POR JOSE CESCHI
¡Buen día! Se atribuye a Napoleón el pensamiento que sigue: “El mejor negocio consiste en comprar a los hombres por lo que valen y venderlos por lo que creen valer”.
Resulta muy difícil establecer el valor de un hombre, sobre todo por carecer de puntos de referencia permanentes. Un hombre puede valer más o menos en relación a otra persona, pero a la vez ese hombre puede valer más en ciertos aspectos y menos en otros. De todos modos, la tendencia natural, salvo pocas excepciones, es mirarnos a nosotros mismos exagerando nuestros dones: “No hay cristales de más aumento que los propios ojos del hombre cuando miran su propia persona”, dijo con razón Alexander Pope.
En el fondo, como expresa Fontenelle, “el orgullo es el complemento de la ignorancia”, dado que el no conocernos como somos puede llevarnos a pensar que somos mejores que los otros. El orgullo no consiste en conocer los dones que poseemos sino en ignorar los defectos o vicios que padecemos, así como la humildad no consiste en negar los dones sino en tener conciencia de los propios límites.
Viene bien la reflexión de Rabindranath Tagore: “La rosa sería soberbia si no hubiese nacido entre espinas”. La diferencia con los hombres es que, mientras las espinas están hechas para defender la rosa, los defectos, vicios y pecados de los hombres le impiden florecer en sus virtudes. Es por ello que todo esfuerzo por superar lo negativo redunda en beneficio de todo lo bueno que el hombre tiene.
Es la vieja lucha que acompaña al hombre desde sus inicios. El gran pecado cometido por Adán y Eva consistió en querer hacerse dioses (ver Gn. 3, 4-5), viviendo como vivían en un estado de perfección casi total. Dios los probó y ellos no estuvieron a la altura de su valor. Fue un pecado de orgullo. De ahí en más los hombres padecemos su aguijón mientras vivamos. Paradójicamente, porque valemos tanto para Dios, debemos luchar tanto para asemejarnos a lo que Dios espera de nosotros.
Como broche, un pensamiento de Rivarol: “El hombre humilde lo gana todo y el orgulloso lo pierde todo: porque la modestia encuentra siempre la generosidad y el orgullo la envidia”…
¡Hasta mañana!mientras las espinas están hechas para defender la rosa, los defectos, vicios y pecados de los hombres le impiden florecer en sus virtudes. Es por ello que todo esfuerzo por superar lo negativo redunda en beneficio de todo lo bueno que el hombre tiene.Es la vieja lucha que acompaña al hombre desde sus inicios. El gran pecado cometido por Adán y Eva consistió en querer hacerse dioses (ver Gn. 3, 4-5), viviendo como vivían en un estado de perfección casi total. Dios los probó y ellos no estuvieron a la altura de su valor. Fue un pecado de orgullo. De ahí en más los hombres padecemos su aguijón mientras vivamos. Paradójicamente, porque valemos tanto para Dios, debemos luchar tanto para asemejarnos a lo que Dios espera de nosotros.Como broche, un pensamiento de Rivarol: “El hombre humilde lo gana todo y el orgulloso lo pierde todo: porque la modestia encuentra siempre la generosidad y el orgullo la envidia”…¡Hasta mañana!