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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

¿En qué se parecen Netanyahu y Cristina?

Benjamín Netanyahu es el primer ministro de Israel, perteneciente a una coalición de la derecha nacionalista y religiosa. Con Cristina tienen algunos denominadores comunes: ambos están juzgados por corrupción y pretenden someter a la Justicia al poder político. Allá, es la sociedad la que se levantó y paralizó las reformas; aquí, las decisiones judiciales la acorralan.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

“La revolución judicial”

Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí

Extraña pregunta la del título. ¿En qué se parecerían la vicepresidenta argentina y el primer ministro de Israel? Y, en su caso, ¿para qué traerlo a esta columna?

No obstante el importante número de argentinos de origen judío, Argentina e Israel no tienen demasiados puntos en común. Es más, los atentados contra la Embajada de Israel en Buenos Aires y contra la Amia, dejaron profundas heridas en la relación, sobre todo por la inacción de la Justicia argentina y el famoso pacto con Irán suscripto por Cristina, que paralizó la persecución penal de los imputados iraníes.

Israel es un pequeño país en superficie, con una población de nueve millones y medio de personas y un producto interno bruto que lo ubica en el puesto 28° del ranking mundial. Argentina, en cambio, es el 8° país en superficie, tiene cinco veces más habitantes, pero está ubicada en el lugar 83° en el PIB.

Los problemas de Israel son muy distintos de los nuestros, son ancestrales y se inscriben en las raíces mismas de la religión judeocristiana y musulmana. Se encuentra en medio de una región hostil y sus preocupaciones principales pasan por su defensa. Israel es una democracia representativa, tiene un sistema parlamentario unicameral (la Knéset), con un primer ministro que actúa como el jefe del gobierno.

Argentina arranca con sus problemas hace no más de setenta y cinco años, no tiene problemas religiosos ni raciales, tampoco es objeto de hostilidad armada y su costado débil es la endémica crisis socioeconómica.

¿Y cuáles serían, entonces, los parecidos entre sus gobernantes? Simple. En ambas naciones el centro político se desenvuelve en una temática común: la justicia.

Nosotros antes, ellos ahora, se encuentran inmersos en un proceso de reformas que tienen que ver con la concentración del poder y con la solución de los problemas penales de sus líderes. En ambos lugares tan distantes y tan distintos, el objetivo común es el sistema democrático.

En su quinto mandato como primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, como líder de una alianza de derecha nacionalista y religiosa y con cómoda mayoría en la Knéset, ha propuesto iniciativas parlamentarias promoviendo reformas en la Justicia.

Lo que él denomina “la revolución judicial” tiene un conocido tufillo que los argentinos reconocemos con sólo una inspiración, y allí finca el denominador común.

Las reformas del israelí apuntan a lo siguiente: una, a modificar el comité de selección de jueces, que hoy requiere un consenso entre la rama judicial y política, para poner exclusivamente el organismo en manos del gobierno. La segunda, eliminar la posibilidad de examen judicial de las leyes. La tercera, introducir la facultad de anular los fallos de la Corte Suprema, con sólo mayoría simple del órgano parlamentario (hoy dominado por el propio Netanyahu).

Cualquier similitud con nuestro país parece no ser pura casualidad, es más, podríamos intuir la intervención de una asesora criolla que puede dar cátedra en estos temas.

Hay que recordar, simplemente, la ley Cristina (luego declarada inconstitucional) que confiere mayoría al gobierno en la integración de Consejo de la Magistratura, que elige a los jueces argentinos. Tampoco olvidar las denominadas “leyes de democratización de la justicia” propuestas durante su segundo mandato presidencial, que ataba a los mismos al carro político de la boleta electoral.

Las maniobras dirigidas a debilitar a la Justicia y en especial a la Corte continuaron durante la presidencia de Fernández, con el proyecto de aumento de los integrantes del alto tribunal, el juicio político en curso, las maniobras para apoderarse de los representantes parlamentarios de la minoría en el Consejo, suma y sigue, todas fallidas. Como resulta evidente, el denominador común entre el israelí y la argentina, es la pretensión de reunir los tres poderes bajo su influjo. Luego, además de la impronta autocrática que ello supone, lograr manejar las causas judiciales que ambos tienen por corrupción.

Israel tiene una sociedad altamente dividida por concepciones político-religiosas que vienen de su origen mismo. Hoy, una de ellas ocupa el poder y desde allí intenta imponer su visión altamente sesgada en un país y un pueblo de larga y tremenda historia.

A grandes rasgos, el cisma de la sociedad israelí ha dividido a la gente en dos grupos: los que quieren un Estado más laico y pluralista, y los que tienen una visión más religiosa y nacionalista, posición ésta última que ejerce el gobierno a través del partido Likud de Netanyahu y aliados de derecha.

Para sus detractores, la Corte Suprema es vista como el último bastión de la élite laica y centrista descendiente de judíos europeos que dominó el Estado durante sus primeras décadas. Los judíos religiosos, en particular los ultraortodoxos, perciben a la Corte como un obstáculo a su modo de vida.

De cualquier modo, me permito resaltar dos diferencias, que resultan decisivas a la hora del análisis profundo.  

En nuestro país, la división de poderes y las facultades de la Corte Suprema (no así la integración del Consejo de la Magistratura) están consagradas en la Constitución. En Israel, en cambio, ambas cuestiones sólo alcanzan nivel legislativo, por lo que una simple decisión del órgano parlamentario puede convertir a Israel en una autocracia.

La segunda diferencia tiene origen en el comportamiento de la sociedad. En la Argentina, la reacción contra los intentos autoritarios de copamiento de la Justicia estuvo centrada en los propios integrantes de ésta, con débil participación de la gente y de las instituciones de la sociedad civil.

En Israel, en cambio, la reacción de la población contra las reformas autoritarias fue de tal entidad, que se teme por el inicio de una guerra civil. Y hablo no sólo de manera abstracta, porque se involucraron en el rechazo a las reformas, la universidad pública, los sindicatos y las propias fuerzas armadas.

En éste último caso, en un país que debe mantener sus estructuras defensivas altamente preparadas, se teme que los reservistas, indispensables en Israel, se nieguen a incorporarse si se sigue adelante con la reforma.

A pesar de que el personal aeronáutico se encuentra en huelga por la reforma judicial, trascendió que en las últimas horas aterrizó en el aeropuerto Ben Gurión una aeronave argentina que llevaba una delegación con Zaffaroni a la cabeza. ¿Será verdad que estamos exportando expertos? De cualquier modo, a pesar de las presiones de los “halcones” de su sector político, la alta volatibilidad de la situación interna y la presión internacional, obligaron a Netanyahu a postergar el tratamiento de la reforma judicial, no obstante tener a la mano los votos necesarios para aprobarla.

Es que allí, la cuestión no se presenta fácil. En la Argentina seguimos soportando la presión ilegítima del poder sobre la Justicia, en Israel, en cambio, hay un pueblo y fundamentalmente instituciones que se han puesto de pie para dar un rotundo no a la impunidad y al ataque a la democracia.

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