En esa pobrísima vivienda residía junto a su familia un supuesto inmigrante alemán, Ricardo Klement, obrero de la automotriz Mercedes Benz, quien era una persona muy correcta, reservada y al que en el vecindario se conocía sólo como un señor extranjero muy amable, de esos que no se meten en la vida de nadie, y que hacen un culto de aquello "del trabajo a casa y de casa al trabajo".
Claro que Klement no era Klement. Se trataba nada más ni nada menos que de Adolf Eichmann, el arquitecto que diseñó para Adolf Hitler la "solución final del problema judío" enviando a la muerte a seis millones de seres humanos por el sólo hecho de revestir esa condición.
Klement fue ubicado por Wiesenthal y fue ese hallazgo la obra maestra de toda una vida de casi 60 años entregada en tiempo completo para localizar, en cualquier parte del mundo donde se escondieran, a criminales de guerra nazis.
Pero la tarea de Wiesenthal fue expresamente esa. Él no era un agente, sino un meticuloso y detallista recopilador de información. En la oficina que fundó en Viena tras la Segunda Guerra Mundial, se dedicó a poner activos a los judíos de todo el mundo para que le enviaran datos sobre sospechosos de haber actuado en el régimen hitleriano. Su archivo fue inmenso y laberíntico. Nadie como él tuvo acceso a tanta información y nadie como él fue implacable a la hora de seguir el rastro de sus antiguos carceleros y verdugos, hasta el fin del mundo. No por nada había pasado toda la guerra en distintos campos de concentración y las tropas americanas lo salvaron providencialmente cuando ya era cuestión de horas que corriera la suerte de la mayoría.
El verdadero artífice de la captura de Eichmann fue Isser Harel, el célebre jefe del servicio secreto judío, comúnmente conocido como Mossad. Harel fue informado sobre el paradero de Eichmann luego de varias peripecias e informes falsos o desmentidos. Cuando no hubo dudas, el jefe del espionaje hebreo pidió la autorización del entonces primer ministro David Ben Gurión para actuar. Nadie más que ellos dos supieron de la operación.
Por entonces en Ala rgentina se celebraba el sesquicentenario de la Revolución de Mayo e Israel envió una representación oficial a los actos. En ese avión viajó también el equipo del Mossad. El secuestro de Eichmann fue llevado al cine y dio lugar a ciertas leyendas y fábulas en torno a como fue la captura, el escape de la Argentina y hasta una supuesta escaramuza con simpatizantes nazis argentinos que quisieron rescatarlo de sus captores.
Según lo relató el propio Harel en su libro, precisamente llamado La casa de la calle Garibaldi, nada de eso ocurrió. Fue una operación de inteligencia perfecta, sin contratiempos, en la que no hubo interferencias de ningún tipo, y que recién cobró estado público cuando Eichmann llegó a Israel.
Su captura produjo una gran conmoción y un fenomenal lío diplomático. La entonces canciller Golda Meir se enfureció con Ben Gurión porque este no le había informado absolutamente nada. Israel pidió perdón a la Argentina y al entonces presidente Arturo Frondizi, pero dijo que no podía volver atrás. Eichmann fue juzgado, muerto en la horca y cremado. Sus cenizas fueron llevadas por una torpedera israelí fuera de las aguas jurisdiccionales judías y arrojadas al mar en la misma madrugada de su muerte.
Sin embargo Harel regresó de Buenos Aires insatisfecho. Su acción fue tan perfecta que, según lo relata en el libro, estuvo a un paso de capturar a otro criminal nazi, el temible médico Joseph Menguele, que también vivía en la Argentina , pero se le escapó al Paraguay. Tratar de capturarlo hubiera puesto en riesgo todo el resto de la operación, por lo que desistió de dar ese golpe de mano y regresar en el mismo avión, únicamente con Eichmann, al que se había narcotizado y disfrazado con un uniforme de tripulante de la aerolínea israelí EL AL.