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El realismo mágico de Odín: un gato en el cafe Tortoni

Por El Litoral

Jueves, 05 de abril de 2012 a las 01:00
A comienzos de la década de los ‘80, hice uno de mis habituales viajes a Buenos Aires, y como siempre, reiteré la malsana costumbre provinciana de pasear por la Avenida de Mayo, cuyos encantos quedaron en la leyenda. Ya no están sus “aires madrileños” ni la magia de sus veredas repletas de las rondas de los amigos de siempre, como en el patio de casa. Hoy no atrae a nadie. Pero sería imperdonable ir a Buenos Aires y no pasar por esa avenida.
Estaba cumpliendo con ese rito. Me detuve en la vereda del café Tortoni, ese lugar casi mitológico al que siempre “miraba de afuera como esas cosas que nunca se alcanzan”... Nunca lo dije, pero la verdad es que jamás entré al Tortoni... por vergüenza o temor de tener que codearme con algunos feligreses de la talla de un Jorge L. Borges...
Esta vez me llamó la atención un llamativo afiche en la entrada del café. “El Gato y sus tibiezas”. Para un atardecer porteño era una invitación más que sugestiva si ligábamos sus enigmáticos conceptos: “gato” y “tibiezas” con segundas intenciones. Más abajo decía: “Presentación del libro de Odín Fleitas”, el precio, el lugar dónde ad-quirirlo, etc.
Allí empezó a aclararse a medias el panorama. “A este tipo lo conozco”, dije para mis adentros mientras miraba a mi alrededor y una multitud de desconocidos desfilaba, a paso redoblado, como si estuviesen apurados por llegar a ninguna parte.
Sí, definitivamente. A este Odín Fleitas yo lo conozco.

*   *   *

Un poco aturdido por el ruido y la vorágine de la gran ciudad, se me prendió la lamparita (to-davía me funcionan las pilas).
Pero sí señor, Odín Fleitas es mi primo. Periodista, poeta. escritor, chamamecero, una especie de García Már-quez, creador de un realismo mágico similar al del colombiano, prisionero aquí en los andurriales del malezal.
Odín Fleitas era múltiple; trabaja en un diario, en una radio, en una revista, en una televisora, animaba bailantas y hasta escribía libros políticos, como “Vidal, el último mazorquero” o de curiosas misceláneas como “El gato y sus tibiezas”.
Odín Fleitas era así. Capaz de todo, hasta de animarse a presentar un libro nada menos que en el Café Tor-toni. Con su promesa de “gatos y tibiezas” más unas hermosas “conejitas” que la había prestado Ca-nal 9 -donde a la sazón trabajaba-  para atender al público que desbordó el salón, Odín rompió las tablas.
Allí estaba yo, de-butando en el Tortoni, sigiloso como un gato, caminando en puntas de pie (?) entre un montón de amigos dispuestos a aplaudir a rabiar, pero a comprar un libro, jamás.

*   *   *

Un señor de avanzada edad, de físico muy deteriorado, un clásico “solitario” de la ciudad reventada de habitantes, se acercó a una de las “conejitas” recepcionistas y le preguntó: -¿Aquí regalan gatos? La chica titubeó. Miró de arriba abajo a su interlocutor y disipó su sospecha de un presunto lance. -¿Cómo dice se-ñor? -Yo vivo solo y quiero tener un gato para que me acompañe. Me dijeron que aquí me lo van a regalar...-. Segura del convencimiento del señor, la “conejita”, luego de varias consultas llegó hasta el escenario y se contactó con Odín.
Este, más rápido que un gato, se movió entre sus amigos-cómplices, los movilizó y montó un urgente operativo; varios muchachos salieron a la cercana avenida 9 de Julio, donde había enormes demoliciones, a buscar gatos que por allí pululaban...
Mientras el acto formal en el Tortoni seguía, la verdadera historia transitaba otros andariveles.

*   *   *

Una hora después, el animador de la reunión anunciaba por micrófono un sorteo -previa distribución de una tarjeta numerada- cuyo premio era un gatito. Dos cosas estaban aseguradas: l) el premio ya estaba bien guardado en una caja luego de su captura en la avenida 9 de Julio. 2) El nombre del agraciado era el del viejito, según el “escrutinio” dispuesto por Odín.
La permanente sonrisa de Odín se agigantó, pese a su derrota. El, que era el seguro ganador de esa noche, perdió protagonismo ante las lágrimas y la emoción de ese viejecito que encontró en ese gatito la tibieza que su soledad le estaba negando.
Así era Odín. Regalador de ternura. Compartidor de tibiezas. Sin que nadie se diera cuenta por qué su gesto siempre fue anónimo, armonioso, como el andar de un gato... que, vaya la paradoja, humanizó la fría solemnidad del Tortoni
Odín volvió a su casa con una pila de libros sin vender, pero con una sonrisa más ancha que nunca.
 El viejito se perdió en la noche con el gatito entre sus brazos. (Se olvidó de comprar el libro... ya no lo necesitaba como compañía).

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