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“La crueldad? Sí, soy cruel. Soy cruel, inmundos, soy cruel con ustedes: los gastadores, los empleados públicos, los estatistas, los que le rompen el culo a los argentinos de bien"
Javier Milei
Infligir dolor a los demás no es, como pareciera, una actitud necesariamente inhumana. Hay veces que, en la vida diaria, tenemos que adoptar conductas que causan dolor a otros, pero que tienen como objetivo prevenir males mayores. El dolor tiene un costado educativo. Muchos ejemplos podemos dar en la relación de padre e hijos.
Ello, naturalmente, ocurre más a menudo en el ámbito público, en la gestión de gobierno. El gobernante, aún con todo el sentimiento en el alma, debe firmar y autorizar medidas que afectan a un sector de la sociedad. Obvio, está para tomar decisiones, y éstas nunca son estériles. Cuándo el bien común es el norte, y las medidas dolorosas son proporcionadas, la legitimidad hace su aparición en escena.
La legitimidad del dolor como instrumento de las políticas públicas, o como efecto no querido de medidas que lo causen, tienen, deben tener, un objetivo superior cuyo alcance, a la larga o a la corta, definen la acción gubernativa.
Pero, no debemos confundir el “dolor” con la “crueldad”, porque ésta tiene un adjetivo que le confiere su propia impronta. La crueldad es infligir un dolor “innecesario”, teniendo como sustancia la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Aún peor, a veces surge en el sujeto activo del acto cruel, el regodeo, el goce, el deleite.
“Las medidas de gobierno pueden ser dolorosas, pero se vuelven “crueles” cuando generan un dolor innecesario”
Cuando la crueldad como acto de gobierno, se justifica no sólo en el entorno del poder sino en un amplio sector de la sociedad, allí sí que estamos en problemas. Esto ha sucedido en algunos regímenes totalitarios, que han dejado huellas imborrables en la conciencia de la humanidad.
Es lo que llamamos la “banalización” de la crueldad, es decir su naturalización, tanto en la escalera burocrática del poder como, lo que es más dramático aún, en el imaginario social, que aplaude cada acto cruel, como si se tratara de un gol de la selección nacional de fútbol.
Esta naturalización de la crueldad tiene que ver con los totalitarismos, se vuelve algo así como normal, y las personas no alcanzar a advertir o no les importa, el núcleo inmoral y perverso de sus propias conductas.
La “banalidad del mal” es un concepto acuñado por la filósofa alemana Hannah Arendt para describir cómo un sistema de poder político puede trivializar el mal, haciéndolo de tal manera que los encargados de ejecutarlo lo consideran un procedimiento burocrático. Los funcionarios no son necesariamente crueles, sino incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales, se limitan a cumplir órdenes en el marco de la doctrina oficial.
Lo peor de todo ello no es el gobierno cruel, sino la sociedad que ha perdido la brújula ética y que aplaude cada acto cruel como formando parte de la normalidad. Es esto, y no otra cosa, lo que sucedió en la Alemania nazi.
En la Argentina de la tercera década del siglo XXI, casi de manera inédita estamos transcurriendo un tiempo en que la crueldad del gobernante fue trasfundida a la gente, a la que le ha dejado de importar lo que le sucede al vecino. Muy por el contrario, a veces hasta lo aplaude.
El presidente Milei ha aceptado ser calificado como “cruel”, sus políticas están dirigidas a eliminar al enemigo, y el enemigo son otros argentinos que piensan diferente. Por ese sólo hecho, merecen ser sacrificados en el altar de su credo libertario.
“Lo verdaderamente terrible es la “banalización” de la crueldad, dónde la sociedad se desentiende del valor moral de sus opciones, para seguir ciegamente al líder autocrático de turno”
El sábado pasado, el primer mandatario participó como orador principal, en la inauguración del templo protestante más grande de la Argentina, en la vecina ciudad de Resistencia. Se cobró entrada para ingresar, en una escala que iba hasta los cien mil pesos. Los que más pagaron, tuvieron tratamiento VIP y pudieron departir con él.
Además de la inusual participación de un presidente en un evento religioso extraño, cuyos mentores, lo sabemos todo, hacen de su prédica mística un negocio jugoso, Milei dio un discurso dónde formuló sus repetidas teorías político-religiosas.
Acusó, como no podía ser de otra manera, a los que no piensan como él, “de haber invertido los valores occidentales que conducen a la prosperidad”. Señaló a sus opositores de tener el cerebro invadido por “virus” perversos.
El “virus” no es otro que la “envidia” del pobre al rico, y su afán de apoderarse de los bienes del mismo, para lo cual, no pudiendo hacerlo por mano propia, crea el estado. El estado, según Milei, no esta para garantizar el bien común, sino para evitar que, vía impuestos, los ricos deban resignar parte de sus ganancias en beneficio de una distribución que permita un nivel general mínimo de vida para las personas.
Para la ideología libertaria, el Estado sólo debe invertir en una fuerza de seguridad lo suficientemente grande y preparada, para garantizar el derecho de propiedad. Ni la educación ni la salud son prioritarias.
“A esta altura, nadie puede desconocer que los textos bíblicos abogan por la defensa de los más vulnerables, salvo en la biblia de Javier Milei”
“No debe haber nada más antijudeocristiano que la idea de la justicia social. Porque la justicia social básicamente es robarle a una persona el fruto de su trabajo y dárselo a otra”, concluyó exultante, mientras las 15 mil almas que colmaban el fastuoso “Portal del Cielo”, el nuevo templo de la Iglesia Cristiana Internacional que pagaron la entrada, lo aplaudían a rabiar.
Particular la interpretación del presidente de los textos religiosos. Tal vez olvide que las Biblia está llena de citas que abogan por la justicia social (la verdadera, no la de la bandera peronista), enfocándose en la defensa de los pobres, oprimidos y vulnerables. Estas citas instan a practicar la justicia, la misericordia y la humildad, y enfatizan la importancia de tratar a los demás con equidad y compasión.
No otra cosa puede leerse en Isaías 1:17, Miqueas 6:8, Salmos 103:6, Mateo 23:23, Lucas 6:36, Mateo: 25:40, Proverbios: 28:5, Santiago: 1:27, Jeremías: 22:3, Amos 5:24.
Estos parágrafos reflejan el llamado bíblico a la justicia social, que implica la defensa de los vulnerables, la práctica de la equidad y la misericordia, y la búsqueda de un mundo dónde todos tengan la oportunidad de vivir con dignidad.
¿Habremos entendido mal los textos bíblicos? ¿Será que Jesús no está con los pobres? ¿Será que la solidaridad social es un vicio que merece castigo? ¿Será que los gobernantes sólo deben dedicarse a proteger la propiedad de los ricos y olvidar las necesidades de los pobres? ¿Será que para gobernar este país hay que cultivar la crueldad, conjugar el lenguaje de los insultos y del odio, ¿Será que hay que hacer mundo sólo para nosotros, los buenos, y no para ellos, los malos?
Estimo que la gran mayoría, en su sano juicio, no tendrán la interpretación de los textos religiosos que amañadamente hace el presidente. Menos aún, sabiendo que no se trata sólo de una mera digresión teológica, sino llevados a la práctica desde el poder.
Lo importante es que la gente común, como Ud. o como yo, sea cual fuere nuestra ideología política, tengamos una verdadera capacidad de discernimiento, y conocer cuándo una medida es innecesariamente dolorosa, es decir: cruel.