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El poder de lo efímero vs. los vientos de cola

Sabado, 14 de octubre de 2023 a las 15:57

 

Por Emilio Zola

Lo exótico puede encandilar hasta convertirse en un fenómeno de masas cuando su contraparte aburre con más de lo mismo. Crecer desde la singularidad estética y aprovechar los tiempos de tormenta para henchir velas hasta alcanzar una popularidad sorprendentemente rápida vale como estrategia para captar la atención de una feligresía huérfana, dispuesta a ser fidelizada por la empatía superflua de la bravuconada. 

Pero la vertiginosidad del que asciende al pináculo de la consideración pública con métodos efímeros encuentra techo antes del momento ideal. No llega a consolidar la raíz que caracteriza a lo perdurable. Como un músculo anabolizado, confunde gordura con hinchazón y comienza a bordear un límite anticipado por su propio estilo provocativo, impuesto por una regla democrática indispensable como es la construcción de consensos que permitan a una fuerza política (cualquiera fuera) anexar nuevos nicho sociales y convencer a los más dubitativos.

Las encuestas han perdido aquel mágico poder de la predicción asertiva, pero siguen siendo una fuente de consulta orientadora que si bien no garantiza resultados ayuda a tomar decisiones en el tramo final de una campaña proselitista tan difusa y tan pareja. Y es en ese instante de mediciones comparativas cuando la sensación de estancamiento provoca cólicos intestinales a cierto candidato.

Javier Milei, el ganador de las PASO que hasta antes de los debates presidenciales se perfilaba como un aspirante en alza, padece el amesetamiento de su oferta en razón de que se ha quedado sin público al cual seducir. Ya tiene a los jóvenes, a los excluidos del mercado laboral formal, a los escépticos y a los negacionistas de la dictadura, pero todos esos estratos no son suficientes para perforar la barrera de los 40 puntos que necesita para ganar en primera vuelta.

Sabe el libertario que si no da el batacazo de entrada, un balotaje puede ser complicado de afrontar con un Sergio Massa que se sostiene en segundo lugar sobre la base del malo conocido. En una competencia de miedos –se dijo alguna vez en esta columna- el que menos miedo inspira es el que logra mayores apoyos. Y el ministro candidato se las ingenia para pintar un futuro cercano de normalidad económica a pesar del incendio inflacionario y la corrida bancaria de la última semana.

Patricia Bullrich tampoco decrece. En los últimos días elevó la vara de su propia campaña con apariciones oportunas en las que responsabilizó a Massa por el desastre económico y definió a Milei como el asesor de una cueva financiera que no mide el riesgo de sus expresiones. Criticó así el llamado que formulara el candidato de La Libertad Avanza a no ahorrar en pesos porque la moneda nacional “vale menos que excremento”.

De ese modo la candidata de Juntos por el Cambio hizo foco en su principal adversario y frenó el drenaje de adhesiones que padeció mientras se dedicaba a prometer el fin del kirchnerismo, algo que ya está consumado por la fuerza de los hechos y que no seduce como promesa por una razón objetiva: no hay competidores K en esta carrera por el poder.

Ahora la crítica de Bullrich apuntó a la irresponsabilidad política de un candidato a presidente que sale a dinamitar la poca estabilidad cambiaria que queda con la finalidad de crispar los ánimos mientras los sectores más vulnerables se topan con el litro de leche disparado al estratosférico precio de 600 pesos el litro. Sin pasar por alto el llamado “Plan Platita” instrumentado por Massa, contuvo a sus leales y conjuró el riesgo de que la centroderecha liberal termine reclutada por los cuarteles del libertario con movimientos correctos como el anuncio de que Rodríguez Larreta (a quien derrotó en primarias) será su jefe de Gabinete.

A todo esto, el dólar ilegal atravesó la frontera psicológica de los 1000 pesos y en ciudades fronterizas como Clorinda hasta dejaron de aceptar el dinero emitido por el Estado Nacional como medio de cambio. Sí, así como lo están leyendo: comerciantes argentinos instalados en adyacencias paraguayas decidieron manejarse en guaraníes para no perder con las oscilaciones de precios provocada por la volatilidad del billete argentino.

