Aunque parezca mentira, está de moda. Es la flor y nata de la mediocridad.
Con la sumatoria que hoy, a semejante estilo de criterio se la ha sumado la fuerza compulsiva de hacerla motivo de orgullo. Como una redención que busca justificación, equivocando al bruto con el pobre.
Hablamos de brutos que apelan por ende, comportamientos ajenos a la razón, no al infundado criterio y mal empleado de clases que en realidad no se refiere a ellas, sino a la carencia de conocimientos que siempre pobló los 360 grados de la sociedad toda, en que habitan todos los niveles sociales.
Un libro duro por su realidad, es el escrito por el filósofo y periodista, Miguel Wiñazki, “La locura de los argentinos. Historias de un país furibundo y desmesurado.”
El comienza diciendo: “Como el agua y el aire, la locura nos acompaña. Convivimos con la desesperación, la incertidumbre y la violencia verbal, política y callejera, como quien sobrelleva una gran herida, tan grande que parece que lo cubre todo y que, por eso, genera la ilusión de que no existe otra realidad que esa herida que crece más y más, y más todavía y que no cicatriza, y que duele aunque parezca imperceptible”.
Hace unos días Perfil le dedicó a la Brutalidad de los argentinos, como realidad y preocupación de ese nivel que como el mar en pleamar, está crecido y subiendo.
Es la mediocridad que podemos observar, casi como el resentimiento de la brutalidad, cubriéndolo todo. Todos los ámbitos le son propios, porque la comodidad es su estado natural.
Diríamos en su máxima potencia, anulando todo vestigio de pensamiento que imagine cosas como es su eterno andar. La nada. La parsimonia. El estado semiconsciente de la oscuridad eterna de la fiaca. Allí donde la quietud se hace densa.
El esfuerzo no existe para la brutalidad de la mediocridad, porque o sino la historia sería otra, por lo tanto la libertad ilimitada es su ámbito, de lo contrario poseer un criterio de la situación rompería con ese placer de no pensar.
No existe escalera alguna por donde escapar, o probar otro piso que nos permita salvarnos de tal salvajada. Vemos a diario en todas las cosas.
Los medios son entretenimientos, los “postres” de cada día. No cambian de filosofía porque o si no el rating no sumaría puntos. Porque pensar da trabajo. Lo cual al ser insano, sería el acabose de la maquinaria mediática.
Los temas de conversación se sortean con mensajitos vía fono, porque en realidad de practicarlos oralmente son "conferencias” que suman tiempo, sin dejar la vía original tecnológica, claro.
Los temas utilizados de charla formal, casi siempre carecen de lógica y por ende faltos de temas, porque son de circunstancia; el fono permite cubrir los baches que la oralidad pretenda practicar.
Basta cómo comprobar las cosas que nos rodean. Teléfonos por todos lados, pero nadie piensa. Nada creativo, es solamente como el descanso eterno de no hacer absolutamente nada, porque la creación está de vacaciones.
Aparentar, siempre aparentar siempre ha sido nuestro fracaso. La génesis de la mediocridad, del bruto, el estilo de vida superficial suplantando a la creatividad, la inteligencia, la imaginación brillante, el esfuerzo.
Los ingenios se terminaron. La imaginación movida para construir castillitos de arena, como era entonces se lanzó a la mar desprovista. Vacía, ausente de imaginación que todo lo puede.
Lo atestiguamos escuchando o viendo todo lo que puebla nuestra mirada. No hay programas que se salven. Es como la hora de protección al menor, pero mucho más porque la mediocridad no tiene hora, cualquiera es posible.
Había un programa, que hizo posible un dicho lanzado en sorna con mucho de verdad más allá de su propio cometido, porque con el tiempo se convirtió en realidad cotidiana.
“El que piensa, pierde”. Es tajante. Pero mucho más cierto. Porque abarca, la totalidad de lo posible de los quehaceres que el hombre hace de sus días.
Arturo Jauretche cuando bautiza “medio pelo”, significa al individuo o grupo social que aparenta ser lo que no es. Usurpando a quienes se ubican bien alto, cuando tienen en su contra tratar de ser lo que no lo son.
Fortalecido por una mediocridad que los desvela, si bien simulando y con aspiraciones inmerecidas, no logran la raigambre pretendida ya que desde la educación, están demostrando el fuerte aplazo por su falta de condiciones.
Ya que la noble prosapia no es real, se trata de una desfiguración de la realidad. Un espejismo a que muchos apelan sin merecerlo sin esfuerzos ni metiendo siquiera una materia para que por lo menos lo avalen.
Decía Fangio, con picardía y sapiencia popular, “Ser el mejor pero haciendo méritos. No parecerlo, sino serlo verdaderamente.”
Creernos sin serlo, una manía argentina por alcanzar la meta con el coche sin combustible.
Aparentar, siempre aparentar ha sido nuestro fracaso. La génesis de la mediocridad, del bruto, el estilo de vida superficial suplantando la creatividad, la inteligencia, la imaginación brillante, el esfuerzo.
Perón definió al bruto, de manera que no queden dudas: “El bruto siempre es peor que un malo, porque el malo suele tener remedio. El bruto, no..!”