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Leo Zarur y el universo de sombras esencial a su vida

Por El Litoral

Sabado, 05 de mayo de 2012 a las 01:00
ESENCIAL. Como cada mañana, Leo acompaña a su pequeña hija Cecilia al Jardín de Infantes “Patito Feo”.
Para ceguera que me borras el mundo/ estrella, casi alma, 
con que asciendo o me hundo”. 
(Delmira Agustini)

Leonardo Ramón Zarur es ciego pero puede ver. Nació con hidrocefalia y la intervención médica para salvarlo de la muerte, se llevó uno de sus sentidos, aunque lo alejó de cualquier complicación que a futuro se pudiera presentar. La lesión en el nervio óptico es irreversible, su voluntad es inamovible.
Leo no ve como el común de la gente, pero sabe distinguir lo esencial. Tiene esa porción de sabiduría interior de la que hablaba “El Principito” de Saint Exupery y que nosotros repetimos porque suena a pensamiento profundo, pero las más de las veces quedamos en la superficie del entendimiento y todo no pasa de una frase bonita.
Nació en Palmar Grande, departamento de General Paz, hace 40 años y pasó su infancia en Mburucuyá. Sus padres estuvieron en todo momento a su lado, salvaguardando su integridad, custodiando su universo de sombras, se convirtieron en lazarillos y le enseñaron a dar los primeros pasos y aquellos otros, quizás los más difíciles. 
Primero lo internaron en un Instituto de Buenos Aires para  su rehabilitación. Estuvo luego en Córdoba y finalmente, el Instituto “Valentín Haüy” abrió sus puertas en Corrientes y hacia acá vino, junto a su padre que se empleó en la fábrica de jugos MC.
“Hacé de cuenta que yo no tengo ojos, cuando los abro y siento que me pega el viento en las pupilas, recién tomo conciencia de que allí hay algo mío, una parte de mi cuerpo que me pertenece”, dice para que entienda. “Imagino cosas así como me explican, logro palpar lo que imagino y por ahí erro también. No tengo noción de los colores, no sé lo que es claro u oscuro”.
“Cuando era niño a un tío se le ocurrió que tenía que tocar el acordeón, se comunicaron con Jorge Valdez, un locutor de Misiones que lo pidió por radio y donaron uno con el que me mandaron a un profesor del barrio, el señor Svindel, un gringo que me enseñó tres temas y me largó solo. A los 13 años tuve mi debut en el escenario de la plaza Cabral, para el Certamen Inter-barrios de Folklore. También cantaba y si se me terminaba el repertorio, recitaba”, cuenta.
“El cieguito que sabe de autos”. Así lo apodaron por su segunda pasión, que compite en línea de largada con la música. “No me preguntes cómo, pero yo con solo tocar sé de qué auto se trata y cuando llegaban los artistas importantes a Mburucuyá, me chiflaban para que muestre mi talento. En uno de esos viajes llegó al pueblo Argentino Luna, yo tenía 7 años y me regaló un poncho. Claro, ya lo conocía de la radio, me gustaba escuchar el programa “Pampa y Cielo” que en LT7 Radio Corrientes pasaban a la mañana y a la tarde. Me sabía de memoria ‘mirá que es lindo mi país paisano’ y mi historia conmovió a Luna, a tal punto que cuando fui más grande, lo acompañé en sus giras artísticas y viví en su departamento por dos años. Me trató como a un hijo”, dice orgulloso de este recuerdo.
Ahora acaba de ser seleccionado como finalista para representar a Corrientes en el concurso nacional “Soñando por cantar”. “La sensibilidad de la gente me motiva a seguir, no persigo otro interés más que el de mostrar que cantar me hace feliz”, señala.
Todos los días, Leo Zarur espera pacientemente que las puertas del Jardín de Infantes “Patito Feo” se abran para dejar a su pequeña hija Cecilia (3 años) a la que luego pasa a retirar a la salida. También es papá de Nadime (9 meses) y de Nicolás (9 años). 
“Trato de estar el mayor tiempo con ellos. Yo les enseñé a caminar y ahora ellos me guían sin hacer diferencias. Tengo mis altibajos ¡cómo no! Aunque hace un tiempo que trato de no preocuparme por nada. Me levanto a las 6 y para las 8 ya me enteré de lo que pasó. Me reconforta hacer las cosas que disfruto. Nunca me puse a pensar si me quitó algo el ser ciego, porque aun así hice lo que quise de mi vida a mi antojo. Se me ocurrió manejar y lo disfruté en un campo conduciendo la camioneta de mi amigo Marcelo Chirette. Quise desarmar un auto y hacerme el mecánico y algo salió”, ríe a carcajadas. “Me gusta el berretín de la pesca, no por la pesca en sí, sino la tranquilidad y la junta. Me gusta chatear, se el teclado de memoria”, agrega.
“Si se presentara la posibilidad de operarme para recuperar la visión, lo pensaría dos veces porque tengo un mundo formado. En el que yo imagino me siento a gusto, sé cuando llega la noche por sus silencios, por la brisa. Tengo mi propio cielo y habrá una estrella que me guíe siempre. No hay reclamos de mi parte”, confiesa mientras toma de la mano a la pequeña Cecilia, que comienza a contarle los cuentos chiquitos de su día en el jardín. Ese es el secreto del que hablaba “El Principito”. 

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