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El papá en la crianza

Consejo de mamá. ¿Y si los dejamos ser? A las mamás nos suele costar no intervenir en la relación entre padre-hijo o padre-hija. Queremos marcar las características del vínculo, pero sería más sano aceptar que es un vínculo distinto y acompañarlo más que invadirlo. 

Por Laura Perales Bermejo
Especialista en Psicología Infantil 

El papel del padre en la crianza es muy importante, pero como suele pasar en otros muchos aspectos en lo que respecta a la maternidad y a la paternidad, este concepto está distorsionado.
Por ejemplo, en muchas ocasiones escuchamos cómo en las familias que esperan un bebé se habla de que el papá va a darle la mamadera para poder compartir el momento de la alimentación. 
Esto es un planteamiento erróneo, porque se pierden de vista las necesidades del bebé y todo lo que sí aporta el padre en la crianza, que es mucho, pero algunas cosas, como dar de mamar y ese vínculo primario al nacer y en los primeros meses, se da biológicamente con la madre, sin tener nada que ver ideologías u opiniones.
¿Cuál sería entonces el rol del papá? Durante el parto, el papel del padre es primordial para que la madre pueda parir tranquila, sin que le hagan preguntas, y en algunos casos, el padre es el que  debe recordar que existe un plan de parto.
Como no vivimos en tribu, que es para lo que estamos preparados, la mamá y el bebé necesitan aún más al padre. El padre sostiene emocionalmente a la madre, que tras el parto se encuentra en una situación muy sensible con el puerperio. Además, proporciona ayuda logística, se encarga en mayor medida de los familiares y las visitas; todo ello sin dejar de disfrutar de su bebé, de su nueva familia. Ya es difícil la situación en la que nos pone la sociedad antinatural en la que vivimos; sin el padre sería aún más ardua la tarea. Es una etapa delicada en la que el bebé se juega mucho, dada su vulnerabilidad, y necesita una madre lo más descansada y presente posible.

Cooperación 
No se trata de competir entre madre y padre por ver quién hace más cosas por el bebé, sino de cooperar entre ambos dada la responsabilidad que han decidido asumir: tener un hijo. Además, hay que tener en cuenta que, pese a que hay diferencias de rol que no son naturales sino absolutamente culturales, sí que hay unas diferencias biológicas, como la que se refiere al hecho de poder amamantar. No nos diferenciamos tanto como quieren hacernos creer, pero hay cuestiones innegables.

Figura de apego
Cuando el bebé crece, el padre se convierte en otra figura de apego. De forma natural, en el inicio de la crianza, el bebé es más dependiente de la madre. Sin embargo, en el avance de este proceso, el bebé va acercándose al padre según crece. Este proceso se ve claramente sobre los 3 años de edad, cuando el niño va dejando atrás esa dependencia materna natural para ser más independiente y, de la mano del padre, que es el símbolo de lo social, socializar con otros niños.
Es esencial en la crianza que el padre sea una persona presente, no tanto físicamente (que también, en la medida de lo posible), sino psicológicamente. El niño necesita una persona con la que contacte de un modo real, que sea capaz de ver al otro y de verse a sí mismo.
Gracias a todos esos papás que no desean competir con la madre, que juegan con sus hijos, que no se avergüenzan colocándose a su hijo en un portabebé o acompañando una rabieta en público, que exteriorizan sus emociones de manera sana, que aportan su sostén y su presencia, que, en definitiva, no están al frente de una familia, sino con ella.

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El apego
El apego es el vínculo emocional que desarrolla el niño con sus padres (o cuidadores) y que le proporciona la seguridad emocional indispensable para un buen desarrollo de la personalidad. La tesis fundamental de la Teoría del Apego es que el estado de seguridad, ansiedad o temor de un niño es determinado en gran medida por la accesibilidad y capacidad de respuesta de su principal figura de afecto (persona con que se establece el vínculo).

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