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El maravilloso don de hacer reír

Por El Litoral

Sabado, 19 de enero de 2013 a las 01:00
RECONOCIMIENTO. El diario El Litoral, como sponsor de la Fiesta Grande, entregó un reconocimiento a don Luis Landriscina. Juan Romero Pucciariello, en nombre de la firma, obsequió un gallo en vidrio y mármol, el logotipo que acompaña siempre a El Litoral.
TRAYECTORIA. Además de El Litoral, el Instituto de Cultura del Chaco y de Corrientes también hicieron entrega de varios presentes al cuentista chaqueño, el homenajeado principal de la Fiesta Nacional del Chamamé. Fue en el punto culminante del jueves, el mejor desde que arrancó el evento.
Luis Landriscina nació en Colonia Baranda, Chaco, pero vivió en Villa Angela gran parte de su niñez y hasta radicarse en Buenos Aires. Le gusta que se lo presente como un narrador de usos y costumbres y tiene, desde hace muchos años, la bendita costumbre de contar historias tan infinitamente ciertas, que uno puede hasta identificarse en alguna de las características que menciona, con el personaje que está describiendo, o puede sentir que estuvo, pasó o imaginó, el paisaje que pinta en el relato. Incluso cuando el cuento va llegando al final y se espera el remate risueño, uno cree que eso que dice ya le pasó y mientras sonríe a carcajada llena y aplaude la salida, mira para los costados, para ver si hay algún conocido o circunstancial pariente que le señale con la mirada: “¿Viste? Tal cual lo que te ocurrió a vos”.
Luis Landriscina, Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional del Nordeste (“título que me dieron de mentirita nomás, yo no curo nada”, como le dijo al ministro de Educación, Orlando Macció), estuvo la madrugada del viernes en la Fiesta Nacional del Chamamé y del Mercosur. Por esas cosas de la vida, era la primera vez que accedía al escenario que lleva el nombre de Osvaldo Sosa Cordero, “a quien conocí, como también conocí a Tránsito Cocomarola y en mi pueblo escuché al Cuarteto Santa Ana, yo quería cantar como Julio Luján, a quien años después vi en Buenos Aires y le pregunté de qué trabajaba y me contestó que fabricaba antigüedades, ustedes se ríen pero es muy difícil fabricar cosas viejas”, tal fue compartiendo.
De traje y poncho al hombro se presentó Luis Landriscina en la noche más concurrida de la Fiesta Grande. Se lo estaba esperando hacía mucho y esa espera hizo que en la platea estuvieran sentadas tres generaciones para escucharlo contar: la de los abuelos, que lo vieron, algunos, en el mismo pueblo al que volvió siempre; la de los hijos, que crecieron con su figura en la tele, con su voz en la radio, con sus relatos grabados en un cassette y los nietos, que por el qué dirán de sus abuelos y padres, fueron para enterarse de quién era ese que ahora veían y bien que miraban con la boca abierta por la risa.
Hacer reír, dijo alguien, es más difícil que hacer llorar. Y más difícil cuando la gracia, viene limpita, sin una mala palabra, sin un insulto, sin una discriminación. Viene nomás. Desde que Luis comienza a contar la historia en cuestión, uno ya sonríe. Por más que el tema sea el velorio y haya un muerto en el asunto. La risa sale solita, sale la risa de niño, salen las ganas de reír y luego quedan, como estertores de risa, enganchados 

al próximo cuento, por lo que la risa se hace larga y sigue hasta que uno se acuesta y dice en voz alta, “me acuerdo en la casa de la abuela, el baño también estaba al fondo, lejos de las habitaciones, la de anécdotas que me contaron”.
De esos cuentos se alimentó don Luis Landriscina para ser quien es. “Yo sólo repito lo que escuché”, expresó alguna vez en una entrevista. Cómo lo hace es el don.
En la Fiesta del Chamamé, como si extendiera una varita mágica y dejara paralizados a los “gentes” que sumaban más de 12.000, Luis Landriscina describió una decena de cuentos.
“Mi padre adoptivo tenía un obraje y allí conocí a los correntinos. El correntino tiene el código de la lealtad”, dijo y nombró a los soldados en Malvinas. Una ovación le contestó desde el fondo.
“Yo rendí en Sadaic con un chamamé, de las cosas que tengo, grabé con Horacio Guarany, con Ramona Galarza, con Raulito Barboza, recién me di un abrazo con Julián Zini, que para mí es un emblema”, agregó.
Y entrando por la tranquera de la picardía anunció que “el primer gesto del humor popular es la puesta de sobrenombres” y arremetió con las palabras que parecían plumas haciendo cosquillas en el público. “Voy a hacer cuentos de acá, sino para que vine”, anunció.
Don Luis Landriscina recibió varios reconocimientos en el escenario. De El Litoral, de manos de Juan Romero Pucciariello que entregó una réplica en vidrio del gallo que identifica a nuestro diario. Del ministro de Educación Orlando Macció y del presidente del Instituto de Cultura, Gabriel Romero; del intendente de Villa Angela, Domingo Peppo, un cuadro con la foto de la ermita para Ceferino Namuncurá que Landriscina mandó a construir, en dicha foto Luis posa con la hermana de Ceferino; y de la presidenta del Instituto de Cultura del Chaco, Silvia Robles, que entregó una talla de la Virgen en madera, obra del artesano Fabriciano Gómez.
“Hay que estimular a los que están queriendo ser, así que les pido presten atención al joven intérprete que viene en el próximo número, se llama Germán Fratarcangelli y toca el acordeón que es una maravilla”.
Después, en un breve contacto con la prensa, Luis Landriscina dejó su saludo para el diario El Litoral y agradeció la distinción que había recibido en el escenario.
El Litoral Cultura saluda su paso por Corrientes, don Luis, y le da las gracias por esta sonrisa que nos ha dejado prendida con el ganchillo de la felicidad, al recordarlo. 
(MM)

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