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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Un futuro fuera del país

Argentina enfrenta el desafío de retener a quienes han perdido la esperanza de ver revertida la situación que hoy los expulsa. La emigración se ha vuelto un fenómeno imparable que involucra a personas de toda condición que no renuncian a las oportunidades o a la movilidad social que nuestro país les niega.

La fuga de talentos adquiere variantes distintas. Entre los destacados cuadros profesionales locales que se desempeñan en la llamada economía del conocimiento, por ejemplo, para muchos basta con conseguir una contratación desde el exterior para pasar a cobrar en dólares o euros, eludiendo normas previsionales y cambiarias, sin necesidad de modificar sus domicilios. Estos trabajos freelance no pueden competir con ofertas de trabajo regulado en el país por lo que favorecen el desarrollo de un mercado paralelo. Los formamos acá pero los perdemos, reduciendo también la capacidad de nuestras empresas de conseguir recursos humanos calificados.

Una cadena de TV suiza emitió días atrás un informe sobre nuestro país exponiendo lo que calificaron como “una fuga de cerebros sin precedente”, asimilando la situación a la crisis de 2001, dada la falta de perspectivas, los salarios en caída ante la inflación y la inseguridad como principales razones. Señalaron que casi 200 argentinos, mayormente profesionales, parten a diario en busca de un futuro más venturoso y consignaron un estudio según el cual el 82% de los jóvenes se irían del país si pudieran.

Según la Ocde, la Argentina está en el top 30 de las naciones con emigrados de alta calificación. Datos de la ONU indicaban que en 2019 un millón de argentinos vivía ya en el exterior, el 2,27% de la población del país; la mayoría en España, Estados Unidos, Italia, Chile y Paraguay. Hoy deberíamos destacar también a Uruguay entre esos países.

El éxodo incluye a profesionales y mayores de 45 años dispuestos a volver a empezar en otro lado pensando en sus hijos e incluso a algunos con capacidad de invertir en proyectos, cansados de no poder progresar acá.

Se calcula que en la Argentina viven unos 175 mil venezolanos. La inflación, el valor del dólar y la inseguridad han comenzado también a expulsarlos, a razón de unos mil por mes, obligados a buscar mejores alternativas cuando sus salarios en dólares cayeron estrepitosamente. “Esta historia ya la vivimos”, nos comentan y advierten.

La emigración argentina es calificada y representa un costo para el país que invirtió en su formación y desarrollo, sin mencionar el enorme costo emocional para quienes tienen que irse y las familias que aquí quedan. Además de generar las condiciones políticas, económicas y sociales que permitan detener el incesante empobrecimiento de una población cansada que ya no puede soñar con un futuro digno, deberemos desarrollar una política de Estado que contribuya a la retención de nuestros cuadros. Hay mucho por hacer. Necesitamos del esfuerzo de todos y de cada uno, para lo cual recuperar la esperanza y avizorar que algo puede cambiar para bien resulta imprescindible. La Argentina que nos duele alimenta la diáspora, potencia la salida vía Ezeiza y trunca los sueños de los que quedan acá sin opciones. Ese otro país que debemos construir para retener a nuestros hijos no puede espera.

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