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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Abnegación y falta de reconocimiento

Por Leticia Oraisón de Turpín

Orientadora familiar

El sábado pasado hubo una protesta nacional de los médicos argentinos, que fue opacada por la cantidad de reclamos que le agregaron los ciudadanos que se sienten afectados en esta pandemia por las medidas gubernamentales que consideran abusivas.

Pero yo quiero detenerme especialmente en el reclamo médico, que puntualiza y descubre la precariedad de los medios necesarios para ejercer dignamente su profesión.

Por un lado, retóricamente se manifiesta desde todos los medios y campos diversos que la tarea que están desarrollando es de excelencia, que son los héroes en esta lucha y que su entrega y formación profesional aseguran la mejor atención médica frente a la enfermedad que combaten, sin vacunas ni medicamentos específicos que garanticen el éxito de su labor. 

Sin embargo en esta lucha desleal, porque las armas que tienen son insuficientes y muchas veces ineficaces, en lugar de reconocimiento del esfuerzo y entrega que realizan arriesgando su propia vida, son culpados y vilipendiados, al hacerlos responsables por contagiarse en el servicio de enfrentar y tratar de neutralizar este “mal universal”, transformándose muchas veces en transmisores involuntarios de la enfermedad que combaten denodadamente. 

Yo pensaba, y no sé si la analogía es precisa, que esto es como castigar a los policías que en cumplimiento de su deber se enfrentan a peligrosos delincuentes y terminan siempre minuciosamente investigados y/o sancionados por intervenir con riesgo de su vida y en defensa de la comunidad.

Paradójicamente, se premió efectivamente y con remuneración económica importante al personal administrativo del Poder Legislativo, que en su mayoría no trabajó, o si lo hizo, no fue nada extraordinario fuera de sus obligaciones normales, además de no tener necesariamente un alto nivel de capacitación laboral, ni obligación de demostrarlo.

Los médicos, en cambio, tienen una larga y permanente formación, y, por sobre todo, prueban su nivel académico en cada acto que realizan o en el que se involucran. Y lo hacen exponiéndose personalmente, ya que cuando se contagian no saben si se les irá la vida en ese evento o circunstancia, y aun en peligro de morir no desertan, se mantienen firmes en su puestos, teniendo todo el derecho de hacerlo para preservarse vitalmente ellos y sus familias, que también se exponen por la cercanía en la convivencia, riesgo que no se da en ninguna otra profesión. 

Veo con tristeza cómo en este proceso todo se invierte, porque los mismos que, en caso de enfermedad, van a depender de esos profesionales, los descalifican con criticas arteras y capciosas, acusándolos absurdamente de ser responsables de contagiar. 

Por si alguien no me está entendiendo, la protesta de los médicos se da especialmente por la imputación a tres médicos acusados de contagiar a sus pacientes de covid-19, que contrajeron trabajando en servicio a la comunidad. 

Situación que, de ser cierta, es ajena a su responsabilidad, ya que nadie quiere contagiarse y si lo hicieron fue por abnegación y en respuesta a su vocación de salvar vidas, aunque sea a riesgo de la propia.

Pero además de todo lo absurdo de esta situación, está la falta de reconocimiento y valoración de lo que ponen en juego, sus propias vidas y las de sus seres queridos, (por proximidad), riesgo que muchas veces se da, por no tener todos los equipos de protección que debieran usar. 

De todas las situaciones planteadas en la pandemia, creo que esta es la más dañina y perversa, porque además de sus vidas están poniendo en juego gratuitamente también su honor, sus bienes y su libertad. Atados y amordazados no podrán cumplir con lo que se les exige permanentemente. 

Porque detrás de los aplausos, no queda nada, ni siquiera la aceptación a vivir en las cercanías, cuando más de una vez los rechazan como vecinos por temor al virus, que sin ellos no sabríamos combatir. 

Me adhiero a los abnegados médicos que necesitan ser mejor pagados (con sueldos compatibles con los de los políticos) con adecuado y permanente equipamiento de protección personal y un merecido reconocimiento de la insalubre y, a la vez, humanitaria tarea que realizan. Porque no sólo combaten el “virus”, son también la única compasiva compañía y consuelo de los moribundos, que lejos de sus familias sólo tienen para apretar la mano de ese médico que, emocionado e impotente, los acompaña como puede en el momento de la muerte y permanece allí para orar y cerrar los ojos de familiares queridos de otros. 

Personalmente, “me saco el sombrero” ante tanta generosidad tan mal reconocida.

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