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Las masas frente a Massa

Domingo, 02 de julio de 2023 a las 01:00

Por Emilio Zola
Especial
Para El Litoral

El escenario político nacional adquirió una clara orientación de centroderecha con la confirmación de Sergio Massa como principal aspirante a la Presidencia por la alianza oficialista Unidos por la Patria, noticia que fue bien recibida en los mercados a juzgar por los signos de tranquilidad coyuntural emitidos mediante cotizaciones alcistas de las acciones argentinas.
Hasta allí la crónica pura, que pareciera limitarse al lenguaje de una agencia noticiosa. Pero no, porque bajo el manto supuestamente pacificador que cubrió los hirvientes barboteos internos del frente gobernante continuaron los conciliábulos para compaginar una estrategia extraída como última tabla de salvación en las postrimerías de la agonizante administración albertista.
A una semana de la confirmación del tigrense para la máxima postulación del peronismo orgánico los entripados de cada referente herido por la “operación unidad” comenzaron a salir a la luz al mismo tiempo que intentaron ser sofocados por nuevos golpes de efecto generados para instalar la sensación de convivencia pacífica en la fuerza gobernante.
Esos dictados del marketing mostraron a Massa con Cristina en el acto por la repatriación de un avión de los vuelos de la muerte, a Scioli con Cristina en la Presidencia del Senado y a Scioli con Massa en un abrazo impensado hasta hace pocos días, dado que entre el embajador en Brasil y el ministro de Economía persiste un viejo encono por los puntos porcentuales que le faltaron al “Pichichi” para superar a Mauricio Macri en 2015.
En todos los casos, una sorprendente capacidad de tragar sapos por parte de todo el escalafón dirigencial del peronismo quedó patentizada como denominador común de un armado electoral que podrá aportar estabilidad política al gobierno y ahuyenta el fantasma de un final anticipado (con helicóptero incluido) en caso de un estallido social provocado por la crisis que hubiera provocado la pérdida del timón massista.
Contra todo pronóstico, el mismo hombre que hace 7 años prometía meter presos a los jefes de La Cámpora desde una hipotética Presidencia del Frente Renovador hoy vuelve por sus fueros favorecido por un bucle de pragmatismo que aterriza en el paradójico aval de sus antiguos enemigos. ¿Cómo lo hizo? Se sabe: tomó el control de la economía en el peor momento con la promesa imposible de domar el basilisco inflacionario, como si eso fuera una ciencia exacta.
Quizás haya sido el único error grueso de Massa anunciar en 2022 que para principios del año en curso el índice inflacionario se reduciría a tres puntos mensuales. No pudo ni podrá, porque el demonio del encarecimiento constante de los productos esenciales que empobrece al 95 por ciento de los argentinos goza de una inmortalidad sobrenatural, como consecuencia de un cúmulo de factores entre los que la cuestión psicológica se recorta como desencadenante principal de cadencia infinita.
Sin embargo, el ahora precandidato de la unidad oficialista mantuvo intactas sus aspiraciones con una mera promesa: acordar con el Fondo Monetario, pagar lo que se pueda pagar de la deuda externa para no caer en default y reactivar la matriz exportadora de un país con suficientes recursos naturales como para salir de cualquier crisis con sólo ajustar clavijas como la inversión privada en obras de infraestructura, el tipo de cambio y el déficit fiscal.
El actual conductor de la política económica nacional siempre supo que todos vendrían a él a la hora del cierre de listas para las Paso. Wado de Pedro, Daniel Scioli y cualquier otro exponente del peronismo con intenciones de ser candidato no hubiera podido garantizar la tranquilidad cortoplacista que sí proporciona Massa, cuyas habilidades para gestar lazos de confianza mutua con el establishment lo convierten en el cigüeñal de una maquinaria que solamente podrá continuar en funcionamiento si acepta la lógica del ajuste impuesta por los acreedores externos.
Es por eso que el “superministro” de Economía, al igual que el resto de las ofertas electorales anotadas para las Presidenciales, orienta sus timones, aun a sotavento, hacia el cuadrante del liberalismo económico, la desregulación laboral y la reconversión de los planes sociales para hacer realidad el sueño dorado de la burguesía capitalista: que los pobres dejen de ser subsidiados por un Estado tan paternalista como escuálido y pasen a una nueva dimensión de empleo posible, pero con estabilidad dudosa y remuneraciones menos que modestas.
En ese esquema, la figura de Sergio Massa cuaja a la perfección aunque cuente con el padrinazgo del progresismo kirchnerista y del populismo camporista. Ocurre que el cristinismo entendió que no hay más remedio que encolumnarse detrás de un amigo de las corporaciones y de los poderes concentrados para sobrevivir de la misma forma en que siempre lo hizo el justicialismo, que no es más que la ideología pendular en una cíclica variación de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. En otras palabras: mantener la identidad en los símbolos, pero cambiar de recetas según la circunstancia.
Así como el primer Perón fue generoso en dádivas en 1946 pero echó de la Plaza de Mayo a las juventudes de izquierda en 1973; así como Carlos Menem llegó al poder con patillas quiroguianas para luego aplicar una receta ultraliberal que privatizó hasta el último durmiente ferroviario, este peronismo del siglo XXI está a punto de dibujar una elipse contradictoria equivalente a la bipolaridad nacional que un día aplaude al Papa y al otro día lo defenestra.
¿Está bien votar por un maestro del oportunismo como Sergio Massa? Para muchos argentinos no, pero las razones que argumentan para explicar su rechazo al ministro candidato no tienen que ver con cuestiones de fondo como la ausencia de un programa de gobierno o el apetito de poder que lo transformó en un animal político sin bandera. Reside allí su principal debilidad.
Ante las coincidencias metodológicas que el ahora principal exponente del justicialismo exhibe con respecto a las propuestas ajustadoras de Rodríguez Larreta, Bullrich y Milei (un increíble alineamiento planetario en materia de modelos de gestión), un grueso de la argentinidad decidirá no votarlo por su pertenencia al redil político de Cristina Fernández de Kirchner y sus acólitos, además de por ser parte del gobierno saliente, cuyo balance finaliza con resultados indisimulablemente desastrosos.

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