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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El increíble caso ovni de Monte Maíz

Un hecho realmente espectacular le sucedió a un camionero que viajaba en la noche por las rutas de la  provincia de Córdoba, en 1963, cuando se encontró frente a frente con un gran objeto luminoso, al lado del cual había dos extrañas criaturas de gran tamaño, que se fueron acercando lentamente hasta él.
Reacción. Douglas dispara contra el objeto.

Por Francisco Villagrán

villagranmail@gmail.com

Especial para El Litoral

En el campo del fenómeno ovni, hay muchos hechos que ocurrieron de encuentros cercanos, algunos pasaron desapercibidos y otros no tanto, y otros quedaron en el olvido, no por ser menos importantes sino por ser difíciles de creer, lindantes entre la realidad con la ficción. Este es uno de ellos, el caso que comentamos a continuación, ocurrido el sábado 11 de octubre de 1963, en horas de la madrugada en un solitario camino de la provincia de Córdoba.

Esa noche de primavera, el tiempo se presentaba muy inestable en la zona, había amenazas de tormentas y lluvias, a lo lejos en el horizonte se observaban relámpagos cada vez más seguidos. Serían unos pocos minutos más de las 3 de la mañana, cuando el señor Eugenio Douglas, camionero, se desplazaba por la Ruta Provincial 11, que se encontraba desierta y muy resbaladiza, rumbo a la pequeña ciudad cordobesa de Monte Maíz. Ya la lluvia se había desatado con toda intensidad y cada vez arreciaba más. El camionero, en su afán de mantener el camión normal sobre la cinta asfáltica, no advirtió que algo extraño se estaba acercando a la ruta.

De pronto, el camionero se sorprendió al ver aparecer de frente a su vehículo, una fuerte luz que se venía aproximando lentamente hacia él. Una cosa era cierta: aquello no era un camión ni un vehículo más chico, la luz era demasiado intensa y aumentaba cada vez más.

Ante la inminencia de un choque y ya casi enceguecido, Douglas maniobró violentamente su camión hacia la banquina derecha, le dio un volantazo, el vehículo patinó, pero no llegó a volcar.

Sin embargo, el camión se llevó por delante una alcantarilla, rompiendo la punta de eje de ese lado del tren delantero. El camión quedó recostado, semiinclinado y ante el estupor del camionero, los faros y el motor, que habían quedado encendidos, se apagaron solos. Un tanto golpeado y aturdido, Eugenio se bajó del camión trastabillando, pues se sentía un poco mareado.

Pisó la ruta y aspiró profundamente el aire fresco de la lluviosa noche y se quedó paralizado por la sorpresa y el temor. Allí delante de él y a no más de 20 metros de distancia, ocupando todo el camino, se veía estacionada una extraña máquina muy grande y rodeada de luces muy brillantes.

Atemorizado ante esa inesperada presencia, Douglas se escondió a un lado del camión y desde allí, medio agazapado, observó que en medio de la claridad que rodeaba a aquella nave, comenzaron a distinguirse dos figuras que a medida que se acercaban, se transformaron en dos enormes criaturas, de unos 3 metros de altura aproximadamente, las cuales lentamente se encaminaban hacia donde él se encontraba. Aquellas criaturas eran unos verdaderos gigantes, su indumentaria era muy clara y brillante y los cubría totalmente, de pies a cabeza, sobre la cual se distinguía un casco que las cubría totalmente.

El camionero, ya con el miedo desatado, sólo atinó a desenfundar un revólver que siempre llevaba como protección por los peligros de la ruta. Nerviosamente efectuó varios disparos hacia la máquina y sus ocupantes, sorprendido, escuchó cómo las balas rebotaban con un ruido metálico al impactar contra la máquina.

Fue entonces que la respuesta de estos seres no se hizo esperar. Se habían detenido y alzaron sus manos, donde tenían unos pequeños aparatos. Douglas se vio iluminado por unos haces de luz rojizos, los cuales dieron de lleno sobre su cuerpo. Ante esta situación, el camionero entró en pánico, aquellas luces lo quemaban como el fuego. Dándose vuelta, Eugenio salió disparado a campo traviesa, rumbo a las cercanas luces de Monte Maíz. Pero aquellos rayos rojizos lo seguían de cerca y el aterrorizado camionero, sentía cada tanto una quemadura.

En tanto, en las afueras de la ciudad, los concurrentes a un velatorio vieron asombrados llegar corriendo a los tropezones a aquel hombre, con el rostro desencajado, sin aliento para poder hablar y con las ropas rotas y quemadas. Inmediatamente la gente que se encontraba fuera de la vivienda corrió a socorrerlo. Y en ese momento, se vio cómo las luces de la ciudad, tanto en las calles como en la vivienda del velatorio, tomaban un color azulado. Y mientras esto sucedía, en las afueras de la ciudad se distinguían unas extrañas luces desplazarse en  el cielo.

Este incidente duró sólo algunos minutos, mientras tanto, ante las entrecortadas explicaciones del camionero, los vecinos lo acompañaron a la comisaría para hacer la denuncia. Luego de calmarlo y ante lo extraño de la situación, se convocó al médico de la institución policial, doctor Francisco Dávalos, quien constató que Douglas presentaba escoriaciones y quemaduras en todo su cuerpo, algunas de ellas eran de tercer grado por la gravedad, por lo cual se decidió internarlo para evitar que pase a mayores. 

La Policía, luego de la declaración del camionero, se dirigió hacia la zona donde él había indicado que le sucedió el hecho, con dos patrulleros y encontraron el camión averiado. Procedieron a una inspección ocular del lugar y luego retiraron el camión involucrado en el incidente. Pero ya con las primeras luces del día que despuntaba, descubrieron que sobre la ruta y muy cerca del camión, había un círculo totalmente seco que abarcaba de banquina a banquina y donde el asfalto se encontraba muy caliente y en algunas partes derretido.

Además, alrededor del camión y en la parte barrosa, se descubrieron profundas huellas de pisadas de grandes dimensiones, que tenían más de 50 centímetros de longitud.

Todo esto fue corroborado y certificado por la Policía que intervino en este extraño caso, confirmando el relato del camionero.

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