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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

¿Shock benévolo o gradualismo cruel?

Cuando se mencionan los caminos posibles para estabilizar la economía, algunos proponen ir rápido y otros, más despacio. La terapia de shock evoca trauma, temblores y agonías, aunque podría ser más benévola en sus resultados que su contracara: el gradualismo. La vía soft tiene mejor prensa y hace evocar el consejo del general Perón: “Todo en su medida y armoniosamente”. Parece más humana, más social, más empática. Y políticamente correcta, como soslayar la grieta e ignorar la corrupción.

Sin embargo, nadie aplicaría una inyección lentamente ni intentaría evitar una avalancha con andar cansino ni un tsunami jugando en la playa. El dilema es trágico, pues si los argentinos rechazan cualquier medicina, ambas alternativas resultarán tan crueles como la inoperancia actual. 

Argentina avanza, sin prisa ni pausa, hacia un precipicio económico y social, debido al gasto público desmedido y a la inflación. En la turbulencia aumenta cada día la cantidad de pobres e indigentes, la deserción escolar, la delincuencia juvenil, el narcotráfico y la informalidad laboral.

Sergio Massa, el ministro del Interés Personal, logró que Gabriel Rubinstein, un economista otrora respetado, diseñe artificios para dilatar la caída y tener la posibilidad de ser candidato presidencial o, al menos, alcanzar algún prestigio como piloto de tormentas. Pero ninguna medida de fondo ni de shock ni gradualista. Todo ello con la complicidad del FMI, el enemigo público del kirchnerismo, que ahora es Thelma en el Ford Thunderbird que Louise acelera hacia el abismo.

Visto en perspectiva, parece una ilusión óptica –o una pesadilla– que nuestro país, de pocos habitantes, enorme territorio, grandes recursos y una tradición educativa desteñida, pero aún vigente, pueda estar en esta situación. Nuestra imagen “turística” induce a creer que el cambio está al alcance de la mano, con algunas medidas de reactivación, un plan de obras, un programa de empleo joven, líneas de crédito blandas y algo de promoción fabril. Pero no es así.

Analizando más de cerca, se advierte que nuestras crisis recurrentes no son resultado de guerras ni de catástrofes naturales, sino de un sistema de “ideas y creencias” mayoritario que solo conduce al camino del precipicio y no a otro. Ese sustrato de convicciones erradas impide alcanzar consensos políticos para estabilizar la Argentina, pues lo sostiene una trama de intereses creados, públicos y privados, a los que nadie quiere renunciar. Desde las armadurías de Tierra del Fuego hasta los jubilados sin aportes. Desde quienes manejan millones de la Anses hasta quienes viven del déficit de Aerolíneas Argentinas. Es la esencia del populismo y la base de su poder.

Lo prueba el historial lúgubre de la Argentina como incumplidora serial, cooptada por los dueños del Estado y los beneficiarios de la improductividad. Registra un sinnúmero de crisis fiscales, ruptura de contratos y estados de emergencia, incluyendo ocho defaults y dos hiperinflaciones. Durante los gobiernos kirchneristas se expropiaron empresas privatizadas, se estatizaron las Afjp (2008), se confiscó YPF (2012), se impuso el cepo cambiario (2011) y se falsearon índices del Indec para no pagar deudas. Mediante subsidios costosísimos se pretende que el transporte y la energía estén alineados con salarios cada vez más devaluados, a costa de paralizar las inversiones. Y con planes sociales se pretende juntar votos y tapar el verdadero desempleo. Para esconder la inflación se controlan precios, tarifas, peajes, alquileres, internet, telefonía celular y prepagas, además de prohibirse exportaciones. Para ocultar la emisión se absorbe el ahorro bancario con letras y bonos públicos creando una situación insostenible. 

La disyuntiva entre shock o gradualismo no es una cuestión técnica, como un plan de vuelo o un plan de negocios. Para determinar la viabilidad de cualquier programa se deben anticipar las eventuales reacciones de los mercados, de los grupos de interés, de los sindicatos, de las organizaciones sociales y de la opinión pública en general. Pasarlo por el tamiz de la política, aunque no para limarlo hasta la inoperancia, sino para hacer posible lo indispensable.

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