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Por Eduardo Ledesma

@EOLedesma

El Litoral

Largos minutos antes de que se conocieran los primeros resultados oficiales, el gobernador de Corrientes, Gustavo Valdés, utilizó su cuenta de X para anunciar lo que al final se confirmó: que “en la provincia de Corrientes ganó Javier Milei”. Escrutado más del 99% de las mesas y con una participación del 76% del electorado, el candidato libertario se impuso en la provincia sobre Sergio Massa. 

El resultado, en porcentajes, fue 53,19% del libertario contra un 46,80% del ministro candidato: poco menos de 7 puntos de diferencia, distancia que fue muy superior en la Capital, donde los guarismos se mostraron sin atenuantes: 64,22% contra un 35,77%.

Se trata de un monto en línea con el resultado general, y pese a que hubo victorias resonantes de Massa en algunas localidades del interior, confirmó la voluntad de cambio mayoritaria de la ciudadanía, que a las broncas generales en torno a la inflación y a las cuestiones de inseguridad, se sumaron los hartazgos acumuladas por el destrato que sufrió Corrientes en su relación con el gobierno de Alberto Fernández, sobre todo en el último tiempo.

Pero también, se trata de un resultado que reconfigura el panorama interno de la provincia. Serán los libertarios nuevos actores políticos de cara a lo que viene, aunque dependerá de ellos que el triunfo electoral se consolide en el territorio con un proyecto de mediano y largo plazo. Todavía, por lo que se ve, estamos lejos de eso.

De hecho, sin ánimo de polémicas en abstracto, pero también sin candidez en el análisis, hay que decir que el triunfo de Milei a nivel local reposiciona al gobernador Valdés dentro y fuera de los límites provinciales. Más que a los propios libertarios.

Valdés jugó su ficha a pleno a favor del postulante de La Libertad Avanza (lo que implicó mucho más que arengas radiales o televisivas), cosa que no hicieron otros radicales y aliados de entrecasa, y ese solo hecho lo deja en condiciones inmejorables para tallar en la discusión nacional por el liderazgo del radicalismo (lo que no implica necesariamente presidir el partido). 

Lo deja bien plantado, asimismo, de cara a las estrategias que puedan diseñar los gobernadores radicales y de Juntos por el Cambio, que en conjunto son un poder en sí mismo, con brazos activos allí donde más necesitará el libertario: el Congreso de la Nación, territorio de todas las batallas por librar para construir las reformas que se necesitan, pero también para frenar los atropellos o las desmesuras que pongan en riesgo los sentidos comunes que supimos conseguir como sociedad en estos 40 años de democracia. 

La victoria de Milei, incluso, posiciona a Valdés de cara a la sucesión que debe ordenarse en la provincia en función de lo que viene en 2025, porque movió sus fichas estratégicamente dejando en falsa escuadra a los que optaron por las demás posibilidades que dispuso el incierto escenario político nacional, sobre todo después del batacazo de Milei en las primarias, que se consolidó después en las generales dejando afuera de la competencia al PRO, al radicalismo y a la Coalición Cívica.

Todo eso será tema de conversación inmediata y paralela, aunque lo nieguen, y aunque las urgencias de hoy pasen por la política económica general de la Argentina, que debe frenar de algún modo el camino inflacionario que horada cada vez más el poder adquisitivo de todos los argentinos, robusteciendo en el mismo acto la pobreza y la indigencia. Lo que se juega en el futuro mediato de Corrientes es igual de importante. 

***

Javier Milei será presidente y ello implica un reseteo general de la política, lo cual incluye, por supuesto, la relación bilateral de Corrientes con la Casa Rosada. La discusión, en todo caso, es cuánto tiempo hay para empezar a ver señales, pues en el factor tiempo y en los primeros aciertos se enancan las posibilidades futuras de los actuales vencedores.

