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Qué dijo la crítica nacional sobre la obra de Gabriela Acher

Por El Litoral

Jueves, 10 de mayo de 2012 a las 17:55
CLARIN

La risa de las cercanías. En su unipersonal, Gabriela Acher repasa, desde su madre en adelante, diversos malestares de la cultura.

Gabriela Acher abre su espectáculo Algo sobre mi madre (todo sería demasiado)  con un artilugio que disfraza la soledad de un unipersonal. En bambalinas, ella sostiene una charla telefónica justamente con su madre. No es fácil. Hay dardos que van y vienen, agudizados por la distancia, hasta que la actriz decide que es el momento de cortar, que la gente ya está en la platea, que tiene que comenzar, de una vez por todas, el show. Mamá Acher da batalla y sostiene, de todas formas, la última palabra. "Bueno, abrigate", le dice antes de cortar.
Aunque fue ganadora, en otros tiempos, del Premio Estrella del Mar por su labor en El último de los amantes ardientes o se llevó el Martín Fierro a la Mejor Comediante por su trabajo televisivo junto a Tato Bores, Acher parece especializarse cada vez más en un formato propio, casi artesanal, que construyó a su medida. Escribe un texto, lo pule, lo ensaya y en algún momento lo estrena. Lleva cuatro libros y éste es el segundo que traslada a un escenario, después de El amor en los tiempos del colesterol, que duró siete temporadas.
Si Enrique Pinti se encarga de producir, en sus monólogos, crónicas que abarcan lo social y político, y hasta se mete, a veces, con los desmadres de la historia, Acher ve más cerca y, acaso, más profundo: lo que sucede puertas adentro le interesa, los detalles que condicionan la módica felicidad cotidiana. Una realidad que ella disfruta de descorrer, como quien levanta una alfombra, para espiar —debajo— la polvadera.
Este deschave costumbrista sobre los diversos malestares de la cultura sólo puede hacerse si, como en su caso, hay simpatía a favor y velocidad mental suficiente para no quedarse nunca afuera de lo que se está narrando. Ella está involucrada siempre en lo que dice. Es que Gabriela Acher —que formó parte de elencos memorables como Telecataplúm, La Tuerca o Hupumorpo— se ríe de las cercanías: comienza por ella misma, y sigue con la lógica implacable de su madre, apunta hacia la colectividad, y después avanza todavía más sobre las desventuras del matrimonio o las faltas de respeto generales de estos tiempos.
En algún momento, puede mirarse abiertamente hacia atrás, hacia los costados, a la platea muy poblada, y con cierta distancia sorprenderse de las risas francas ante la descripción, descarnada, que Gabriela Acher está realizando de una realidad que los involucra. Y festejar, entonces, que esos matrimonios grandes, que los grupos de mujeres solas, que los novios que eligen el espectáculo como primera o segunda cita, se puedan estar riendo, como si nada, de sí mismos.


LA NACIÓN

Gabriela Acher una buena conversadora

Si, al decir de John Lennon, "la vida es lo que nos pasa mientras estamos mirando a otro lado", Gabriela Acher tiene el don de registrar, simultáneamente, lo que le pasa a ella y lo que ocurre a su alrededor. Hace ya varios años que narra desde el escenario esas vicisitudes, con un gracejo muy personal y una singular agudeza de observación: Humor se escribe con Acher, Memorias de una princesa judía, El amor en los tiempos del colesterol... En ocasiones, ha dado forma de libro a esos mismos textos, basados sobre todo en dos temas principales: la maternidad y sus inevitables consecuencias (para ambas partes interesadas), y la lucha por la igualdad jurídica y laboral de los sexos.
Aquí se trata, como el título lo declara, del arte de ser hija de madre judía, para ser luego, a su vez, madre judía de un adolescente, y no perecer en el combate. Pero, por otra parte, afirma: "No hace falta siquiera ser judía para ser una madre judía". Porque la sobreprotección, el perfeccionismo y la constante trepidación al borde del patatús parecen ser rasgos comunes a todas las madres en todo tiempo y lugar, sean de la confesión que fueren. "Mi hijo es perfecto. Si no, ¿para qué estoy?", sería el lema de esta mujer a quien un hijo la plantea ahora problemas muy similares a los que su madre afrontó con ella.
El humor de Acher (recordemos sus intervenciones en programas cómicos legendarios, como Telecataplum o La Tuerca) es, al mismo tiempo, fino y accesible, culto y popular sin vulgaridad. Saca partido de su apariencia (es una mujer muy hermosa), de una vigorosa presencia escénica (se mueve por el tablado como si estuviera en su casa -y la verdad lo está-), del aplomo adquirido en muchas horas de vuelo y de esa cualidad imponderable, indefinible, que se llama carisma o encanto personal. Seduce con la voz bien modulada y proyectada, una expresividad gestual muy efectiva y el gracejo de sus oportunos textos propios. Siempre es grato reencontrarse con un buen conversador, y Gabriela lo es en grado sumo.


