Por Emilio Zola
Especial
Para El Litoral
El 26 de noviembre de 1911 la primera mujer argentina votó según las leyes electorales vigentes en aquellos años. Disparó así las alertas del machismo patriarcal. Eran tiempos de predominio conservador, atravesados por una democracia ficcional que Julieta Lanteri, aquella primera sufragante del género femenino, enfrentó con todas sus fuerzas.
Julieta tenía experiencia en eso de combatir la desigualdad. Había sido la primera mujer graduada como bachiller en el Colegio Nacional de la Plata y logró convertirse en médica después de exigir su incorporación inmediata, inspirada en la proeza de otras dos pioneras del feminismo: la primera médica argentina, Cecilia Grierson, y la primera farmacéutica argentina, Élida Paso.
De origen italiano, graduada contra viento y marea tanto en medicina como en farmacia, Julieta Lanteri logró meter su voto en la urna luego de obtener un fallo judicial que la habilitó para cumplir con el acto cívico en la parroquia San Juan Evangelista del barrio de La Boca. En un hábitat de varones, la mujer marcaba un hito histórico.
Primera y última vez, sentenciaron los capitostes de la supremacía masculina. El aparato político en su conjunto reaccionó contra la doctora Lanteri y la vetó como electora mediante una triquiñuela: las autoridades electorales exigieron que los votantes estuvieran enrolados en el servicio militar, requisito que dejaba afuera a las mujeres. Aunque Julieta pidió ser incorporada a la Colimba, su intento fue en vano y no pudo volver a votar.
Pero la espina ya estaba clavada por esta dama que para entonces se había convertido en una referente de los derechos femeninos, iniciadora de un extenso debate que a lo largo de cien años y fracción logró esto que hemos dado en llamar “paridad de género”. Así se denomina el instituto que finalmente llegó a imponerse en el 90 por ciento del territorio nacional, con sólo dos provincias (Tucumán y Tierra del Fuego) sin adherirse.
Desde hace dos semanas, Corrientes forma parte del conjunto de distritos igualitarios. Pero no fue fácil. La ley que consagra el derecho de las mujeres a integrar en partes proporcionales e intercaladas las listas de cargos electivos anduvo varios años por el limbo donde las posiciones más ortodoxas suelen aletargar cualquier cambio que roce los privilegios del statu quo.
El gobernador Gustavo Valdés presentó el proyecto en 2018, durante su primer año de mandato. Corrían vientos victoriosos en la alianza oficialista ECo, que terminaba de abrochar su perdurabilidad con un detalle no menor: por primera vez en tres lustros el dueño de la birome no llevaba el apellido Colombi.
La llegada del actual mandatario, ubicado idiosincráticamente en un peldaño generacional diferente, significó un cambio medular dentro del proceso de continuidad política que Encuentro por Corrientes había celebrado intensamente aquel 8 de octubre de 2017, sin advertir que el radicalismo (y la política de Corrientes en su conjunto) asistía al advenimiento de un nuevo liderazgo caracterizado por la plasticidad del lenguaje digital, donde el modelo de gestión valdecista echaría raíces no para romper, sino para heredar.
El estilo pastoril y analógico de las conducciones arraigadas en la territorialidad tridimensional comenzó a convivir con nuevos métodos de comunicación, en un feedback instantáneo que se hizo una costumbre en las redes sociales, donde el oriundo de Ituzaingó adquirió una dinámica sobresaliente, al punto de que muchas de sus principales decisiones comenzaron a ser anunciadas y fundamentadas en sus cuentas de Facebook, Twitter e Instagram.
Allí el apoyo a la Ley de Paridad (como el respaldo que en aquel momento también recibió el todavía pendiente proyecto de Voto Joven) invistió de legitimidad a la iniciativa gubernamental, pero el aval popular no se trasladó a los claustros parlamentarios. Costó trepanar el muro de la inflexibilidad que desde tiempos poscoloniales constituye una valla ideológica que hasta el presente coyuntural nadie había podido superar.
Faltaba que alguien articulara una estrategia como la que Valdés aplicó en pos de estos objetivos estructurales. Una combinación de perseverancia y astucia política que lo llevó a desplegar todo su carácter recién en la última etapa del primer mandato, como corolario de un proceso de dosificación que apretó el pie derecho en una curva progresiva, sin provocar fracturas expuestas nocivas para el proyecto político que mantiene a la UCR en la cima del poder.
Ahora que las cartas están echadas, con la ley publicada y en plena vigencia, las mujeres de la política correntina tienen el camino expedito para penetrar en las profundidades de la partidocracia sostenidas por un nuevo marco normativo que busca erradicar inequidades seculares. La presencia femenina se incrementará con aires revolucionarios, para configurar un nuevo sistema de representación que tiene en el gobernador su principal custodio, un lauro bien ganado que lo inserta en la historia institucional como lo que es: un reformador.
¿Alguien imaginaba que, mediante la potencia innovadora de una ley sin precedentes, la mujer alcanzaría estatus político equivalente al de los varones en una provincia catalogada como feudal? ¿Y que esa transformación reparadora de una discriminación ancestral se alcanzaría en los pocos años que lleva al frente del Poder Ejecutivo un vástago salido de la misma viga continuista que prohijó a símbolos del más rancio tradicionalismo vernáculo?
Valdés representó en su momento la garantía de permanencia de ECo en la esquina de Salta y Mayo, con todo lo bueno que representaba para el universo de electores la prolijidad administrativa de una impronta gubernamental que exorcizó los fantasmas de la cesación de pagos tan acechantes en la convulsionada década del 90. Pero también se presentó como el resultado de una evolución rejuvenecedora que inspiró nuevos paradigmas sociales.
El concepto de discriminación positiva como abrelatas de viejos moldes culturales reacios a la inclusión femenina fue aplicado a la perfección por el gobernador, que tomó debida nota de la expectativa que su figura generaba en la mitad más numerosa del padrón. Por eso no sorprende que haya impulsado la paridad de género desde el comienzo de su mandato, motivado por un dato ineluctable: la boleta con su nombre había sido la preferida de madres, hijas, tías y abuelas y bisabuelas en las elecciones de 2017.
Tampoco es casual que la multitud de mujeres agolpadas en derredor de la Legislatura, durante la tarde en que se consumaba la última media sanción de la ley, haya vitoreado al gobernador en ejercicio sin distinción de banderías. Mucha agua pasó por debajo del puente de la postergación a la que fueron sometidas las exponentes de la feminidad en ese coto cerrado donde los machos alfa del arco político se confabularon una y mil veces para obturarles el paso a las desapadrinadas como Patricia Rindel.
Otra será la historia a partir del reparto equitativo de escaños, lo que no quiere decir que la deuda de tantos años haya quedado saldada, ni mucho menos. La nueva legislación es solo un comienzo que seguirá siendo resistido por los carcamanes de siempre, que refunfuñan por lo bajo mientras tejen estratagemas para priorizar a las “señoras de” en vez de candidatas con proyección propia.
La igualdad real es todavía una quimera. Por más que una ley obligue a distribuir bancas en partes iguales, seguirán habiendo trabajadoras con salarios comparativamente más bajos, mujeres cuyas carreras profesionales se ven coartadas por el embarazo y chicas estigmatizadas por su manera de vestir o por las relaciones sentimentales que puedan entablar a lo largo de sus vidas.
Falta, es cierto. Pero falta menos, dirían Julieta Lanteri, Alicia Moreau, María Eva Duarte y todas las mujeres que dieron y seguirán dando batalla contra ese enemigo cultural que Eduardo Galeano definió al escribir: “El miedo de la mujer a la violencia del hombre, es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”.