Por el Dr. Juan José Ramón Laprovitta
Celebremos con alegría el Misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, porque abre nuestros corazones y nuestras mentes hasta una profundidad de presencia que no puede ser eliminada por las ideas más brillantes. El Misterio mantiene su secreto hasta nuestra integración definitiva con Dios, porque con sus reservas nos acerca cada vez más a la Verdad, en la secreta inmensidad del alma en el anhelo por lo Divino.
Es la festividad más popular y devota de la Virgen María y su formulación se remonta al siglo II, cuando los Padres enseñaban la íntima asociación de María a Cristo, el Redentor, en la lucha contra el Mal. Inmaculada Concepción significa que la Virgen María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, fue concebida sin pecado original.
En las Sagradas Escrituras existen dos puntos de fundamento a partir de los cuales comenzó el progreso dogmático: en el Génesis 3,15 se afirma que Dios pone enemistad entre la Mujer -María- y Satanás que interpreta la enemistad de Cristo con el Mal y que en un contexto paralelo, se descubre que ambos, Cristo y María, tuvieron las mismas enemistades contra el Demonio. La consecuencia es que si son las mismas enemistades y que son totales, excluye cualquier amistad original con Satanás o un estado originario de pecado en María. En el Nuevo Testamento el arcángel Gabriel llama a María: “kejaritomene” (Lucas, 1,28), en griego antiguo, y significa que María tiene la plena gracia en forma estable y que corresponde a su dignidad de Madre de Dios y esta plenitud de gracia sólo puede corresponder desde el primer instante de la existencia, es decir, una santidad total que abarque toda la existencia de María. Es interesante decir, para confirmar que la Mujer es María: en los Evangelios Jesús siempre se dirige a su madre con el término Mujer.
En el siglo II San Justino y San Ireneo enseñaban con profundos fundamentos y elocuencia la verdad de la Inmaculada Concepción. San Efrén en el siglo IV otro tanto, lo mismo que San Ambrosio. En el año 431 el Concilio de Efeso al proclamar la Maternidad Divina de la Virgen María, profundiza el proceso de la Inmaculada Concepción. Al mismo tiempo San Máximo de Turín enseña sus fundamentos sobre el tema. Más tarde San Andrés de Creta, San Germán de Constantinopla y otros Padres y teólogos siguen sosteniendo la Inmaculada Concepción de María. En el siglo VI ya se celebraba la festividad de la Inmaculada en Oriente, luego pasó a Occidente. Y el origen de esta festividad no sólo fue por la Doctrina de los Padres, sino por la conexión de la narración en la Tradición de la Concepción milagrosa de María, por curación milagrosa de la esterilidad de Ana, su madre, tal como lo expresa el canon más antiguo de esta fiesta que corresponde a San Andrés de Creta. En el siglo IX esta festividad se celebraba en Irlanda, luego en Inglaterra. En el siglo siguiente en Francia, Bélgica, España, Alemania. En la Edad Media San Buenaventura; San Anselmo y sus discípulos, Guillermo Ware maestro de San Juan Duns Escoto, afirmaron con sólidos fundamentos la Inmaculada Concepción de María. Pero el influjo de San Juan Duns Escoto fue providencial, profundo y elocuente. Es el Doctor franciscano por excelencia, de origen escocés, fue un célebre profesor en Oxford, París y en Colonia. Fue llamado “doctor subtilis”, por la agudeza de su ingenio. Uno de sus discípulos, Francisco de Mayronis en 1325 dio la formulación definitiva al argumento clásico, y refiriéndose a Dios expresó: pudo, convino, luego lo hizo. Y la evolución dogmática siguió, y más allá de las controversias, desde este período hasta la definición, se profundiza el triunfo de la fe explícita en la Inmaculada Concepción. Es conveniente decir que muchas Universidades en ese tiempo “no sólo defendieron el privilegio de la Inmaculada Concepción, sino que exigieron también el juramento de defenderlo antes de la colación de los grados académicos”. La primera Universidad fue la de París en 1497, luego la de Colonia en 1499, luego la de Maguncia. A finales del siglo XVII defendían el privilegio mariano 150 Universidades. Entre ellas estaban las españolas. Este dato es muy importante para conocer y comprender realidades y símbolos de nuestra Patria.
