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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La dramática necesidad de crecer

Por Jorge Vara

Diputado nacional (UCR); ex ministro de la Producción de la Provincia de Corrientes.

 

Los problemas de Argentina requieren de miradas más allá de la coyuntura sanitaria. Si uno observa la discusión económica en los últimos años puede llegar a la conclusión de que la inflación, la deuda y el déficit son los principales problemas que nos aquejan. Es cierto que los niveles que presentan estas variables son indeseables y muy preocupantes, pero no debemos confundir los síntomas con la enfermedad, los efectos con las causas. Si lo hacemos, viviremos suministrándonos analgésicos y el termómetro sería nuestra última referencia. Podríamos volvernos expertos en maquillaje, arroparnos de superficialidad y, finalmente, abandonar la búsqueda de las raíces más profundas de nuestros problemas.

La Argentina ha tenido un magro crecimiento en los últimos 70 años. Si uno compara la evolución del PIB per cápita de nuestro país con la de cualquier otro, difícilmente encuentre un patrón de crecimiento tan irregular, con tantos picos y valles repartidos a lo largo de la serie correspondiente a esos años. 

Adicionalmente, se puede notar que en todo el periodo el crecimiento real per cápita ha sido de los más bajos de la región. En efecto, considerando el periodo entre finales de los noventa y mediados de la década que acaba de terminar, el cual incluye el boom de los commodities, Argentina tuvo el peor desempeño en el continente, con tan solo un 1% de crecimiento anual en el producto bruto per cápita.

¿A qué se debe esto? ¿Por qué no podemos crecer sostenidamente a un ritmo que nos permita ir sacando de los niveles de pobreza a cada vez más gente y, por el contrario, mantenemos una actividad económica pendular que nos condena a tener una sociedad en convulsión?

Una razón puede radicar en que no tenemos los suficientes niveles de inversión a lo largo del tiempo. Si observamos con detenimiento el periodo mencionado, la inversión como porcentaje del PIB osciló entre 15% y 20%, y en los últimos 20 años estuvo en promedio en el 17%, cuando en la región fue superior al 20%. Si nos ceñimos exclusivamente a las inversiones productivas, a duras penas mantuvimos el stock de equipamiento. Así no avanza nadie.

La tasa de inversión se aproximó al 25% en contadas ocasiones, tal como se dio en el periodo  Arturo Frondizi/Arturo Illia. 

Esta etapa de altas inversiones repercutió en tasas chinas de crecimiento durante la gestión del doctor Illia y tuvo efectos de arrastre positivos hasta bien entrada la década posterior.

Un objetivo del país debiera ser mantener un mínimo de inversiones del 25% del PIB, nivel no muy ambicioso si consideramos las tasas del 30% y 40% de los países asiáticos que en las últimas décadas despegaron. Aunque está claro que, más allá del voluntarismo, se requiere del cumplimiento de otros requisitos.

Cualquier inversión requiere de previsibilidad. Quien la va a hacer decide en función a expectativas sobre el futuro, el cual puede ser “más” o “menos” incierto. 

En un país como Argentina, el cambio en las reglas de juego ha sido una constante y la volatilidad de las variables que intervienen en el proceso de decisión del inversor llevan a este, y a quienes le prestan, a exigir un nivel de rentabilidad tal, que solo algunas actividades de altísima competitividad le pueden otorgar naturalmente. Por supuesto que ninguna será lo suficientemente competitiva si se toma la decisión política de que no lo sea.

Argentina es punta a nivel mundial en el sector agroindustrial, donde, además de las ventajas naturales, se ha generado e incorporado tecnologías en diferentes eslabones de la cadena, desde las semillas hasta los equipamientos, desde los servicios conexos hasta la logística.

Con Vaca Muerta, el litio y las energías renovables, los recursos pesqueros y un sinnúmero de economías regionales que hoy explotamos, que aún están ávidos de más inversiones y agregado de valor, podríamos lograr un gran salto de crecimiento para el país.

Más allá de los recursos naturales, Argentina tiene un potencial enorme en sus recursos humanos. La economía del conocimiento, un sector en sí mismo, pero con inmensas implicancias transversales en la productividad del resto de las actividades del país, viene demostrando que está para jugar en las grandes ligas mundiales. 

Todas estas actividades son grandes generadoras de divisas, pero podrían serlo mucho más. Debemos sacarles el pie de encima y, por el contrario, ayudarlas a crecer en todo su potencial. Es necesaria una reforma tributaria que disminuya la presión fiscal excesiva, pero sobre todo que elimine impuestos distorsivos.

Debemos tener la mirada hacia el mundo y no hacia nuestro ombligo, y aunque parezca una obviedad, para ser competitivos necesitamos competir. En este sentido, no debemos perder la oportunidad de tener un acuerdo con la Unión Europea.

Por otro lado, los esquemas de promoción y protección comercial debieran tener un cronograma de metas a cumplir con un plazo de finalización establecido y evitar así el sostenimiento indefinido de sectores que ha costado, y podría seguir costando, muy caro a la Argentina. 

No creceremos sin inversiones sostenidas, y no habrá inversiones suficientes sin competitividad. 

Con las señales correctas y con un marco jurídico y tributario sensato y previsible, estos y otros sectores despegarán inexorablemente.

Ello requiere de acuerdos de largo plazo que exigen un nivel de madurez política en la clase dirigente  difícil de visualizar en estos tiempos, pero tenemos el deber de intentarlo. La salida requiere de un gran acuerdo político, económico y social.

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