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Lucio y Fernando, y el futuro asesinado

Por Pablo Melicchio (*)

Publicado en Perfil

Según puede leerse en Vigilar y Castigar, de Michel Foucault, Damiens, condenado el 2 de marzo de 1757 en la puerta principal de la Iglesia de París, fue atenazado, quemado y descuartizado. En aquellas épocas, los suplicios públicos tenían dos intenciones; una, castigar al delincuente o a todo aquella persona que desafiara las leyes de la época; la otra, enseñarle al pueblo, al público asistente, qué sucede, o qué les puede suceder, cuando se transgrede, cuando se hace lo que no se debe hacer. 

Con el paso de los años, y el nacimiento de la prisión, cuando se comprueba un delito, se castiga con el encierro, con la pérdida de la libertad, se paga con la reclusión del cuerpo por el tiempo que dure la condena. Y las plazas públicas de hoy son los medios masivos de comunicación, las redes sociales, la televisión, donde el pueblo se manifiesta y puede seguir los pasos del juicio y la condena, y, como en el crimen de Lucio Dupuy y Fernando Báez Sosa, ver los cuerpos, los rostros, las expresiones y las palabras de quienes están siendo juzgados por los asesinatos. 

Se celebran las condenas, pero con acotar la libertad de los culpables no se paga el daño causado a las víctimas, a los seres queridos y a la sociedad. Nadie le devuelve la vida a Lucio, a Fernando, a tantas mujeres y hombres que fueron y son asesinados. Tampoco reinstalar el ojo por ojo, diente por diente, porque en breve el mundo estará lleno de personas ciegas y desdentadas. Y menos matar a quien mata, porque solo quedará una comarca de asesinos. 

La justicia de ayer, como la actual, en el sentido más estricto, tiene el mismo espíritu, el mismo fin, aunque las formas sean diferentes: castigos ejemplares para los culpables, y poner en aviso a la sociedad acerca de las leyes, lo permitido y lo prohibido, lo que está mal y hace mal para el buen vivir en comunidad. En los casos mediáticos de Lucio y de Fernando (hay muchos más, invisibilizados) se condensa todo lo que está mal en esta sociedad: el machismo y el racismo, el abuso sexual, el maltrato físico, el descuido de las niñeces y las adolescencias, los adultos que no protegen y la naturalización de tantas violencias. Por eso la gente se expresa, opina, grita: “castigo”, “cárcel”, “perpetua”. No hay más paciencia, duele demasiado vivir así, ser contemporáneos de tantas vidas interrumpidas por el odio y la barbarie. 

No se soporta más el arrebato de la paz, los robos de cada día, el gatillo fácil, el perverso reloj que cuenta femicidios, el maldito contador de “casos”, la paranoia en las noches, las desapariciones, pánico en las calles, salideras y entraderas, alarmas, cercos eléctricos, gas pimienta, garitas, barrios cerrados, y justicia por manos propias. En las fotos y videos de Lucio y de Fernando había un futuro hermoso, una vida por delante; en sus asesinatos, la verdad más cruel, el horror que todo lo devora y que ya no queremos más, nunca más.     

(*) Psicólogo (UBA), escritor.

 

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