¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

Héroes urbanos

Sabado, 15 de julio de 2023 a las 16:53

Especial Para El Litoral

Hoy empezamos al revés. En plena campaña hacia las Paso y con un índice inflacionario en baja pero de todas formas corrosivo para las economías hogareñas, este espacio dominical llamado “Ficciones verdaderas” se corre de la política para escarbar, literalmente, en los sótanos de una sociedad inmotivada por el escepticismo. Iniciamos el descenso “al centro de la tierra” (perdón Julio Verne) con título predeterminado. Así acordó quien esto escribe con el editor: “Por favor, Juan, al título no lo cambies. La nota se llama ‘Héroes urbanos’ aunque suene trillado, porque esta vez estamos ante una verdad primordial entre muchas verdades subalternas”.
En la técnica periodística las columnas cronicadas como la que aquí transitamos suelen comenzar por primeras líneas que el autor esculpe con el backspace una y otra vez, hasta encontrar el giro sintáctico que invitará a los lectores a sumergirse en las palabras subsiguientes, pero sin atisbar razonamientos en torno del título que habrá de bautizar tal producción. Aunque se tenga una idea, la fase de coronación del texto llega por lo general en el epílogo del proceso, luego de producido el remate de la historia, atravesado el cenit analítico que se alcanza al promediar la línea argumental. 
Por eso esto empieza al revés. Porque desde el principio quedó claro que los protagonistas del relato no son otra cosa que héroes urbanos dedicados a limpiar la mugre que día tras día arrojan a la vía pública otros seres humanos que, por algún misterio psicopático digno de hipnotismo, parecieran haber sido lobotomizados hasta atrofiarse sus capacidades deductivas para comprender una relación causal inoponible: desechar envoltorios al viento implica contaminar la propia casa.
Vamos a los hechos:
Siete de la mañana, 5 grados de sensación térmica. El frío congela hasta los cartílagos de esos dedos que, aun entumecidos, manejan con pericia la tobera desobstructora. En esas condiciones Jorge, Sergio y Gustavo desenrollan la manguera del bestial camión con el que llegaron la esquina de Zapiola y Las Piedras, puerta de entrada del barrio Laguna Seca.
Allí, en medio de una desolación comparable al viento blanco de los Andes mendocinos, destapan la alcantarilla y proceden. El cronista (que pasaba por casualidad) interrumpe. “¿Puedo hacer una foto para el diario?”. Los muchachos a la vista son dos y al unísono responden que “no hay drama”. Después de cuatro o cinco tomas con el celular llega el momento de lo que no será una despedida, sino un descubrimiento estremecedor. Gustavo grita hacia la boca del sumidero de unos tres metros de profundidad: “¡Jorge, cómo va todo!”.
Y comienza el siguiente diálogo, atravesado por la vergüenza del que ignora lo medular:
- Periodista: -Muchachos, ¿hay uno de ustedes ahí abajo?
- Sergio: -Sí, esta vez se metió Jorge porque hay que sacar cosas a mano.
-Periodista: -¿Pero acaso este camión no es una aspiradora gigante que chupa todo y listo?
-Sergio: -No, amigo. Ahí (señalando la escotilla del desagüe troncal) se encuentra de todo. Mucha arena y barro, pero otras cosas que la máquina no puede sacar por el tamaño. Bolsas, pañales, botellas de plástico, latas y hasta pedazos de electrodomésticos, motos y bicicletas.
-Gustavo: -Perdón, te pido lugar, le tengo que poner la escalera a Jorge que viene con la primera carga de basura.
-Periodista: -Bueno me quedo a un costado y filmo. Ustedes me dicen si molesto.
-Gustavo: -Ok. ¡Jorge, salí, dale que te están por filmar!
Y Jorge sale, trae entre sus manos botellas PET que alguien echó a rodar en la calle, demasiado cerca de las bocas de tormenta. “Por ahí se mete esta basura que nosotros sacamos a mano, todos los días. Pero es de nunca acabar porque todo el tiempo están tirando porquerías. No sé qué le pasa a cierta gente, no se da cuenta de que el perjuicio es para todos y para ellos también”, reflexiona Sergio.
Esa había sido la segunda “inmersión” de Jorge. Restaba una tercera para retirar una bolsa con desperdicios cuyas dimensiones taponarían la bomba de succión, un enorme estómago metálico que, literalmente, se come los residuos de los caños.
El trío de héroes urbanos parece no tener frío. La brisa helada sopla del sudoeste y, mientras el cronista temblequea, ellos se mueven con agilidad y solvencia pese a sus trajes de protección, que incluyen botas con puntas de acero y cascos. “Es por si hay derrumbes pero eso nunca pasó, gracias a Dios”, explican.
Los muchachos son parte de la empresa contratada por el municipio capitalino para llevar adelante el que quizás sea el principal legado de la actual administración comunal. Una obra que contradice el principio del marketing político tradicional según el cual las cosas no sólo tienen que hacerse sino que deben poder ser apreciadas a simple vista para cautivar al ciudadano y conquistar su voto.
Del Plan Hídrico hablamos, un proceso que ya lleva cinco años de ejecución con resultados que, a juzgar por la memoria cortoplacista del ciudadano tipo, no son todo lo brillantes que el común de la gente esperaba cuando comenzaron a verse los camiones de la firma For Ever Pipe (especializada en el rubro).
Sin embargo, los mismos operarios dan fe de la eficacia del proceso: “Cambia la cosa con la limpieza de los desagües. El agua se va mucho más rápido porque no es lo mismo tener una red de cañerías llena de estas cosas que estamos sacando que otra totalmente limpia”. Y muestran fotos que ellos mismos toman con sus celulares cada vez que bajan a las catacumbas de cemento donde, alguna vez, encontraron hasta el esqueleto de un caballo.
“El problema –denuncian con asertividad– es que todo lo que nosotros limpiamos hoy, muchas personas vuelven a tirar mañana. Y así vamos a seguir para siempre si no hay un cambio de mentalidad”. Son sabios Jorge, Sergio y Gustavo. Llevan consigo la sapiencia del que pone el cuero propio en una labor durísima pero satisfactoria. Así lo exhiben al repasar sus álbumes de imágenes. “Mirá amigo cómo dejamos los desagües, un lujo, parece el piso de la casa de mi vieja esto”, exagera Sergio, inflado su pecho de orgullo.
Los tres tienen, como sus compañeros de otras brigadas, una intensa agenda de labor cotidiana con un objetivo de continuidad silogística: en tanto más se destapen las “arterias” de la ciudad menos gente sufrirá las consecuencias del cambio climático.
De eso se trata. Comprometido con la lucha contra el calentamiento global, el intendente Eduardo Tassano, cardiólogo de esos que explican los problemas de la urbe con analogías médicas, lo dijo en su momento al traducir su plan de saneamiento como una fenomenal angioplastia a la metrópolis que aglutina a la mitad de la población provincial. El tratamiento prosigue. 
Y cada vez que llueve, el agua escurre con mayor velocidad que en los tiempos de “hipercolesterolemia” pluvial.

Últimas noticias

PUBLICIDAD