Por Leticia Oraisón de Turpín (*)
Hay un párrafo muy ilustrativo y gráfico en el Evangelio donde Jesús dice: “No juzguen para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes. ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Deja que te saque la paja de tu ojo” si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano”. (Mt.7-1;15- Lc.6-41;42)
Y esto, como todos lo comprendemos, está referido a la crítica y al chismorreo despiadado que muchas veces nos vemos tentados de hacer.
Porque nos sucede con más o menos frecuencia, que vemos o creemos ver los defectos y los errores de los demás, sin analizar y reconocer la cantidad de errores y defectos propios.
Es más, nos apresuramos a censurar el accionar ajeno, sin conocer los motivos y las acciones previas que desencadenaron determinado comportamiento.
Alguna vez ya conté, cómo aprendí de una querida amiga, que me repitió palabras de su padre diciendo: “Ni siquiera viendo, critiques o condenes, porque puedes estar malinterpretando lo que crees ver”.
Y cuánta razón hay, porque lo más importante nunca lo vemos, como el corazón y las intenciones más íntimas de las personas.
Es increíble cómo muy rápidamente fiscalizamos, censuramos y criticamos a los demás, sin ver lo que en realidad nos pasa a nosotros mismos. De allí, que muchas veces pensé, si en el fondo lo que detractamos en los demás, no son nuestros propios defectos reflejados en los otros.
Si pudiéramos cerrar más a menudo nuestra famosa boca, y callar, aunque sean reales los errores ajenos, para ser más alegres y felices, sin estar planteándonos dilemas y problemas que no nos incumben.
Porque la realidad de todos los días nos muestra, que las personas benévolas, son más atractivas, agradables, sencillas y alegres que aquellas que son inclementes con sus prójimos.
Si Dios que es tan indulgente con todos, nos perdona, sin mirar con tanto detalle nuestros defectos y procederes, ¿por qué nosotros actuamos distinto?
Ciertamente el Todopoderoso no mira, si somos rubios o negros, altos o petisos, feos o lindos, ni siquiera mira si tenemos bienes, talentos o habilidades especiales, sólo le importa nuestro corazón y nuestro deseo de mejorar, enseñándonos de esta manera a ser más benignos y generosos con los demás.
Si advertir una mala acción nos lleva a corregir, debemos hacerlo con bondad y generosidad, llamando la atención del hermano y pidiéndole que rectifique, así no caeremos en la crítica inútil, solapada y traicionera.
Hay que distinguir muy bien, crítica de corrección, porque una se da por complacencia personal, y la otra por caridad y comprensión fraterna.
Recordemos simplemente que nosotros no queremos ser criticados y que de serlo y conocer la crítica, inmediatamente nos excusaríamos minimizando la acción o el hecho que lo provocó y además lo haríamos doloridos y enojados por ser “injustamente” censurados. Entonces pensando en nosotros mismos, salteemos con benevolencia los defectos, equivocaciones, o ignorancia de los otros, y comprendamos cómo quisiéramos ser comprendidos.
(*) Orientadora Familiar.