ORGULLO CURUZUCUATEÑO
Matías Barbás, músico
Matías Barbás nació en Curuzú Cuatiá, Corrientes. Hijo de padres entrerrianos, desde niño y aferrado a su guitarra de juguete, acompañaba los chamamés que don Tarragó Ros desgranaba con su acordeón y sonaban tan contagiosos en el tocadiscos de su padre. A los 4 años ya tuvo profesor, pero nunca faltó la vocación. La música fue y es su vida y en esa vida por la que pasaron muchos nombres, desde el año 1991 tiene su propio conjunto, “Curuzú Orilla”, con el inconfundible estilo tarragosero.
-¿Cuándo comienza esta historia?
-Supongo que nace al tener contacto desde muy pequeño con ella a través del tocadiscos que habitualmente sonaba en mi casa, gracias a mi padre y sobre todo los fines de semana por la mañana o a la tardecita cuando con mis padres nos sentábamos en la vereda de nuestra casa, allá en Curuzú Cuatiá, en la dirección de Juan Pujol 435. Si bien más adelante me enteré de que mi abuelo paterno ejecutaba la guitarra y que un hermano también ejecutaba guitarra y el acordeón, sólo tuve contacto con este último cuando ya contaba con más de 14 años y ya ejecutaba el acordeón. Debo destacar el exquisito gusto que mi padre tenía por la música y que además reproducía distintos géneros como tango, folklore, cumbia centroamericana, mucha música clásica y por supuesto chamamé, donde sobresalía Ernesto Montiel, Abelardo Dimotta, Isaco Abitbol y por supuesto su entrañable amigo Tarragó Ros.
-¿Por qué el chamamé y no otro género?
-Primero me gustaba el folklore en general, Los Chalchaleros, Los Fronterizos, las milongas de José Larralde. Acercarme a la música del chamamé por mano de Tarragó Ros, fue una revelación, algo visceral, que me mueve, me conmueve y moviliza.
-¿Influyó el hecho de nacer y vivir en Curuzú Cuatiá?
-Indudablemente que el hecho de nacer y vivir en Curuzú influyó considerablemente por el contacto permanente con esa música que allí tanto se escucha y con los músicos que en tanta cantidad y preferentemente en sublime calidad nacen allí. Sin dudas el slogan “cuna de músicos chamameceros” no hace más que expresar una gran verdad. Curuzú ha sido y es pródiga en mostrar al mundo entero las cualidades sobresalientes de los músicos nacidos allí. La lista sería interminable pero con nombrar a Tarragó Ros, Pocholo Airé, Mateo Villalba, Antonio Tarragó Ros, puedo citar tan sólo a algunos que trascendieron los límites del pueblo amado.
-¿Conociste a Tarragó Ros? ¿Cómo se dio la relación?
-Coincidimos en muchas reuniones en sus viajes a Curuzú, ya sea por actuaciones o de paso a otros lugares, visitaba a sus amigos, entre los cuales no faltaba mi padre y compartíamos inolvidables asados y musiqueada. El lugar de encuentro era el restaurante “El Globito” del popular Maneco Espíndola, a media cuadra de mi casa (en la esquina de Podestá y Juan Pujol). Cuando no me encontraba en Curuzú porque iba a visitar a mi abuela a Paraná, Entre Ríos, me dejaba una postal firmada y autografiada por él. Recuerdo su sonrisa y cariño para conmigo. En una oportunidad me retiró de clases en mi escuela Belgrano y me llevó al restaurante del Club Huracán frente a la plaza San Martín de Curuzú, a media cuadra de la escuela. No quieras saber el despelote que se armó cuando no llegué a mi casa, mi madre vino a buscarme a la escuela y le dijeron que una persona me había retirado. Le dijeron luego que esa persona era Tarragó y que estábamos en el club. Me encuentra y Tarragó le dice “andá a buscarlo a Barbás (mi padre) que los espero a almorzar”. Gran chamameceada recuerdo esa tarde.
-¿Así llegó la música? ¿Afinando el oído junto al maestro?
-Tal cual, aprendí “de oído” escuchando los discos pero en vez de reproducirlos en 33 revoluciones, velocidad normal, el tocadiscos tenía la opción de escucharlos a 16 revoluciones. Lo escuchaba y “transportaba” esos sonidos al teclado. Sin dudas mucho me ayudó el hecho de saber guitarra, que aprendí con Celestino López desde los 4 años hasta los 13. Luego me contacté con otros músicos de Curuzú, con quienes fui aprendiendo ya temas en particular e intercambiando conocimientos. Me pasaba más de 8 horas diarias encerrado con el tocadiscos practicando. Al mes de tener mi propio acordeón ya conformé un trío con dos guitarras y tocábamos en LT 25 radio Guaraní de Curuzú Cuatiá. Se llamó “Trío Evocación”, me acompañaban Carlos Hugo Duarte, compañero de colegio y Orlando “Carozo” Gutierrez, eximio guitarrista y entrañable amigo.
¿De dónde proviene el acordeón que tocás actualmente?
-El acordeón que poseo actualmente es un “Simón Ocampo”, último gran luthier de acordeones en toda Latinoamérica, quien residía en Paso de los Libres, lamentablemente desaparecido. Le llevó dos años y medio la construcción y todo fue hecho a pedido y condiciones solicitadas por mí, fue mi acordeón el último que él fabricó, según me ha certificado su hijo Alejandro Ocampo, ya fallecido, gran amigo al cual recuerdo permanentemente cada vez que pulso el tres hileras.
-¿Por qué el nombre de Curuzú Orilla?
-Curuzú Orilla nació cuando ya residía en Corrientes y el nombre nace como una forma de expresar esa música, sentimiento y emoción de la gente de la barriada, del hombre de pueblo, de mi Curuzú Cuatiá.
-Los disfrutamos en la pasada Fiesta Nacional del Chamamé y del Mercosur, en el Anfiteatro “Mario del Tránsito Cocomarola. ¿En cuántas ediciones han participado?
-No recuerdo cuántas ediciones de la Fiesta Nacional del Chamamé, pero ha participado desde las prefiestas en los albores de lo que es hoy el festival mayor y he sido la revelación de la primera fiesta, cuando se hizo en el Club de Regatas allá por el año ‘84, ‘85, ya no recuerdo bien. Lo que sí puedo asegurar es que viendo la algarabía, sapukays, aplausos y alegría de la gente cada vez que tocamos, esto es una constante, lo cual nos indica claramente que estamos en el camino correcto del respeto, humildad necesaria y sentimiento transitando las rutas del chamamé.
-¿La continuidad del chamamé está asegurada?
-Sin dudas el chamamé tiene asegurada vida perdurable no sólo por las firmes raíces de todos los grandes músicos que lo forjaron, sino por la interminable generación de fantásticos jóvenes que están poblando los escenarios y aportan su sapiencia de forma magistral. Sin dudas que los “viejos músicos” han hecho su parte esencial para poder dar lugar a estos nuevos valores y que estos han sabido escuchar el mensaje de nuestra cultura.
Moni Munilla