Nadie muere por amor al Estado, ni siquiera por la nación o por un país. Son palabras nobles, pero con mayor contenido político o geográfico. La patria significa otra cosa, un acorde justo que conmueve al alma. Toca los sentimientos más profundos de las personas, hasta el punto de disponerlas a dar la vida por ella. Evoca la tierra de los antecesores y el bagaje cultural que implica: el idioma materno, las tradiciones de antaño y las costumbres de ahora. Los recuerdos compartidos, los compañeros de colegio y los juegos de barrio. La música, los dichos populares y el humor parecido. Los aromas de panaderías, los rituales diarios, la comprensión de gestos, bromas y sobreentendidos. Todo eso y mucho más.
Esa ligazón no admite exclusiones ideológicas: están comprendidos todos quienes han respirado desde niños esos olores particulares, visto los mismos paisajes y oído los mismos rumores. Quienes lucharon por la independencia quisieron la soberanía política para el autogobierno, sin distinción entre pobres o ricos, gauchos o “galeritas”, rubios o morenos, progresistas o reaccionarios. No buscaban la liberación, sino la libertad.
Los sentimientos que suscita la palabra patria son tan potentes que suele ser utilizada con fines subalternos. Tanto la derecha extrema como el kirchnerismo ramplón han pretendido levantar la bandera patria para dividir a la sociedad según sus intereses, convirtiéndola en una mercancía de marketing político.
La idea de que la patria es solo una parte de la sociedad viene de lejos. En 1924, Manuel Baldomero Ugarte publicó su libro La Patria Grande, tomando la idea de José de San Martín y Simón Bolívar respecto de la unidad latinoamericana, pero -según Ugarte- para enfrentar al imperialismo anglosajón. Del mismo modo que, una década más tarde, el exiliado León Trotski propuso la creación de los “Estados socialistas de América Latina”. Ese componente ideológico de la Patria Grande desnaturaliza el concepto al introducir la lucha anticolonialista como factor de aglutinación.
La variación marxista del ideario de los grandes libertadores fue promovida por Hugo Chávez en Venezuela y adoptada por el kirchnerismo, con teatralizaciones varias, como la remoción de la estatua de Cristóbal Colón y su reemplazo por Juana Azurduy. En esa misma línea, el nombre de la patria es utilizado en la unidad básica y supuesta “usina intelectual”, el Instituto Patria.
En la Argentina, la subversión armada también reivindicó la defensa de la patria como justificativo de sus atentados criminales con el lema “La sangre montonera es patria y es bandera”. El intelectual del socialismo nacional, John William Cooke, identificó la patria solo con el pueblo, los descamisados, los pobres, los excluidos. Y colocó enfrente a la oligarquía, la antipatria y el cipayaje aliado al enemigo externo, el imperialismo, expresiones acuñadas por Arturo Jauretche, el exradical que dio al peronismo su discurso populista más pegadizo. En términos actuales, serían los poderes concentrados, los medios hegemónicos, la Sociedad Rural y el capital financiero, aliados del FMI, Estados Unidos y sus socios globales.
En 1989, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el movimiento guerrillero Todos por la Patria asaltó el Regimiento de Infantería Mecanizada de La Tablada, en un ataque dirigido por Enrique Gorriarán Merlo. Nuevamente, la patria tuvo poco que ver en ese intento de corte sandinista de imponer el marxismo en el país.
El 25 de mayo de 2018 tuvo lugar un acto en el Obelisco bajo la consigna “La patria en peligro” para repudiar el acuerdo de Mauricio Macri con el FMI, convocado por actores como Pablo Echarri y Nancy Dupláa y secundado por el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de Roberto Baradel; la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular de Juan Grabois, y referentes de organizaciones de derechos humanos, como Estela de Carlotto.
La “defensa de la patria” es un antiguo estribillo desde la época de Eva Perón, quien se refirió a “la grandeza de esta patria que Perón nos ha dado y que debemos defender como la más justa, la más libre y más soberana de la tierra”. Setenta años después, la patria es menos justa, menos libre y menos soberana de tantos abusos populistas hechos para defenderla.