AMBITO FINANCIERO

La idische mame según la ingeniosa Acher

"No hace falta ser judía para ser una madre judía", asegura Gabriela Acher, y brinda un rico anecdotario al respecto. Como hija y como madre tiene mucho para decir porque, como ella misma dice, es una digna representante de la generación intermedia, educada en base a normas muy estrictas e inapelables, carente de una buena información sexual e incapaz de imponer a sus hijos algún límite restrictivo o de inculcarles, al menos, cierto respeto por sus mayores.
La autora de intérprete de «El amor en los tiempos del colesterol» y «Memorias de una princesa judía» apela a un humor inteligente y sin concesiones. Sus críticas y comentarios son hilarantes, pero requieren de cierta capacidad de reflexión y autocrítica para ser aprovechados a pleno.
Las que más se ríen son las mujeres, pero como la actriz también ironiza sobre los conflictos de pareja, los choques intergeneracionales, la «revolución sexual» de los últimos años, el impacto de Internet, los adelantos en genética y otros temas de interés general, ningún sector del público queda excluido. Los mejores momentos del show son cuando Acher recuerda anécdotas de su madre o se pelea con ella por teléfono. El público tiene ocasión de escuchar la voz en off de una insoportable idishe mame que atosiga a su hija con todo tipo de críticas. También resultan muy simpáticas las proyecciones con datos estadísticos que la actriz se ocupa de analizar, así como la selección de figuras célebres que cierra el espectáculo. En cambio, la lectura de emails escritos por algunas madres cincuentonas se extiende demasiado y puede resultar fatigosa.
Acher es una excelente actriz cómica que llena el escenario con su sola presencia. Su manera de transmitir cada anécdota es siempre apasionada, vital e irreverente. En este caso, sus padecimientos de hija judía la acercan un poco más al humor de Woody Allen. Ambos comparten anécdotas de infancia y adolescencia igualmente «aterradoras» y viven su herencia judía con igual resignación y espíritu crítico. Cuenta la actriz que, cuando se enteró que los judíos no tenían infierno, le preguntó a su madre: «¿y a dónde van los judíos malos?» y ésta le contestó después de dudar una milésima de segundo: «¡A Miami!


