¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

El Aqueronte, Orfeo y Ulises: una metáfora de la Argentina

Domingo, 19 de febrero de 2023 a las 00:00

El Aqueronte político borbotea en los centros neurálgicos del poder. Con mes y medio de 2023 consumidos, las elecciones presidenciales están al otro lado de la colina, tan cerca como para que los aspirantes respiren la adrenalina del sprint final pero lo suficientemente distantes para sumergirse en las aguas infernales de una disputa cuerpo a cuerpo, sin más recursos que sus propias habilidades para seducir a millones de decepcionados.
El río Aqueronte existe en la realidad, recorre el noroeste de Grecia en medio de una escarpada superficie que refleja el origen del mito: en parte amurallado por riscos que se ciernen cual monstruos sobre su traza, explica la inspiración de Dante Alighieri cuando, en su Divina Comedia, lo convirtió en el mefistofélico curso hirviente que marcaría el destino final de las almas en pena.
En la mitología, todos quienes intentaban hacerse a las aguas sin recurrir al barquero Caronte, sucumbían. Pero quienes lograban abordar su barca sabían que los aguardaba un período de tormentos en el llamado “río del dolor”, con escasas chances de sobrevivir y una ilusión única: la de atravesar el infierno de Hades para cumplir sus sueños así como lo hizo Ulises, el héroe de Troya.
Hasta aquí los simbolismos de la literatura épica, procedentes para asimilar la complejidad del trayecto que les resta a los principales referentes de la política nacional hasta la renovación presidencial del 10 de diciembre, momento esperado si los hay por los (miles de) argentinos que creyeron en el espejismo albertista.
¿Quién se atreverá a nadar en la procelosa plétora del Aqueronte? ¿A zambullirse en una competencia electoral con destino incierto? ¿Quieren realmente una butaca presidencial cuyo desafío crucial es terminar con el demonio inflacionario? ¿A qué costo (social) lo conseguirá quien ose ocupar la cabeza del Ejecutivo?
Hoy los dispuestos a lanzarse al río de la muerte (política) parecieran ser muchos.  Desde los líderes de los dos grandes movimientos en pugna, pasando por el jefe de Gobierno porteño Rodríguez Larreta, la exministra de Seguridad Bullrich, el libertario Milei, el siempre listo embajador en Brasil Daniel Scioli, el ¿superministro? de Economía Sergio Massa, el ministro del Interior Wado de Pedro, el gobernador jujeño Gerardo Morales, el neurólogo Facundo Manes y los testimoniales de la siempre atomizada izquierda. 
Hasta Alberto Fernández insiste con una hipótesis reeleccionista que no convence ni a Fabiola. Pareciera que la voluntad esputada por el jefe de Estado se deja oír como una mueca de persistencia improductiva, al solo efecto de evitar una licuación de autoridad todavía más rápida, para complementar la autojustificación repetida hasta el cansancio: “Soy el presidente de la pandemia y de la guerra”.
Es verdad que lidió con ambos flagelos, pero mal gestionados. En el primero de los casos, cometió el grave error de romper lanzas con el jefe porteño cuando la imagen presidencial crecía desde el hummus fértil proporcionado por aquella estoica lucha codo a codo contra el covid-19. En cuanto a la guerra desatada por el “amigo” Putin, Alberto la enfrentó con un país lleno de gas en sus entrañas pero sin cañerías para vender tan preciado combustible a los países afectados por el conflicto, que de un día para el otro se quedaron sin los vitales servicios de la compañía rusa Gazprom.
Ahora viene el operativo clamor del peronismo para que Cristina Fernández de Kirchner sea candidata. Marcharán contra la proscripción -alegan- aunque sobre la actual vicepresidenta no pesa prohibición alguna porque la condena por la causa Vialidad no está firme ni lo estará en el mediano plazo (los tiempos judiciales son así). 
¿Por qué quieren el poder? ¿Todos lo desean realmente? Seguro que no. En el juego de simulación que es el arte de la práctica política muchos competidores amagan para negociar, mantienen diálogos subterráneos, comparten asesores, se cuentan las costillas y priorizan el consenso en torno de la figura que más posibilidades de coronar demuestre en el momento histórico que toque en suerte.
En el caso de Juntos por el Cambio el frenesí interno de lo que pareciera ser una disputa irreconciliable entre halcones y palomas sirve como factor de distracción para alimentar la esperanza de un oficialismo estragado por la penosa performance de la administración albertista.
Aunque nunca hay que descartar a nadie, la realidad es que solamente un gol agónico en el último minuto, que frene la escalada de precios al consumidor al menos tres meses antes de las urnas, podría abonar chances razonables para la oferta peronista, cualquiera sea el candidato.
De todas maneras los contendientes de siempre se arrojarán. Para eso se han preparado a lo largo de sus vidas, convencidos de que a partir de 2024 (ahora sí) podrán controlar al biscione, esa serpiente antediluviana que todavía cautiva a las multitudes (desde el escudo de una famosa marca de automóviles) para dar rienda suelta a su irrefrenable apetito de carne humana.
Así de monstruosa es la inflación del 100 por ciento anual para los asalariados y los sectores más vulnerables de la Argentina. Los consumidores lisos y llanos, una mayoría obligada a gastar hasta el último peso para adquirir productos a una minoría ingobernada, las corporaciones formadoras de precios, más sólidas y enriquecidas que nunca, capaces de frenar la liquidación de exportaciones durante meses para obtener un tipo de cambio exclusivo.
Por el sólo hecho de intentar esta cruzada impredecible los referentes dispuestos a competir en elecciones merecen la consideración de sus connacionales. Vituperados, despreciados, acusados de buscar el enriquecimiento propio, los políticos podrán ser una casta inexpugnable para los escépticos, pero son el recurso humano que el país tiene para darse gobierno. Sin ellos, el camino sería el totalitarismo, una hiperbolización de los modelos tiránicos que llegan disfrazados de rebeldía, con el peinado batido y las canciones de La Renga.
La batalla electoral que se viene tendrá muchas particularidades pero solamente dos resultados posibles. Ahí está el sistema electoral, con su balotaje, su armado de alianzas y las temibles Paso, como Caronte con su barca inhundible, listo para cruzar a las almas que se atrevan a surcar un cauce de sangre hirviente, con el afán de alcanzar el ideal de los climas, una suerte de otoño patagónico que convide confort, calidad de vida y prosperidad a las masas, no con igualdad matemática, pero sí con proporcionalidad distributiva.
¿Lo conseguirán? Solamente dos personajes de la literatura antigua lo lograron: Orfeo, quien hipnotizó con los acordes de su dulce lira al barquero Caronte; y Ulises, el héroe de Troya, quien al atravesar las más tortuosas experiencias en su regreso a casa llegó hasta la dimensión de los muertos a fin de reencontrarse con su madre, para luego seguir viaje hacia el mundo de los vivos, como ningún otro había podido. ¿Por qué lo consiguieron? La gran motivación fue el amor. De Orfeo por su adorada Eurídice; y de Ulises por su esposa Penélope y su hijo Telémaco, a quienes solamente quería volver a abrazar. Para los candidatos que se midan en la reyerta inminente, para esos a quienes la generalidad de los votantes juzgan como meros enamorados del poder, del dinero y de los privilegios, la posibilidad del éxito reside en la verdadera motivación de la epopeya. Si en lo más profundo de sus corazones late el impulso bienhechor que motorizó los triunfos de Orfeo y de Ulises, la esperanza sigue viva.

Últimas noticias

PUBLICIDAD