Y así llegamos al siglo XIX. El 8 de diciembre de 1854 el Beato Pío IX, Giovanni María Mastai Ferretti Sollazzi, empleó la Bula “Ineffabilis Deus” para definir el Dogma de Fe de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
En 1823 siendo ayudante del Nuncio Giovanni Muzi, visitó nuestra Patria y celebró la Santa Misa ante la “Pura y Limpia Concepción del Río Luján”, en un viaje que incluía Argentina, Chile y Perú. Esta proclamación dogmática tuvo su ratificación sobrenatural cuatro años más tarde en Lourdes, Francia, cuando María Bernarda Soubirous en la ladera de la montaña llamada Massabielle, el 25 de marzo de 1858, le preguntó a la bella Señora que desde el 11 de febrero se le aparecía, cómo se llamaba, a lo que la bella Señora le respondió: “Yo Soy la Inmaculada Concepción”. Años antes, en 1830 la Virgen María se le apareció a Santa Catalina Labouré a quien le pidió acuñara una medalla con la frase: “Oh, María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Tí”. Es la famosa Medalla Milagrosa, que indicaba sobrenaturalmente la Verdad del Dogma.
En la necesidad de proclamar nuestra pertenencia, como argentinos, debemos ser fieles con nuestra sustancia, con nuestra herencia, con el eco eterno del anhelo divino de saber donde pertenecemos, para descubrir que nuestra Patria ha nacido bajo el signo de la Cruz Redentora de Cristo y bajo el amparo maternal de la Virgen María. Y esto se expresa de manera elocuente en la gran devoción de nuestro pueblo hacia la Pura y Limpia Concepción del Río Luján desde 1630, proclamada en diversas oportunidades patrona de nuestra Patria. En Corrientes tenemos el privilegio de la presencia de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí desde fines del siglo XVI. En Salta desde 1592 se conoce la devoción de la Purísima Concepción de María, que luego se llamaría Purísima Virgen de la Concepción del Milagro. En Catamarca desde 1550 se venera la Virgen Inmaculada del Valle. Y así podemos recorrer la Patria y encontrar en nuestras raíces siempre, la presencia maternal de la Inmaculada Concepción de María.
Y porque anhelamos caminar hacia un horizonte luminoso pleno de dignidad y grandeza con nuestra bandera nacional, símbolo principal de nuestra Patria y que lleva los colores de la Inmaculada Concepción, tal como lo dispuso su creador Manuel Belgrano, hasta lograr entre todos los argentinos la Unidad, la Justicia, la Verdad, la Libertad y el Amor. Belgrano se graduó de abogado en España en el año 1793 con el juramento de: “Vivir y morir en nuestra Santa Religión y defender el misterio de la Inmaculada Concepción”.
Al regresar a Buenos Aires en 1794, organizó el Consulado y fue nombrado su Secretario. Al iniciar su tarea oficialmente puso todo bajo la protección de Dios y la intercesión de la Virgen María en su Inmaculada Concepción y creó una bandera como insignia del mismo, con los colores del vestido y manto de la Patrona de la Institución: María Inmaculada, los colores azul celeste y blanco. Desde entonces estos colores fueron los que usaron quienes integraban la Sociedad Patriótica y los que se utilizaron para la escarapela nacional, creada a solicitud de Belgrano. El 27 de febrero de 1812 estando el ilustre patricio en Rosario, al inaugurar dos baterías Libertad e Independencia, enarboló una bandera de su creación con los colores azul celeste y blanco. De este acto dio cuenta al Gobierno para su aprobación.
El anecdotario de Manuel Belgrano narra un hecho por demás elocuente: Días antes, en reunión de oficiales, uno de éstos preguntó qué colores habría de tener la Bandera Nacional. Belgrano se levantó de inmediato y sacando del bolsillo una medalla de la Inmaculada Concepción sujeta a una cinta azul celeste y blanca, dijo con tono decidido: “Estos son los colores de la Patria”.
Era la medalla que correspondía a la Orden de Caballería fundada por Carlos III en honor de la Inmaculada a la cual pertenecía, y que siempre la llevaba como Congregante Mariano.
Que la Virgen María en su Inmaculada Concepción que dio color a nuestra Patria en el signo inviolable de la Bandera Nacional, interceda ante Su Hijo, el Sol de Justicia, para que nuestros horizontes pierdan su chatura y nuestros secos manantiales tengan nuevamente agua viva, hacia la Unidad y la Grandeza Nacionales y la encarnación del Amor en el corazón de todos los hombres.