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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

¿Qué son 20 años? Del nada de Gardel al demasiado de los Kirchner

Si para Gardel nada fueron, para la mayoría del pueblo argentino veinte años kirchneristas exceden todo lo tolerable. El ideólogo del sistema fue Néstor Kirchner; su viuda, la ejecutora implacable; los ciudadanos, las víctimas. Dando los estertores previos al desenlace fatal, Cristina no hesitará en intentar llevarse puesto al sistema.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

“El tiempo es…muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan”

William Shakespeare

Veinte años parecerían un suspiro en la dimensión infinita de la eternidad. Pero a escala humana, el tiempo no corre paralelo al movimiento de las agujas, es tanto cuánto nos indica nuestro reloj psicológico. De allí la frase de William Shakespeare.

Para Gardel, en su inolvidable composición “Volver”, “es un soplo la vida… 20 años no es nada” cuando regresa con la frente marchita, las sienes plateadas y el corazón poblado de recuerdos. El tiempo, su tiempo, ha volado, se ha consumido en llantos por ese pasado que no ha de volver.

¿Qué fueron los últimos veinte años para los argentinos? ¿Cuál es la percepción personal de cada uno? ¿Fueron largos o se perdieron en un instante en el túnel de nuestras vivencias? ¿Qué sensaciones, medidas en escala humana, tenemos sobre la vida en el siglo XXI? ¿Sufrimos, gozamos, temimos?

El movimiento político que comenzó a nivel nacional en nuestro país en 2002 y que próximamente apagará sus veinte velitas, se da en llamar genéricamente “kirchnerismo”, por el apellido del expresidente fallecido en 2010.

 Veinte años es tiempo suficiente para un balance. Un casi desconocido gobernador de Santa Cruz se convierte, por arte de magia y de la decisión de Eduardo Duhalde, en el candidato para definir la propia interna peronista en contra de Carlos Menem. Con un modesto caudal de votos en la primera vuelta, resulta electo presidente ante el retiro de su contrincante.

No fue un presidente más, fue una máquina de construir poder e instalar en la Argentina una matriz de gobierno que sepultó todo lo conocido. Rápidamente su mentor, Duhalde, quedó a un costado, y el santacruceño sentó sus reales en la casa rosada.

 Toda interpretación de la historia contiene algo de arbitrario, se dice que la cuentan quiénes ganan. En este caso, no hay ganadores ni perdedores definitivos, por lo menos no todavía, por lo que la exégesis pretende partir de la estación del subjetivismo controlado, de la pretensión del equilibrio analítico.

El “kirchnerismo” se ha constituido, con el correr del tiempo, en un fenómeno complejo, difícil de sintetizar en pocos conceptos. Cometeríamos el pecado de generalización indebida si no identificáramos sus componentes y fundamentalmente la influencia de sus líderes, que lo han convertido en lo que es hoy, tanto en función política como de gobierno.

Néstor Kirchner ingresa a la casa rosada con los bolsillos flacos de poder y de dinero. Su maquiavélica astucia lo convencen de que, para construir su fortaleza política y económica, debe inventar un basamento “moral” de su gestión, que le sirva como paraguas para hacer lo que hay que hacer. “No se puede hacer política sin plata”, dijo alguna vez. Tampoco sin relato.

Comienza por blindarse éticamente, mimetizando su gestión con el rescate de los derechos humanos de los setenta. Allí acierta un pleno. Todo lo que vendrá después, tiene el fundamento moral de la "memoria, verdad y justicia”, a pesar de haber sido, en los años de plomo, sólo un despiadado ejecutor de deudores morosos de la malamente recordada 1050.

El cimiento fue sólido y le sirvió para ir por todo. Ganó tiempo y espalda política suficientes para diseñar y comenzar la ejecución del más formidable plan de filtración del dinero público hacia napas privadas, sus propias napas. No fue un simple escamoteador de fondos públicos, fue un Robin Hood valiéndose del erario.

 Eso le sirvió a su viuda para intentar neutralizar la acusación de llevarse montañas del dinero público. Condenar a Cristina no es hacerlo por la comisión de delitos en el ejercicio de la función pública, es condenarla por su política de derechos humanos, por su defensa de los más débiles, por su lucha contra el imperio.

A ésta etapa, la etapa fundacional de construcción de los cimientos del poder kirchnerista y del sistema de acumulación de capital producto de la corrupción, le siguió la segunda, que fue la consolidación de la maquinaria extractiva y la patologización del mando.

 En efecto, ese estratega genial que fue el abogado al que le costaba pronunciar las consonantes fricativas, pergeñó el segundo mandato kirchnerista a través de su esposa, Cristina. 

No obtener una reelección inmediata fue la manifestación más efectiva de la inteligencia maquiavélica de Néstor. La estrategia relegó a la ambición fatua. No quería poder para hoy, sino para veinte años. La muerte lo tomó a medio camino.

 La maquinaria de corrupción siguió funcionando con piloto automático, aunque con el pleno conocimiento y conformidad de su sucesora, y ella se dedicó a crear la política de confrontación, no tanto por cálculo político sino por su temperamento patológico.

La tercera etapa la estamos pasando ahora. Néstor diseñó el plan de ejecución, pero su desaparición física truncó el de contingencia. Cristina, como elefante en un bazar, estrelló de lleno la nave, y las causas le cayeron en cataratas. Es que ella nunca tuvo la estatura política de su marido. Es más elemental, su estructura temperamental es absolutamente maniquea. Ama (¿ama?) y odia sin medias tintas.

  Hoy, como resultado del kirchnerismo, tenemos todo un país no sólo en ruina económica, sino dedicado casi exclusivamente a presenciar los manejos institucionales que desvergonzadamente se realizan desde el poder para construir la impunidad del sistema inaugurado en 2003.

¿Cuánto de Néstor hay en el kirchnerismo de 2022? ¿Cuánto de Cristina? Si kirchnerismo es el género, la especie debería ser el “nestorismo” en la primera etapa y el “cristinismo” en la segunda y la tercera. Pero si queremos fundir la adjetivación en uno sólo de los líderes, ¿cómo lo llamaríamos?

No es que la alumna haya superado al maestro, no. El maestro fue cerebral, astuto, calculador, ideólogo; la alumna, ejecutora, confrontativa, directa, sin estrategia, sin concesiones. Era lógico, entonces, que recibiera el tsunami judicial sin el parapeto anticipado.

Alberto fue su carta salvadora, debía blindarla judicialmente. No le resultó, por lo menos no totalmente, y en eso está la república hoy, transcurriendo la tercera etapa, que será recordada por las definiciones judiciales. ¿El nombre? Todavía está por verse: impunidad o justicia.

 Por ello, en orden a la crudeza de los acontecimientos de los últimos tiempos, creo que el movimiento iniciado como “kirchnerismo”, devenido luego en “cristinismo”, debería recordarse en la historia como “cristinonestorismo”.

Esta columna fue escrita antes que el TOF 2 pronuncie su sentencia. Temo que con el fallo, si condenatorio, entremos en la cuarta etapa, en la del “rompan todo”, incluyendo la democracia. Gremios, piqueteros, funcionarios, amenazando a la institucionalidad argentina.

Porque la monarquía no concibe que las instituciones estén por encima de la voluntad de la reina. “Después de mí, el diluvio”, parece ser la decisión final de la monarca.

El pueblo argentino no debe hacerle el juego a los violentos, a los antidemocráticos, a los que prefieren accionar el chaleco de la inmolación republicana antes que alinearse con el cumplimiento de la ley. Serenidad y firmeza debe ser la respuesta. Y nunca más.

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