en sentido contrario: cada día son más jóvenes. Pero nunca estuve tan en contacto con ese saber como hace pocos días, cuando, trabajando en la realización de esta edición especial, releí el editorial con el que mi padre fundó este diario:

—Corrientes necesita contar, por las lógicas exigencias de la hora actual, con un gran diario que sea reflejo fiel de todo cuanto acontece en la provincia. 

—Un órgano de la prensa se consolida en el tiempo, en la medida que encuentre en sus lectores acogida favorable. Aspiramos a comprender para ser comprendidos. Nuestras intenciones son puras y elevadas. De otra manera, no realizaríamos el intento. 

—Es nuestro deseo (...) llegar al pueblo sin distinción de ideologías, ni de razas, ni de religión para servirlo, en la más amplia y noble acepción que permita la acción periodística. 

—El bienestar de los trabajadores de la empobrecida clase media, la defensa de sus intereses en lo que legítimamente les corresponda será de especial significación en las columnas de El Litoral. 

—El Litoral estará contra todo intento de fraude o dictadura, cualquiera fuere su origen, de la reacción o el privilegio. 

—Seremos incansables en bregar para que la autonomía de la provincia no sea un mero enunciado del texto constitucional. 

—Deberá restituirse a Corrientes lo que legítimamente le corresponde en la percepción de las rentas que ingresan al tesoro de la Nación y no justificaremos ninguna desviación. El descuido o la complacencia de los gobernantes provinciales no tendrán excusa. 

—Se necesitan caminos, puentes, romper el aislamiento, incrementar el intercambio, desterrar el analfabetismo, la activación de las tareas agropecuarias, la radicación de industrias, poblar los campos desiertos y dar bienestar a sus habitantes, atraer la inmigración. 

—Estimularemos las iniciativas encaminadas a crear fuentes de trabajo y riqueza, como se fustigará la inercia, la despreocupación o el conformismo. 

—Las páginas de El Litoral estarán abiertas a toda sugestión útil, a las inquietudes de los estudiosos, de los intelectuales, de las instituciones de bien público, económicas, gremiales, partidos políticos y de la producción, así como a las manifestaciones del arte y las ciencias.

                       ***

No dejo de ponderar, desde que releí ese texto, la magnitud de la empresa de mi padre. Es, creo con orgullo, una demostración más de la visión del hombre, pero es también, y lo digo con amargura, la demostración de nuestro estancamiento, de nuestros fracasos como provincia y como nación.

El dolor es agudo, porque si todavía hoy estamos hablando de esto, si todavía talla en Corrientes un editorial escrito hace 60 años, es porque el país se paró y la provincia no avanzó.

El asunto es que nunca fue fácil la cosa para nosotros. Y desde que asumí con decisión la propiedad y dirección de El Litoral, lo hice asumiendo el compromiso de continuar el legado de mi padre, guiado por la pasión que es, además de los genes, el intangible de una herencia que vale, gramo a gramo, en la extensión de su peso.

Dirigir El Litoral, lo confieso, es para mí como un vicio. A veces me hace mal, entre otras cosas porque ya no es un negocio económico. Pero entonces recuerdo que cuando uno está militando en este partido, que es el partido de un diario, asume el rol de un militante de la verdad, de la razón y de la justicia. Y sé que estamos haciendo bien las cosas cuando defendemos esos valores para nuestra población, para nuestros hijos y nuestros nietos.

Hoy cumplimos 60 años. Hace 10, me puse como meta llegar al centenario. Dimos un paso importante, por lo que reivindico el derecho a la satisfacción por este acontecimiento, que es fruto del esfuerzo de mucha gente, aun sorteando dificultades.

Siempre digo que no tengo colaboradores detrás o adelante. Que están en mi alrededor. Son mis amigos y los verdaderos hacedores de este parto diario.

Por ese acompañamiento y el de mis hijos e hijas, estoy muy agradecido, porque todos ellos serán mis continuadores. Sé que mientras exista alguno de ellos, la historia de Corrientes, como la gran Historia, no tendrá hojas en blanco.

                      ***

No estamos pasando un buen momento, también hay que decirlo. A la crisis general del país, se sumó, hace tiempo ya, la crisis de la industria gráfica, que es la que abrazamos, y en estos días un combo aún inescrutable: la crisis mundial, sanitaria y económica por la pandemia del coronavirus. 

Afectados y todo, seguimos en el camino. Guiados por la idea de Juan Romero, que es más poderosa que el fórceps de un formato. Yo nací envuelto en papeles y voy a morir envuelto en papeles, pero sin dejar de mirar el avance asombroso de la tecnología y la habilidad e inteligencia de los hombres y mujeres para aplicarla, y que, entre otras cosas, hacen revitalizar la publicación, la embellecen, hacen más agradable su preparación, le dan personalidad. La mantiene joven, aunque sus hacedores originales estén peinando canas detrás de un cúmulo de arrugas.

Hoy cumplimos 60 años, y nuestro ciclo vital está más activo que nunca, porque la hoja de don Juan Romero hace tiempo dejó de ser una hoja para convertirse en una marca, que ya no es nuestra. Ya nos trascendió como familia para ser un distintivo de la provincia toda. Eso nos da fuerzas. Nos ayuda en momentos difíciles. 

Eso, si me permiten, hace que pueda mirar a mi padre, todos los días. Miro su foto. Lo miro a los ojos y veo su orgullo. No es vanidad. Es el espejo del trabajo bien hecho, sin pausas ni claudicaciones.

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