¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

La misma poción, con distintas dosis

Domingo, 30 de abril de 2023 a las 01:00

Por Emilio Zola
Especial
Para El Litoral

Nunca estuvo tan claro. En las próximas elecciones pujarán distintos candidatos a la Presidencia, pero el modelo será uno solo. Porque después de tanto padecer el látigo inflacionario, la masa crítica de electores aceptó la idea de que para salir del atolladero económico ya no hay más camino que el achicamiento del Estado.
Esa monopolización del ideario liberal termina siendo aceptada por la ciudadanía tras comprobar la inaplicabilidad de las soluciones inclusivas. No porque las políticas públicas de crecimiento con equidad distributiva hayan sido inviables, sino porque los encargados de llevarlas a la práctica defeccionaron cuando les llegó el turno.
El dueto Fernández-Fernández nunca funcionó. Salvo para ganar las elecciones de 2019 con el viento a favor que para el peronismo representó la administración fallida de Cambiemos, las partituras del Frente de Todos se quemaron en la hoguera de las denuncias por corrupción, la indecisión crónica de un presidente pendular, las presiones de una interna fragmentaria y la credibilidad pulverizada por la fiesta clandestina de Fabiola.
Tardaron para reabrir la economía cuando el covid-19 comenzó a dar tregua, tardaron en aplicar regulaciones cuando los grupos concentrados empezaron a lograr ganancias extraordinarias en un proceso de crecimiento que nunca se trasladó al segmento de los trabajadores y asalariados, tardaron en acordar la reprogramación de deudas con los acreedores externos. Tardaron en darse cuenta de que se les terminaba el tiempo.
Así las cosas, a tres años y medio del “volvimos mejores” pronunciado por Alberto Fernández, el electorado independiente dio vuelta la página y se divorció del ideario nac&pop. Salvo el adoquinado de fieles inamovibles del kirchnerismo, aquel 48 por ciento obtenido por la lista que estratégicamente diseñó Cristina hoy se reparte entre opciones que son matices de un mismo tronco ideológico, con un mensaje único: cambiar de modelo.
Algunos con entusiasmo, otros con resignación y otros con el escepticismo del que cambia de vereda al mediodía, a sabiendas de que no habrá sombra donde guarecerse, votarán por las fuerzas políticas que prometen erradicar el concepto subsidiario de un conglomerado partidario que llegó con promesas de recuperación y terminó en un fiasco histórico.
La decepción es tan contundente que la caída de la imagen positiva del presidente superó todos los pronósticos. Es que la aceptación del mandatario pasó del 80 por ciento del primer mes de pandemia a los insignificantes 8 puntos que hoy lo relegan a la condición de presidente simbólico. Un récord absoluto que sólo es comparable con la triste performance de Fernando De la Rúa durante el colapso de 2001.
La paradoja del salto mortal invertido que Alberto protagonizó con una gestión plagada de incongruencias consiste en haber arado el campo nacional para que rebroten las opciones de libre mercado a las que decía combatir. El aumento de la pobreza, la devaluación del peso, el encarecimiento de la canasta básica y la caída del empleo registrado fueron el caldo de cultivo para la reinstalación de tópicos que hasta hace poco tiempo eran impracticables y que hoy son vistos como vías de solución.
Así las cosas, prescripciones de alto costo social como las privatizaciones de empresas del Estado, el despido de empleados públicos, la reducción de jubilaciones, la prolongación de la edad para acceder a los beneficios previsionales, el arancelamiento educativo, la flexibilización laboral, la dolarización y tantas otras fórmulas extraídas del catálogo neoliberal noventista podrían convertirse en el denominador común del nuevo gobierno.
¿Qué pasó para que los votantes argentinos volvieran a compenetrarse con el pragmatismo capitalista? Pasaron Alberto y Cristina, máximos responsables de un dramático proceso de profundización de las desigualdades en uno de los países más aptos para la producción de alimentos a nivel mundial, en el que sin embargo hay niños muriendo de hambre.
Es la misma Argentina que a fines del siglo XIX recibió de brazos abiertos a la inmigración europea para concebir una clase media emprendedora, productiva e independiente de la dádiva estatal, pero atropellada por décadas de un estatismo elefantiásico, insolvente y defraudante.
Por motivos cuyos orígenes se remontan a la consagración de la justicia social como eje rector de las políticas aplicadas por el primer peronismo, los programas subsidiarios de asistencialismo sin contraprestación dejaron de ser la excepción para convertirse en la regla. Desde hace 20 años, los argentinos sin medios para ganar su propio dinero reciben un aporte mensual permanente que primero se financiaba con el producto bruto interno, pero que luego pasó a sostenerse con endeudamiento y emisión monetaria descontrolada.
Los planes sociales no son el principal motivo del déficit fiscal, pero sí el más visible. Y la incapacidad gubernamental para reconvertir a esos trabajadores inactivos en protagonistas activos del mercado laboral los estigmatizó como un mero agregado estadístico donde habitan los que viven a costillas de quienes pagan impuestos para comerciar y producir.
No es tan lineal la lógica de los “haraganes” que perdieron la cultura del trabajo versus los “abnegados” que se dan maña para contribuir a la grandeza nacional desde sus campos de soja. Ni los primeros son un lastre ni los segundos son patriotas. Pero la comparación es eficaz como método de persuasión de las multitudes que ahora evalúan como salida racional el método Milei, el “león” que vino a eliminar todo lo que dé pérdida en el balance de un aparato estatal al que le gustaría compactar hasta transformarlo en una mera oficina de administración de seguridad y justicia.
De ese modo, con la expectativa de progreso de la familia tipo desmoronada al extremo de que ganar un sueldo no sirve ni para pagar la cuota de un crédito hipotecario (que por otra parte es inaccesible en los tiempos que corren) la  receta liberal históricamente rechazada por las alternativas progresistas regresa en un diagrama de bucle causal: de haber sido demonizada por Néstor Kirchner en su plan de inyectar recursos a los sectores más desvalidos de la sociedad, adquiere hoy la dimensión de una tabla salvadora en medio del naufragio económico argentino.
Vuelve a imponerse como “lo nuevo” la vieja noción de soltarle la rienda al sector privado mediante desregulaciones articuladas sobre teorías que tampoco funcionaron en su momento, como es el caso del famoso derrame de las clases acaudaladas hacia los menos favorecidos por el reparto de la renta nacional. 
Y con tal de superar la apatía inconducente de la planicie albertista, hasta los beneficiarios de los planes se encaminan a votar por la cirugía mayor que los amputará del sistema.
Como consecuencia de la ineficacia del peronismo para aplicar la plataforma que prometió instrumentar, las opciones que llegarán a destino en la bisagra electoral de este año prometen ser la misma poción en distintas dosis: o el goteo gradualista que avance paso a paso hacia el equilibrio fiscal, o el shock de una inoculación masiva que provoque un giro definitivo e instantáneo hacia la muerte del Estado patriarcal y la reinstauración del Estado gendarme.

Últimas noticias

PUBLICIDAD