Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Allí viví la alegría… distancia / de aquel primer sentimiento / que se ha quedado dormida… distancia / entre la niebla del tiempo”. Así se han quedado los sueños, como este hermoso tema de Alberto Cortéz. Los argentinos hemos tenido mejores tiempos, aunque breves entre democráticos y poderes duros de fanatismo. Hoy, esos sueños se tropiezan diariamente con nuevos hallazgos que persisten en la perpetuación, cueste lo que cueste, con tal de que la impunidad no ponga “políticos presos”, ellos insisten en que se trata de “presos políticos”, aunque les quede muy grande la denominación.
Siempre hubo peleas por ese poder, que para muchos tiene el sacrificio del palo enjabonado, en vez de llegar a él por esfuerzo y con derecho propio. Pero nunca como ahora, donde un presidente proclama una cosa y al otro día cambia para conformar a los que están por debajo, pero no muy lejos sino al lado de él.
Este país siempre se destacó y no viene haciendo lo mismo, la seriedad, la mesura, la ética, el ejemplo, el orden, el sacrificio, la perseverancia, carecen de voluntad para cambiar de simples expresiones de deseos en realidades que nos distingan como serios. Más bien damos síntomas de ser una patota futbolera siempre de fiesta, con los clásicos rasgos demagógicos que nos distancian de los países serios, confiables, respetuosos. Uno enumera las faltas y pone en evidencia el clásico latiguillo de respuesta: el cuarto poder salta límites. Pero sucede, que la verdad es odiosa, transparenta y ventila una república bananera que no se enmienda, sino que cada día hace cosas indebidas que nos desubican. Es como un culto donde ser mejores es romper el estilo, las bravuconadas componen esa arbitrariedad tan característica de regímenes tan distantes del ideal, se sigue fomentando el prepo, la viveza criolla, el topetazo, la descalificación con el consenso de vítores inmerecidos. Uno en su andar apesadumbrado recoge dichos que por allí pueden ilustrarnos corrigiendo la mala ruta tomada: “Una democracia que pivotea sobre la mentira, no tiene futuro”, así lo expresó María Eizaguirre, autora del libro “Cien días de estado de alarma. La democracia confinada”. Supimos ser mejores en breves períodos, donde se hizo hincapié en esos principios hoy perimidos, pero que sin embargo existen personas aún hoy tal vez con mayores años, insisten con justa razón en tomar un atajo que al Gobierno le permita corregir el rumbo. Hemos visto arrancando con la misma pandemia, una guía interminable de circunstancias que dejan mucho que desear, porque los dichos son importantes, pero más aún los hechos. Uno se encariña con el tono tranquilizador y la mesura aparente que proviene de la voz presidencial. En principio, cuando comenzó a utilizar el sillón de Rivadavia, me pareció un buen atributo conciliador para un pueblo golpeado desde todos los flancos. Pero es inconcebible que al poco tiempo de pronunciarse en ese estilo se esté corrigiendo permanentemente, porque así se lo exigen los subordinados, transformándose en actor perdido en la inmensidad del escenario siempre, “pidiendo letra a su apuntador” más cercano.
Si bien utilizo metafóricamente la poesía de la distancia y la tristeza por alejarnos de las cosas perdidas, se ajusta perfectamente el tema de Alberto Cortéz, al plantearnos un alejamiento de todo lo lindo que tiene un pueblo, cuando la decencia era su mayor virtud, y la oportunidad saludable, un abrazo inesperado. El orden, la coherencia, el respeto, las realizaciones concretas que rompan de una vez por todas con la extensión de expresiones de deseos, y no realidades saludables que hagan de la crítica un mensaje de aprobación, de coincidencia no por partidismo sino por coincidir con las deudas pendientes para que sean encaminadas. En este desarraigo del sálvese quien pueda, los planes se desinflan porque la improvisación es tan grande que los errores, por lógicos, no tienen certezas verdaderas.
La distancia de poder alcanzar las cosas justas, pertinentes, se hace triste porque las ambiciones particulares desoyen las urgencias, el sentido común, las cosas como deben ser, transparentes, funcionales a un país, no a un político, a un color, al interés común de quienes hacen su prosperidad gracias al Estado benefactor. El expresidente uruguayo Mujica dijo: “La política es la lucha por la felicidad humana, que suena a quimera. Algunas causas sobreviven y se tienen que transformar, y lo único permanente es el cambio, la biología impone cambio. Triunfar en la vida no es ganar; triunfar en la vida es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae”.
El Evangelio inexorable y fuertemente elocuente marca nuestro mayor error: “Descuidamos lo más importante de la ley, la justicia, la misericordia ¡y la fe!”. Para salvarnos, que es nuestra mayor preocupación, nos debemos identificar con los auténticos problemas que expresan las personas, el pueblo, y que últimamente el oído sordo marca la diferencia que nos hace ajenos a lo esencial y justo, ya que primero nos ubicamos con la sed desmedida del poder, sea como fuere. El desorden hace que incumplamos el derecho de todos, se piensa en singular, el todo que es nuestro suelo escapa, se pierde por la lucha de votos inmerecidos, por una Justicia a la medida y conveniencia de cada uno.
Buscarnos para encontrarnos es una ardua tarea que debemos empezar de una buena vez, donde el consenso ponga solución y mesura hacia la problemática argentina de saber gobernar, lejos de banderías. Cómo no vamos a estar tristes si la distancia entre lo soñado y lo hecho dista tanto como cosa que no se ha concretado. Decía alguien que las fuerzas que animan un país no siempre son parejas, pero gracias a ese poco que piensa con sentido común y que a diario se expresa atinadamente, es posible equiparar la desproporción con grandes sacrificios, porque lo correcto siempre mantiene vivo la letra de lo justo que debe cumplirse. Retomar el orden, el respeto, el disenso, la disciplina, pero más que nada ser firmes en lo ético. Por eso digo distancia triste, coincidiendo con la letra de la canción que hace fuerza por ese pueblo lejano: “Allí viví la alegría… distancia / de aquel primer sentimiento / que se ha quedado dormida… distancia / entre la niebla del tiempo. / Regresaré a mis estrellas… distancia, / les contaré mi secreto: / que sigo amando a mi tierra… distancia, / cuando me marcho tan lejos. / Un corazón sin distancia quisiera / para volver a mi pueblo”.
El regreso tiene la magia de volver a ser quienes fuimos. Haber aprendido el desarraigo de funestas costumbres que acontecieron en nuestra distancia. Volver. Reencontrarnos haciendo lo que debemos, imponiendo nuestra mirada, posibilitando lo que pedimos, propendiendo lo que olvidamos: decencia, trabajo, perseverancia, justicia, honestidad, consenso amplio, respeto, seguridad, valores reales, sin demagogias ni artilugios, tan solo acortando distancias para estar mucho más cerca de este país que amamos sin mirarnos de lejos.