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Cuando el mensaje falla, los consensos se piran

Cuidado con la médula del mensaje. Allí reside la idea y el objeto de lo que se quiere comunicar.

Sabado, 15 de febrero de 2025 a las 19:01

Son como las palabras que hasta se destiñen porque no logran hacerse entender. Un buen ejemplo lo constituye comunicar una idea cuando inesperadamente por causa ajena a su propósito un análisis más profundo y a posteriori, se convierten en “focos ígneos”, impensados, fuera de todo cálculo.
Nos estamos refiriendo, a los originarios de “ejecuciones violentas” de funcionarios, descalificaciones, epítetos poco dignos que hace mucho pensar sobre la libertad en realidad y su plenitud, de tener derecho a la opinión diversa.
En publicidad, la premisa es hacerse entender. Claros, directos, sin salirse de tema, cuidando palabra por palabra la importancia de cada una de ella, porque cualquier traspiés crecidos por “calenturas de palacio” son imprevisibles a veces, llevando las cosas a terrenos desconocidos e inmanejables.
Los medios son una prueba más que ponen el tono en época de La Libertad avanza, ya que todo por su tono de rango oficial, trasciende hasta el límite de lo permitido.
Uno asiste con reiteración a esos desmadres textuales a que colman las palabras, cuando el mensaje no es bien comprendido, porque se expresa en forma vacía transformándose en palabras sordas, de poca llegada, poniendo en duda el verdadero motivo que iniciara la noticia y la repetición aclaratoria que hasta a veces, complica mucho más.
He tomado un buen ejemplo de las interpretaciones, en las que se comparan las valederas y las que no, transformándose en lastre de un mensaje que podría haber sido menos engorroso.
En la década del 60´cuando las presidenciales, el Dr. Ricardo Balbín integró una de las tantas charlas debates con sus pares que los medios ejercitaron, poniendo clima a tiempos duros.

Es como explicar un chiste malo no entendido. PALABRAS SORDAS. No dicen nada. Complican la guerra con “cebita mojada”.


El mismo fue conducido por Bernardo Neustand con la moderación de Mariano Grondona. Lo interesante residía a que la gente, el pueblo, haciendo uso de su voz formularía preguntas que periodistas instalados en el camión de exteriores del Canal, como estudio itinerante,  ubicado en cualquiera lugar de la ciudad. Mientras que la conducción y los políticos compondrían su participación en un amplio escenario desde el estudio mayor de Canal 13 de Buenos Aires, productora del mismo, donde responderían la inquietud popular en imagen y voz.
Las preguntas eran nimias y las respuestas sonaban más bien a sloganes políticos, sin profundidad ni compromiso, hasta que una trastocó la emisión por infrecuente, fuera de la identificación política y sus chácharas.
Una mujer desde exteriores, dijo: “Le preguntó al Doctor Balbín: qué tiene para ofrecer al trabajador común, para que su bienestar sea mejorado y renazca la fe, otra vez, por el futuro tantas veces perdido.
Los políticos acostumbrados al aplauso, al maquillaje de lo vano, a coro sonrieron sarcásticamente por la pregunta desacostumbrada de la mujer, “poco técnica y de entre casa”.  Balbín, con su clásica severidad, dijo: “Alto, es la pregunta más atinada que he escuchado hasta ahora, y que se les debe exigir a los políticos cambiar de repertorio, porque el bienestar comienza en el pan diario. Allí, comienza todo, para poder construir los sueños, a creer en la promesa, a poder vislumbrar una Argentina soñada, a pisar erguidos una nueva nación.”
Los malos entendimientos indujeron a que la gente y con toda razón, crea muy poco en ellos. Sus palabras ya no son “santas”. Tienen errores de expresión y comprensión. De allí los batifondos con que se gobierna esta libertad que se lleva todo por delante.
Nadie duda a que había poner freno a la corrupción, que ha beneficiado durante tanto tiempo a políticos y familiares de por vida. Pero también el respeto y tener muy en cuenta que todo ajuste no es la celebración de ejecuciones públicas, donde para apretar se apela a todo.
Aprendamos a decir las cosas por su nombre, como son. Claras. Directas. Donde las dudas no tengan lugar. Que su interpretación asegure su sola interpretación. Donde los apelativos no sean resabios de una Argentina altanera, soberbia, ya pasada de lado, felizmente.
Que las palabras no sean un discurso ventajero, sino la puerta para emprender otra Argentina. Que los “trapitos” no se conviertan en Wanda Nara. Los buenos ejemplos son inmejorable motivo para impactar la línea de flotación de la opinión pública, de esa otra, vetusta, que de vez en cuando pretende volver, promoviendo más vale vergüenza que orgullo.
Cuando el mensaje falla, los consensos se piran.
Emprenden la marcha con dirección equivocada. Es cómo explicar un chiste malo no entendido. PALABRAS SORDAS. No dicen nada. Complican la guerra con “cebita mojada”. Pero para la entidad pretendida, suma puntos por debajo. Ser creíbles. Ser tomados en serio. Eso es, hablar claramente. Ser tenidos en cuenta. Serios y hasta a veces, severos.

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