Por lo demás, muchas consideraciones quedarán para el análisis cuando el reposo deje ver en detalle la decisión que tomó el pueblo argentino: la necesidad de cambio, de terminar con una forma de gobierno que no dio respuestas ni a su propia base electoral histórica, más allá de la formalidad institucional y política.

La democracia como valor mostró ayer que está más sólida que nunca, que no es ese un problema de la Argentina, pero ahora el sistema debe rendir nuevos exámenes para extender sus dominios, para reconciliar a los sectores empresarios-productivos con la política, y a estos con el vapuleado sector del trabajo nacional, que aun con sus salarios formales no llegan a cubrir los costos de la canasta que debería protegerlos de la pobreza. 

Será hora de detener la movilidad social descendente, con todo lo que ello implica, asumiendo además que no hay fórmulas mágicas ni gratuitas ni inmediatas para frenar un proceso decadente desde el punto de vista económico.

No alcanzó la artificialidad del mejor marketing político, ni el plan platita ni la campaña del miedo para detener la profunda voluntad de cambio que se expresó ayer en las urnas. Pero la reconstrucción, poner fin a la decadencia, como insiste en decir Milei, será posible si se mira al conjunto, no solo a la parte y allí emerge el mayor de los desafíos que el nuevo gobierno tendrá por delante; tan o más importante que domar una inflación del 140% anual, quince tipos de cambio en dólares y una economía casi a la deriva desde que el propio Massa la gestiona.

A 40 años de democracia, quiere decir esto que a la dimensión política formal de votar cada dos años, en elecciones limpias, hay que agregarle la dimensión económica y social. Comer y curar, desde ya, pero también educar para el futuro y vivir en paz y libertad. Que la alegría derrote a la angustia por no saber lo que hay más allá. 

Así, casi sin tiempo para el festejo y con demandas infinitas por la expectativa creada, y déficits de todos los colores -pues los faltantes o las carencias se apilan en cualquiera de las variables que se analicen-, Milei deberá ahora convertir en apoyo político esos votos que sumó por sus propuestas, pero también por el puro rechazo a un candidato como Massa, que aterró a muchos votantes, incluso a los que en situaciones de normalidad económica podrían haber acompañado una posibilidad de continuidad dentro de las reglas de la institucionalidad republicana. Milei, en suma, deberá demostrar que es más que antiperonismo o antikirchnerismo. 

Además, le queda por delante al nuevo presidente construir su poder no solo para acomodar el rumbo del país, sino también para morigerar la nueva grieta que luce vigorosa entre los que creen que las conquistas logradas en estos 40 años de democracia no están en situación de ser cuestionadas: ni la educación ni la salud pública ni la restricción en la venta y el uso de las armas ni la gestión de los órganos centralizada por el Incucai ni la relación con el Vaticano ni el Nunca Más. Ni la dolarización, llegado el caso. Quienes piensan eso también lo votaron.

Va en línea con ello, por caso, saber cuál de los Milei es el que gobernará. El estadista o el mentiroso. El que tiende puentes o el que trató de asesina a Patricia Bullrich. El administrador firme, pero cauto, o el de la motosierra. El economista o el loco. El león feroz o el gatito mimoso que abrazó al patito y se dejó abrazar por el gato.

Quedará por ver si gobernará él, y si eso constituye un freno y disolución final para las aspiraciones tanto de Mauricio Macri como de Cristina Fernández, que quieren o quisieron gobernar desde las sombras y a través de terceras personas, pero sin someterse al escrutinio de las urnas.

A Massa, por el momento, reconocerle el gesto de grandeza de aceptar la derrota incluso sin números oficiales. Era necesario para empezar a bajar los niveles de ansiedad acumulados en este interminable calendario electoral que concluye al fin y que, como todo ahora, invita a ser revisado.

Finalmente, saludar también la prolijidad del acto eleccionario de ayer. Acatar el resultado de las urnas y poner todo de nuestra parte para que lo que viene sea mejor, y no solo la consecuencia de un cansancio que entra en pausa, con posibilidades de reversión.

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