ABC CULTURAL

Gabriela Acher vuelve con sus disparatadas anécdotas maternales


Por tercer año consecutivo, una de las grandes actrices cómicas rioplatenses volvió a estrenar a sala llena una nueva temporada de su clásico espectáculo “ALGO sobre mi madre (TODO) sería demasiado”, dirigido por la misma artista y tomando como base los textos del libro editado en el 2000 que lleva el mismo título.
Una gran cantidad de bombillas decoran el escenario general, la humorista aparece en su camarín y, un minuto antes de salir a escena, recibe una inoportuna llamada de su madre que le recrimina lo que cuenta la humorista en su obra.  Acto seguido a la ficticia conversación telefónica, Gabriela Acher sale a escena para dar inicio a su unipersonal, un monólogo en continuado que sólo se verá interrumpido cuando su madre vuelva a reclamar sus llamados; aún a la distancia.
Si bien en esta obra se resalta la relación hija judía-idishe mame, se sabe que universalmente las hijas se han rebelado contra sus controladoras y entrometidas madres, sin distinción de edad, raza, color o religión. “El día que yo nací mi mamá no quería que me cortaran el cordón umbilical para que no la dejara”, comentará durante su monólogo.
Su dicción, su presencia en el escenario y su forma de narrar las más desopilantes vivencias de su pasado, junto con su fuerte expresividad, son parte del encanto de su completa actuación. Por medio del relato de una serie de recuerdos y experiencias -en su gran mayoría relacionadas con su madre o con su propio hijo, pero siempre con la maternidad como centro-, la actriz encanta a la audiencia con sus frases memorables. Gabriela Acher mantiene el espíritu del humor femenino contemporáneo en las carteleras porteñas.
“Mi mamá ha hecho de la preocupación un arte”, admitirá, y agregará más ingredientes a esta fórmula cuyo resultado es risa y más risa. Las diferencias religiosas entre judíos y católicos; el affaire Lewisnky-Clinton; la comida; los límites; la culpa; el sexo; los nietos y las prohibiciones son algunos de los temas candentes que recuerda la protagonista sobre la relación con su madre. Sola en el escenario, la humorista es puro histrionismo, va y viene, habla, narra, monologa; simplemente, domina el espectáculo.
Hacia el final de la obra, se proyectan varios cuadros que evidencian la suba o baja de insistencia maternal respecto a temas urticantes como el matrimonio y los hijos. Como a lo largo de todo el show, una versión simpática del auto-castigo (consecuencia de un inculcado exceso de culpa) está a la orden del día. Las imágenes en continuado de los famosos personajes mundiales (Albert Einstein, Barbra Streisand, Mahatma Gandhi) atosigados por sus respectivas madres hablan por sí solas. Acto seguido, Gabriela Acher interpretará una versión libre y muy graciosa de la original “Aquellos locos bajitos”, para dar paso a la ovación final.
 Todo el mérito es indudablemente de esta antológica actriz que ha marcado una fundamental referencia en la comicidad femenina, y que ha trabajado junto a símbolos del humor argentino, como Tato Bores y Antonio Gasalla. Además de brillar en cine, teatro y televisión, Gabriela Acher también ha publicado cuatro libros: “La guerra de los sexos está por acabar...con todos”; “El amor en los tiempos del colesterol”; “Si soy tan inteligente... ¿por qué me enamoro como una idiota?” y “Algo sobre mi madre (Todo sería demasiado)”.



CULTURA ACTIVA

El sábado 21 de junio, inaugurando el invierno, me acerqué hasta La Casona del Teatro de Beatriz Urtubey, donde la escritora y humorista Gabriela Acher  presenta todos los viernes y sábados a las 21 la segunda temporada de “ALGO sobre mi  madre (TODO sería demasiado)”, una exquisita ‘reflexión sobre la maternidad’.
A sala llena, el espectáculo comenzó con una pequeña interrupción guionada, como consecuencia de una llamada de la madre de la protagonista absoluta del espectáculo quien, como no podía ser de otra manera, la contactó para hacerle recriminaciones varias y caer en reiteradas comparaciones con su hermana (al menos hasta el momento en el que la actriz le comenta a su madre que le dará parte de la recaudación del exitoso show, hecho que conforma bastante a su idishe mame).
Temas como la culpa, los hijos, la crianza judía y la comida son algunos de los tópicos por los cuales nos pasea Gabriela Acher de forma hilarante durante todo el espectáculo, y haciendo también hincapié en la relación con su madre, que marcará en  gran parte la relación de la actriz con su hijo.
“ALGO sobre mi madre (TODO sería demasiado)” se convierte poco a poco en una excelente guía de educación para no seguir, a menos que en el futuro quieran lograr que sus hijos se conviertan en comediantes. Cabe destacar que, si obtienen un pequeño porcentaje del ingenio y comicidad de la actriz, entonces sí vale la pena el intento.
Y aquí me permito hacer un paréntesis para halagar exclusivamente a Gabriela Acher, una mujer que maneja el timing del humor como muy pocas. Tiene un envidiable manejo del escenario, además de una destacada habilidad vocal y gestual para expresarse en completa armonía con los textos que es un verdadero placer oírla y verla.
La artista también es la Autora del libro y de la Dirección General del espectáculo, que dejó marcada en mi mente una frase que me pareció simplemente espectacular: “El karma es como la deuda externa personal”.
La comediante mantiene al público en constante estado jocoso y acompañando sus genialidades con recurrentes aplausos, demostrando que es una experta en lo que se refiere a entretener a la gente, que constantemente asiente con la cabeza al escuchar las vivencias por las que atravesó la protagonista.
Gabriela Acher brinda durante una hora y cuarto una clase magistral de humor y comedia, sostenido por su habilidad de show-woman y por su capacidad de describir de manera precisa situaciones que arrancan sonrisas y carcajadas en los presentes.
No daré muchos detalles al respecto (sobre todo para los que quieran ver este imperdible show), pero sí recomiendo prestar mucha atención al cuadro musical del final, así como también al video que refleja los pensamientos de las madres de algunos famosos personajes reconocidos a nivel mundial

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