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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

¡Qué momento!

Por Jorge Giacobbe(Padre)

Director de Giacobbe & Asociados 

Dice un amigo mío especializado en ciencias de la salud mental que sólo se mueve quien se siente incómodo.

Dicho de otro modo, si la película que estás viendo te gusta reposarás cómodamente en tu butaca, pero si no te gusta comenzarás a moverte de una posición a otra intentando buscar un confort que la situación no te brinda.

Así estamos los argentinos, unos y otros, y por diferentes razones: incómodos.

En los sectores más vulnerables, ni hablar. Es absolutamente obvio. Tanto que las retribuciones de ley por trabajar se ubican bastante por debajo de lo necesario para no ser pobre (ej.: policía PBA).

Mucho peor aún en los sectores sin trabajo formal. Allí reinan la desesperación, la angustia y la necesidad urgente. Un encuestado de ese sector nos dice ¿irónicamente?, “en mi barrio la basura no se saca, se entra”.

Un poco más arriba, los sectores medios aguantan atemorizados preguntándose cómo sobrevivir, cómo sostener lo logrado hasta aquí.

Una considerable cantidad de ellos ha perdido sus empleos, o los ven amenazados. Otros han sido forzados a perder sus actividades, tipo los comercios barriales que sustentaron sus vidas por años. Casi todos han perdido ingresos y/o ahorros.

En los sectores altos también cunde el temor. Algunos especulan con irse del país. Se dan perfecta cuenta de que en una sociedad con salarios de un dólar por hora será muy difícil prosperar o generar actividades rentables. Ni qué pensar en sentirse seguros.

Debido a eso las noticias de empresas retirándose de la Argentina son casi diarias. 

Traducido a calidad de vida eso significa mayor desocupación, mayores índices de marginalidad económica y social, mayor inseguridad, etc. La sociedad conocida se disuelve.

Y si nos adentramos en las esferas del poder, la situación es igual. Un gobierno desconcertado, e incómodo hacia su propio adentro, no encuentra paz ni lucidez siquiera entre los propios.

Sus actores cuentan en confianza que se sienten inoperantes, atrapados por ridículas internas y sin rumbo. Ya sienten que la victoria electoral que los consagró hace muy pocos meses también se disuelve.

Desde el exterior, importantísimos diarios de EE. UU. señalan que si bien todos los países del mundo tienen problemas ninguno afronta la cantidad ni la profundidad de los problemas argentinos.

Y a menos distancia, países limítrofes invitan a los emprendedores argentinos a radicarse para poder vivir y producir razonablemente.

Lamentablemente podría extenderme por páginas y páginas consignando indicadores del fracaso.

Hoy me quiero detener en uno de ellos.

Para esta ocasión preguntamos a los encuestados: ¿cuánta corrupción creen que ha habido en las distintas gestiones presidenciales que hemos atravesado desde 1983? Las opciones de respuesta fueron cuatro: mucha, poca, nada, no lo sé. Veamos cómo respondieron a la opción mucha:

Gestión Menem: 84.5%

Gestión Cristina: 69.2%

Gestión Néstor: 61.1%

Gestión Duhalde: 59.2%

Gestión Macri: 48,8%

Gestión De la Rúa: 46,4%

Gestión Alfonsín: 15,9%

Una de las tantas preguntas que se me ocurren tras ver este cuadro es: ¿los partidarios de estos presidentes reconocen, igual que el resto, que fue así?

Frente al caso Menem, por ejemplo, los encuestados autodefinidos como peronistas superan el guarismo logrado por el total del universo consultado. El 86,6% dice que hubo mucha corrupción.

Frente al caso Cristina, otro ejemplo, admiten mucha corrupción el 25.5% de los autodefinidos como K y el 39,2% de los autodefinidos como peronistas.

Yendo al caso del actual presidente, admiten mucha corrupción un 25,8% de kirchneristas y un 15,5% de peronistas.

En el caso Macri, sólo el 1,9% de los autoconsiderados PRO admite tener esa percepción.

Me parece absolutamente obvio que esta percepción popular, extendida en el tiempo casi ininterrumpidamente, terminó constituyendo una cultura, un formato relacional, un sistema de valores. Nos rige la desconfianza, principal inhibidor de cualquier emprendimiento individual o colectivo.

De allí en más las opciones de cada ciudadano serán dos: sálvese quien pueda (anomia) o vayámonos (deseo de exilio).

Dice mi amigo, aquel del primer párrafo, especialista en salud mental, que todo exceso encuentra su límite. ¿Será cierto? ¿Habremos llegado al límite? ¿Usted qué opina?

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