El Gobierno Nacional es el principal responsable de todo este lío por haber dejado escapar oportunidades de oro que hubieran revitalizado las arcas del Banco Central en la salida de la pandemia, pero en lo coyuntural mucho tuvo que ver la recomendación de Milei y sus adláteres. Quemar las naves pareciera ser la consigna del libertario ante la horizontalización de sus indicadores.

La reacción del oficialismo fue errática. Por un lado el presidente saliente (nunca antes un jefe de Estado fue visto tan vacío de poder y al mismo tiempo tan dependiente de la figura de un ministro para continuar en control de sus atribuciones) denunció penalmente al candidato de La Libertad Avanza por acicatear un estallido. Por otro, el candiministro Sergio hizo correr la voz (en off) de su enojo por el craso error estratégico de Alberto, cuya estocada victimizó en cierto grado el hombre de la motosierra.

En cierto grado decimos porque, al fin de cuentas, Milei llamó a conferencia de prensa en un intento por capitalizar la denuncia en su contra y terminó dejando al desnudo su genio irascible, contenido con el rictus de la corrección política que se esforzó por ejercitar en los debates, pero desatado contra un periodista de exteriores al que denostó por presentar la nota en vivo para una radio. “Vas a escuchar lo que digo? Te interesa?”, reprochó intolerante el candidato. El cronista (en directo con estudios) relató que “así vemos cómo se enoja Javier Milei”, quien cerró el incidente de la peor manera: “Y vos sos un grosero”.

Es el mismo Milei que asegura haber cambiado de actitud frente a la responsabilidad de la hora. Se justifica diciendo que antes insultaba al Papa, pero que ahora no. Que antes gritaba, pero que ahora no. Que antes denigraba, pero que ahora no. El periodista maltratado en la última conferencia es prueba viviente de lo contrario: a Milei se le sigue saliendo la cadena en el momento menos pensado y sus impulsos lo llevan a despistes antológicos, como cuando trató de vender fruta podrida con el dato de que Bullrich ponía “bombas en jardines de infantes” y que en el Incucai reina la corrupción porque “hay 300.000 donantes de órganos por año y siguen faltando órganos”.

Mentira sobre mentira, lo que se pudo haber construido fruto de la bronca popular desatada por la ineptitud gubernamental comienza a padecer la erosión de la desconfianza. Y como sucede con el Teorema de Baglini respecto de los políticos, también la gente se torna más reflexiva a medida que se acerca el desafío electoral. A una semana de la contienda, lo que inspira Milei no hace pie en sentimientos como la esperanza ni en valores como el desdoro, sino en fenómenos reactivos que explotan, esparcen esquirlas y luego se apagan.

Quemar las naves, como intentará Milei en las cuatro jornadas de rueda cambiaria que le restan a Massa para llegar a las elecciones con el dólar pisado por debajo de los 1000 pesos (algo que logró a fuerza de inéditos allanamientos a “dealers” de la city que antes –sospechosamente- nadie pudo individualizar), podría ser un tiro por la culata en razón de que así como hay un 30 y pico por ciento dispuesto a votarlo para que rompa todo, hay un 60 y pico por ciento de argentinos que valoran conquistas pétreas como la educación pública, la salud pública, la jubilación por sistema de reparto y la integración regional, por citar cuatro pilares que el libertario promete demoler con algo llamado “voucher”.

En la conducta del 60 y pico más razonable reside el destino de un país que se aproxima a un período de crecimiento motivado no por méritos propios sino por un contexto internacional de guerras, conflictos y atentados. En las últimas horas hasta el Museo del Louvre, en el corazón de París, debió ser desalojado por amenazas de ataques terroristas. Y cada vez que el primer mundo entró en crisis, la Argentina se posicionó con potencialidades envidiables.

Rusia ataca a Ucrania, China doblega tecnológicamente a Estados Unidos, Israel se hostiliza por el ataque de Hamas, Biden manda un portaaviones para apoyar a Nentanyahu. Un escenario internacional dramático y una Argentina llena de lo que el mundo demanda aquí y ahora: comida y energía. ¿Quién administrará ese momento geopolítico favorable? ¿Quién orientará ese viento de cola para que los connacionales del Papa, los campeones del mundo tan bien representados por Messi, el Dibu y Scaloni, salgan de una buena vez a flote?

 

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