¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

¿Auto usado o motito de 110? Dilema de las grandes ciudades

Los usuarios de motovehículos que transportan más de un niño o a la totalidad de sus familias sobre dos precarias ruedas fabricadas por las potencias industriales asiáticas no suelen contemplar la opción de un vehículo de cuatro ruedas. Pero el auto, aunque sea usado y entrado en años, siempre ganará la pulseada de la seguridad, el confort y la tranquilidad de salir sanos y salvos de una colisión leve.
 

Sabado, 28 de octubre de 2023 a las 06:57

El sentido filosófico de tener lo propio, el sentimiento satisfactorio de cumplir con el objetivo de alcanzar la meta del vehículo propio, representa para los compradores de motocicletas de cilindradas modestas una poderosa motivación que se combina con una ventaja objetiva como es la de ganar independencia para trasladarse dentro de la ciudad o en distancias cortas.
En general los usuarios de motovehículos de bajo costo cuyo precio ronda el millón y medio de pesos se apoyan en razones subjetivas, sin pensar en las derivaciones contingentes como los accidentes. El placer de la emancipación motorizada, la chance de salir a cualquier hora y en toda circunstancia sin depender del colectivo son parte de una ecuación que no observa factores como el riesgo de siniestralidad, un índice en alza que contradice la tendencia compradora y que potencia las voces de la conciencia, expresadas –por ejemplo- en la recomendación abuelos y otros seres queridos.
¿Qué madre no imploró a su hijo adulto: “por favor querido ahora que tenés familia vendé esa moto y comprate un autito”? La respuesta del hijo se enanca en un razonamiento economicista: la moto de 110 cc es más barata que un auto, se puede comprar en cuotas sin recibo de sueldo, es de fácil mantenimiento, etcétera. Pues bien: nada de eso corresponde con una verdad absoluta señoras y señores. Este informe llega para rebatir esa fundamentación sobre la cual las ciudades argentinas (y de otras naciones con escalas sociales equivalentes) se ven atestadas de motovehículos, la mayoría de los cuales colonizan las calles como tierra de nadie hasta desatender las más elementales reglas de tránsito.


¿Es cierto que una Honda Wave, una Yamaha Crypton o modelos equivalentes cuestan 1.5 millones de pesos argentinos? Sí pero no. El punto crucial del negocio de la venta de motos (tanto nuevas como usadas) es la financiación en apariencias accesible, con cuotas que pueden ir de 20.000 a 50.000 pesos mensuales durante plazos que llegan a los 36 o 48 meses, por citar ejemplos de períodos predeterminados a lo largo de los cuales el PTF (precio total financiado) puede llegar a cuadruplicar el valor de lista.
La misma moto 110 que se ofrece en vidriera a 1,4 o 1,5 millones, alcanza fácilmente los 5 millones de pesos al cabo de cuatro años de un plan de pago que transcurre mientras el bien adquirido inicia un proceso de amortización y desgaste que obliga a su propietario a erogar ingentes sumas para conservar estándares confiables de funcionamiento, en razón de la exigencia a la que son sometidas esas máquinas, en su mayoría de origen chino, ensambladas en el país.
Vale en esta instancia una breve referencia a la horrorosa costumbre de muchos usuarios que someten a sus hijos al inconmensurable peligro de viajar apiñados de a tres, de a cuatro o incluso de a cinco pasajeros sobre la misma motocicleta por calles que, en horas pico, se convierten en auténticas trampas mortales para cualquiera que conduzca sobre un chasis sin carrocería y (muchas veces) sin el casco protector.
Ese apartado del riesgo de exponer al propio hijo a un accidente trágico será profundizado en otro momento, pero resulta un elemento clave en la recomendación de abuelos atinados: cuidar a los niños evitando que viajen sobre dos ruedas minimalistas de 12 pulgadas de diámetro, dejar la moto a un costado por peligrosa, en todo caso guardarla en el garaje para paseos ocasionales o trámites puntuales, y contemplar la alternativa de un automóvil, cualquiera sea su modelo, su año de fabricación e incluso su estética.
El pensamiento de muchos padres jóvenes suele quedar atrapado por una nostalgia de la eterna adolescencia. Pero un buen día esos muchachos pasan a ser jefes de familia, con una esposa y un bebé que precisa viajar, por ejemplo, al control médico. Y la opción más práctica (al mismo tiempo que imperfecta) es subir los tres a la moto con bolsos y biberones para sortear obstáculos en la vía pública con una certeza infundada de que nada malo ocurrirá en el camino.
“El auto es caro”, “te cobran estacionamiento”, “el service cuesta más que el de una moto”. Los fundamentos en contra de la opción de pasar de la moto al auto se multiplican. Pero aquí queríamos llegar: hay en el mercado de automóviles de segunda mano distintos modelos muy dignos y nobles que pueden perfectamente cumplir con la misión de transportar a una familia por las ensortijadas calles de Corrientes (o de otras capitales del país) con un nivel de seguridad activa y pasiva abismalmente superior.


Para constatarlo, este cronista visitó sitios de compraventa para certificar que un Fiar Spazio modelo 1995 en condiciones de conservación envidiables (prácticamente un clásico) ronda el millón y medio de pesos. Si las posibilidades lo permiten, se puede aspirar a un Chevrolet Corsa modelo 2002 en su versión tres puertas, por dos millones de pesos, cotización que comparte con otro gladiador de las junglas urbanas como es el Renault Clio 1.2 del año 2000, tanto en tres como en cinco puertas.
¿Por qué gastar entre 4 y 5 millones de pesos en una moto financiada en vez de buscar la alternativa de cuatro ruedas, que también propone medios de financiamiento? Las razones son culturales más que racionales. Desde todo punto de vista siempre un auto será mejor que una moto para trasladarse en familia, como pudo comprobar quien esto escribe hace pocos días, en un embotellamiento durante el cual un muchacho de 20 y pico, su pareja de la misma edad y dos niñas de 2 y 4 años resultaron ilesos de una colisión en cadena ocurrida sobre ruta 12, a la altura de la autovía inconclusa.
¿Qué hubiera sido de las vidas o la integridad física de esa joven familia de trabajadores si en vez de trasladarse en un Fiat Spazio hubieran ido (los cuatro) a bordo de un motovehículo? Es preferible no explayarse porque los resultados hipotéticos resultan obvios.
Como conclusión, un vehículo de cuatro ruedas que rodea a sus ocupantes con una cabina metálica, techo y cinturones de seguridad, aunque tenga 20 años de antigüedad, gana por lejos en el aspecto de la seguridad y el confort a la alternativa de las dos ruedas de escasa potencia y prácticamente nula capacidad de frenado que caracteriza a la marea de motocicletas que a diario se desplazan por la metrópolis, muchas veces invadiendo sendas peatonales, cruzando en rojo o entrando a contramano por cualquier bocacalle.
Pero los motociclistas que cometen tales imprudencias insisten: el auto podrá costar lo mismo que la moto o incluso menos, pero consume más combustible. Es cierto, un motor de Renault Clio 1.2 o un Fiat Spazio 1.1 a carburador “tragan” algo así como 7 litros de nafta súper (la más económica) a razón de 100 kilómetros recorridos. Pero siempre estará disponible como tercera vía el tener el auto en casa para utilizarlo en momentos necesarios y convertir al transporte público en una alternativa cotidiana con la ventaja de que –por cierto– los menores viajan gratis. Es lo que hace la gente en las ciudades más evolucionadas del mundo.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Últimas noticias

PUBLICIDAD