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Escabullirse no es de cobardes

Domingo, 07 de noviembre de 2021 a las 01:01

Es simplemente conservarse ajeno a todo el “ruido” que de pronto se ha desatado. La pandemia aceleró la huida, ante el encierro, el dolor, la bronca de perder casi todo. Y después, no obstante, los contagios posibles, tomar la calle en un grito de libertad que aún resuena, tratando de guarecernos locamente de tantas prescripciones. Claro, las broncas son muchas y justificadas: un gobierno haciendo todo lo opuesto, una inflación producto de la ineptitud y falta de plan económico. La pobreza crecida y desbordada. Y ya caído el avispero por el humo del descontento, una suma de contradicciones desvelando y certificando que solo el poder tiene coronita, amén de estar peleados unos con otros sin culpas propias cada uno. Una escenificación de corte dramático, aunque pueda más la bronca, natural y comprensiva. Ese escape de la gente hacia otras direcciones, que rompe el paisaje natural donde comúnmente se desempeña, habla de las ganas de despegarse de semejante curso y tomar la vida aunque se parezca más a libertinaje. De pronto la mediocridad de las ambiciones ha pegado un giro, que dista mucho de ese país abundante de intelectuales, trabajadores dignos, premios nobeles, una incesante vida cultural, una importante clase media, luego de ser “el granero del mundo”, los bifes, los buenos zapatos de cuero argentinos... Una periodista española dijo algo esta semana que causó mi sorpresa, que es duro y nostálgico, poético a la vez, pero tristemente serio: “Argentina, el país que quiso pero no pudo ser”. El problema más espinoso es que somos nosotros por esa eterna vocación de no ser buenos ciudadanos, los culpables de haber permitido que el ocio es lo único para lograr cualquier cosa, que la coima es un rito y los políticos —últimamente— la casta que se permite todo. Cómo han cambiado las buenas costumbres por otras detestables, el femicidio como prueba irrefutable del machismo idiota, pero mucho más la ignorancia que hoy reina en todos los niveles. Basta solamente leer los diarios, escuchar el contenido de los medios, para darse cuenta de que la pavada forma parte de la urgencia vital ante memorables lecturas que recrean grandes temas, pero condenadas de antemano por la primacía de la idiotez colectiva. A propósito, hay una obrita, un texto del gran actor y director argentino Oscar Martínez, “Que me palpen de armas”, cuando dice en un párrafo develador: “Me desazona la banalización de la vida, el pavoneo de la insensatez, el triunfo de la prepotencia y de la ostentación, la deshumanización salvaje de los poderosos, la aceptación y el elogio del ‘sálvese quien pueda’, la práctica y la prédica del desamor y de la histeria. Me descorazona la idiotez colectiva, la idealización de lo superfluo, el asesinato de la inocencia, el descuido suicida de lo poco que merecería nuestro mayor esmero, el desconocimiento o el olvido de nuestra propia condición”. Veo que la gente se conforma con nada, hasta ahora nunca habíamos apretado unas elecciones porque está en nuestras obligaciones como ciudadanos cuando las cosas van para mal. No se trata de votar por votar, se trata de que la decencia regrese, que el respeto sea una constante, que la idoneidad sea mucho mayor que “la habilidad política”, esa a que nos tienen mal acostumbrados, que no todo debe transgredirse porque sí, que las culpas nuestras no deben pagarlas los otros, que enamorarnos de rostros y discursos lindos no tiene razón de ser, ya que las palabras tienen razón cuando se convierten verdaderamente en hechos. Ser un ciudadano responsable es tener compromisos, derechos y obligaciones, teniendo en cuenta que ese todo es, nada más ni nada menos, que el país: nosotros en concordia y bienestar.
Esa capacidad de elección para las cosas que nutren y fortalecen, como lo es la cultura, hemos dejado de fomentar y practicarlo, abonando en su nombre otros supuestos logros como el lenguaje inclusivo; todos pensados en función de voto, en facilismo, siempre en el incremento indebido de sumar como fuera, sin importar su ética. Por ejemplo, el cine argentino fue el más importante de habla hispana, siguiendo por detrás España y Méjico. La clase media, fruto del trabajo, iba por delante de Latinoamérica. Los argentinos de letras descollaron en el mundo entero, los reiterados premios Nobel: Carlos Saavedra Lamas, Bernardo Houssay, Adolfo Pérez Esquivel, Luis Federico Leloir, César Milstein, hablan de por sí del gran patrimonio cultural exponencial de nuestro acervo. Esa forma de ser, esa búsqueda por la excelencia se ha ido diluyendo por una pobreza de inquietudes, que trasunta en todos los órdenes, de pronto fuimos desapareciendo del mundo por nuestro “encierro” geopolítico e ideológico. Los mercados distan muy lejos, se exacerbó la política impidiéndonos competir, desechando poder sumarnos a un mundo en movimiento y tan cambiante. La chatura ganó la calle, como el peligro a la integridad física, resarcirnos es la opción cambiando el pensamiento y el uso del clientelismo, desecharlo por vías honestas en que los planes tan solo sean trabajo justo. Hoy, el que piensa pierde doblemente, por perder tiempo —según los agoreros, los que utilizan consignas supliendo voluntades— haciéndolo, pero quedando estupefactos al comprobar cuánto hemos descendido como nación. Pero es necesario volver a hacerlo, porque es la única forma de tomar conciencia de nuestra responsabilidad y de la de los demás. Es largo. Es arduo, pero no hay otra. Es como cuando tomamos una ruta en automóvil y queremos transponer el horizonte y comprobamos sorprendidos cómo el paisaje se encarga de correrlo cada vez más lejos; pero debemos seguir. Solo pensar, estudiar, analizar, nos llevará a ese país perdido repleto de sueños que el futuro permitirá construir, porque pensar es discernir, lograr acercarnos para que entre todos establezcamos ese puente de hermanos que nos conduzca a la tierra soñada. Cada día es una dura prueba a sortear, para estar atentos, ávidos, sí, sin odios, ni divisiones, tan solo la capacidad laboriosa de los adelantados a todo mal, que siempre van creando por delante un mundo posible. Como dice otra parte de la poesía de Oscar Martínez, esto del empeño y del compromiso: “Cada día, entonces, es una ardua conquista, una transgresión, una desobediencia debida a mí mismo, una porfía. La laboriosa tarea de desaprender lo aprendido, el desacato a aquel mandato primario y fatal, aquel dictamen según el cual se gana o se pierde, se ama o se es amado, se mata o se muere”. También es cierto como reza el título: “Escabullirse no es de cobardes”, es simplemente no ponerse a tiro, estar fuera del fuego cruzado, guarecerse y escapar de tantos locos juntos enamorados del poder. O como lo enfatiza con humor el dicho popular: “Soldado que se salva, sirve para otra guerra”. 

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