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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El clásico rebote de los años impares

Si hay un comportamiento que caracteriza a la dirigencia política argentina, es la tentación de buscar beneficios de corto plazo por sobre los sacrificios de largo plazo. Nadie quiere ser el que pida nuevos esfuerzos en el país de las crisis recurrentes. Por el contrario, los gobiernos consideran que su misión primordial es ser portadores de buenas noticias. Y si es posible, que esa promesa de gratificación no demore.

Las estadísticas reflejan que los años impares, en los que se renuevan las instituciones, tienen una mejor perfomance en los indicadores de actividad y consumo. Hay excepciones, claro, como lo evidencia el 2019, período en el que el miedo al cambio superó al cortoplacismo, y disparó una devaluación que desparramó su inevitable impacto negativo (que sin embargo no evitó que en sus meses finales de gestión Mauricio Macri dispusiera un congelamiento de tarifas y el reperfilamiento de la deuda en pesos).

El 2021 no va a ser un año impar clásico, pero Alberto Fernández está haciendo los esfuerzos necesarios para que se acerque lo más posible. El salto inflacionario terminó de desajustar sus planes, complicados de por sí por las restricciones que generó la pandemia. Si las vacunas hubieran llegado en tiempo y forma, el segundo trimestre habría tenido un parate menos ostensible y la proyección para el resto del año podría ser algo mejor.

No fue el único factor que frenó algún tipo de impulso positivo. La falta de consenso interno para avanzar más rápido en un acuerdo con el FMI le restó a la economía la posibilidad de recibir los beneficios de una mejor percepción global. Ese precio lo pagaron las empresas, en sus costos de financiamiento, y el mercado cambiario, que siguió recibiendo señales de que era mejor irse que quedarse.

Lo que sí ayudó fue el salto que tuvieron los commodities, y el efecto derrame que generó la soja, tanto en materia de ingresos fiscales como de reservas. Sin ese bálsamo, el Tesoro no habría conseguido mostrar números más equilibrados en los primeros cinco meses del año, ni el Bcra tendría reservas suficientes para maniobrar ante la habitual dolarización de carteras que suele llegar junto con las elecciones.

Para crear mejor un clima económico, el Gobierno priorizó las decisiones que le permitieran dinamizar la demanda interna y favorecer el consumo. Así llegaron los alivios impositivos en Ganancias, el refuerzo en el pago de las jubilaciones y planes sociales, los cambios en el monotributo y los controles de precios, entre otras. Pero también decidió sostener el flujo importador para que la industria no pare. Hasta la brecha cambiaria de 80% parece tener un papel asignado en el universo reactivador, estimulando la construcción y la compra de bienes durables como lo hizo en 2020. “Vamos a salir”, reza un eslogan de campaña. Todavía no queda claro hacia dónde.

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