Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Siempre creí en esa posta inexorable, que en la vida no solo las generaciones se suceden, sino también el conocimiento a través de las palabras que van conformando el conocimiento. Es un permanente ir y venir de ellas.
De chico, lo primero que leía de las revistas eran las páginas destinadas a publicidad, tal vez por mi inclinación natural desde horas tempranas por el arte de comunicar ideas para vender.
Me fui compenetrando de la argumentación que cada una exponía, y de allí aprender la capacidad de síntesis por decir en pocas palabras, las apelaciones que mueven a comprar determinado producto.
Eso me confirió gimnasia, pero más que nada, detenerme en cada frase que veía en revistas y diarios, y hasta anotarlas no para copiarlas sino que la comunión con ellas me alimente la virtud de la locuacidad, ejercitando un “pasapalabras” que se va engrosando en la vida, ampliando la capacidad del vocabulario.
Es así que me encuentro con experiencias que alguna vez han dicho o dicen, personas de todas las índoles, y que son aplicables porque nacieron de la vida y vuelven a la vida misma, a veces con una veracidad asombrosa y chispa creativa encomiable.
Seguramente las mejores reflexiones donde las palabras ejercen su propio rol para el permanente desconcierto argentino, provienen de una niña muy chica de mirada profunda, de firme puntería como para darnos siempre en la matadura.
Su nombre: “Mafalda”, publicada por primera vez el 29 de setiembre de 1964, en el “Semanario Primera Plana”, y dibujada por su creador, el pintor y diseñador gráfico mendocino, Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido por Quino, premio Princesa de Asturias en el rubro “Comunicación y Humanidades”.
“Mafalda” nació como dibujo, concebida por su “padre”, Quino, el 15 de marzo de 1960, haciéndose local en cualquier lugar del mundo, tan popular como aquí.
Una idea de su pensamiento maduro, un verdadero “pasapalabras” que aún todavía no aprendimos: “En la vida hay personas que no dejan de sorprender…y hay otras que no dejan de decepcionar.” “A mí me gustan las personas que dicen lo que piensan. Pero por encima de todo, me gustan las personas que hacen lo que dicen.”
Su ironía no tiene precio, pero no solamente son ideas claras sino verdaderas y dolorosas.
Leí por allí, seguramente de alguien brillante que piensa y razona, respecto al odio tan de moda en campaña por quienes se quejan de ello: “Dejarán de odiar cuando dejen de ignorar.” Porque no hay peor cosa que luchar contra la ignorancia, porque es como el fanatismo que antes de reconocer, gira la situación a su real conveniencia, y sale siendo culpable quien no tuvo nada que ver.
A propósito de frases bien avenidas construidas en momentos difíciles, y teniendo en cuenta que el ignorante se parece mucho al bruto, alguna vez Perón lo dijo: “El bruto siempre es peor que el malo, porque el malo suele tener remedio, pero el bruto, no”. Lapidario, pero real.
En nuestras sociedades, donde todo se mide por otras cosas conexas, es decir por la apariencia que por las virtudes, en que la belleza, el apretón de manos, el abrazo ante las cámaras, la frase rimbombante, forman parte inmerecida porque carece de virtudes específicas, idóneas. Es decir, se adolece de lo esencial y lo que verdaderamente importa, lo demás poco y nada aporta de verdad.
A propósito, Ted Sorensen, asesor de los discursos de John Fitzgerald Kennedy, cuando le gana a Nixon la Presidencia de los Estados Unidos, expreso sintéticamente el fenómeno de esos que logran triunfos impensados: “Se dice que los mitos siempre tienen más fuerza que otros.”
Es la paradoja no establecida que el camino del ascenso toma a veces, como el comentario formulado por un oyente a una radio, y dado a conocer por un diario capitalino: “Tener gente pobre dependiente de los planes sociales, es tener votos.”
Siempre tomando por otras vías, el de la dádiva en una sociedad con casi 100% de inflación, flagelo que al término de una gestión, aún no se dio por mejorada, ni menos concluida. Sigue bien alta, incendiando todos los presupuestos posibles.
En esta suerte de “pasapalabras” existen algunas de ellas contundentes y lamentables por las cosas que se han dicho y son dolorosas verdades al comprobarlas, que la historia las tomó palabra por palabra.
Felipe González, el líder español, haciendo una referencia a Chávez, dijo: “Por eso recuerdo lo que hizo Chávez en 1999 en Venezuela, cuando juró cumplir la Constitución, y sólo pasó un año antes de convocar al pueblo para destruirla y hacer una nueva. Así que, sí soy más pesimista de la voluntad que de la inteligencia.”
Pero no siempre las palabras son pesimistas como lo es la propia vida en su descarnada realidad, cuando junto a las palabras van los hechos que las eximan de crítica, por el contrario merecedoras por haber cumplido con lo pronunciado.
Alguna vez la vi, y la anoté porque hablan del amor, miradas desde la cotidaneidad, donde nada se reserva: “Un día leí por ahí que cuando conoces a la persona indicada, no sientes todo ese alboroto y manojo de nervios y demás, sino que sientes simplemente paz porque con la persona correcta te sientes seguro del todo y en todos sus sentidos. Y te diré un secreto un secreto, sabés..? Yo solo siento nervios antes de verte, pero me basta un segundo, un simple segundo con verte allí parado, esperándome, para sentirme olvidada…y en paz…”
Confieso, que no sé a quién pertenece, pero sin duda no es “pasapalabras” por el arte de pasar, sino que entrega en cada pase su corazón.
Y, una última reflexión de esa niña terriblemente inteligente, que hizo de sus palabras un compendio de buenos principios que el mundo sigue leyendo. Dijo, Mafalda: “De tanto ahorrar en educación, nos hemos hecho millonarios de ignorancia.” Sigo admirando la sensatez, de personas que piensan con sentido común.