¡Buen día! Desde hace algunos años estoy descubriendo la importancia de saludar con un abrazo, más fuerte o más suave según las personas y las circunstancias. Pienso con Ivern Ball que “un abrazo es el regalo perfecto: una talla que le queda bien a todo el mundo, y nadie se molesta si lo intercambiamos”.
El “¡venga un abrazo!” resulta una invitación afectuosa que difícilmente pueda prestarse a objetivos en quien la recibe. Al encontrarme incluso con personas enojadas o dolidas conmigo, siento que un abrazo expresado con cariño tiene más efecto que sesudas reflexiones.
¿Sabe que existe también la “abrazoterapia”? Uno de los libros que estudian el tema, publicado en los ochenta, lleva la firma de Kathleen Keating y se titula simplemente “Abrázame”. La autora es especialista en salud mental y bienestar físico.
Uno puede o no estar de acuerdo con algunos de los métodos recomendados, pero hay algunas indicaciones que resultan aceptables para todos. Extraigo una muestra:
“Asegúrese de contar con permiso antes de dar un abrazo. Con frecuencia el premio para abrazar está implícito en una relación. Probablemente su novia o amigo íntimo reciban de buen grado un abrazo casi en cualquier momento. Sin embargo, siempre es necesario respetar la necesidad ajena de privacidad y espacio. A veces uno recibe autorización tácita de alguien que desea un abrazo, entonces responde espontáneamente. O allana el camino al abrazo con un comentario sencillo, como: ‘Me gustaría darte un abrazo’. Respete los mensajes verbales y no verbales del otro. Casi siempre podrá adivinar qué es lo necesario y lo aceptable. Si interpretó mal y el otro se mostró incómodo con su abrazo, no se preocupe. Para algunos, ser abrazados es muy difícil. En ocasiones hay que establecer una honda confianza antes de que se sientan lo bastante seguros como para abrazar. Aunque los abrazoterapeutas creemos que el don del contacto físico tiene muchísima importancia, el don de la aceptación no se le queda atrás”. ¡Hasta mañana!