Por Francisco Villagrán
Especial para El Litoral
Sin lugar a dudas la historia y la tradición de la cultura egipcia son enigmáticas y misteriosas en todos sus aspectos, sobre todo después del 4 de noviembre de 1922, cuando el arqueólogo Howard Carter descubrió los 12 escalones que llevaban directamente a la tumba real del faraón Tutankamón, de la XVIII dinastía, una de las más buscadas. Ese sitio, cerca de Luxor y a unos 720 kilómetros de El Cairo, era el único lugar que todavía no había sido excavado por ninguna expedición.
El aristócrata inglés Lord Carnarvon fue quien financió y corrió con los gastos de la expedición que trabajó allí durante cuatro años, hasta que por fin encontraron la tumba del faraón. Cuando entraron al recinto vieron el más fabuloso tesoro arqueológico descubierto en el siglo XX: la tumba de Tutankamón, el faraón niño que murió a los 16 años de edad y cuyo reinado duró sólo una década, se abrió entonces para los ojos del mundo y la ciencia. Y allí también nació el mito y la leyenda de la maldición del faraón. En una piedra a la entrada de la tumba estaba escrita la siguiente frase: “Las alas de la muerte aletearán sobre quienes osen profanar la tumba y el descanso del faraón”. Allí encontraron el sarcófago de oro puro, joyas, armas, inscripciones, piedras preciosas, objetos de uso doméstico y de gran valor, todo en perfecto estado de conservación, lo cual sirvió para completar los conocimientos que se tenían hasta entonces de esa época y esa cultura.
Extrañas muertes
En el lapso de cinco años murieron 10 de las personas que estuvieron presentes al momento de abrirse la tumba del faraón. Eso alimentó una leyenda negra sobre la maldición de Tutankamón, sobre todo porque ninguno de ellas murió de muerte natural, sino en extrañas circunstancias. Lord Carnarvon murió de una rara enfermedad, aparecida a raíz de una infección ocasionada por la picadura de un insecto en su mejilla, en pocos días, cuando aún estaba en el hotel de El Cairo. En el mismo momento que murió, en Londres, a miles de kilómetros de distancia, su perro también murió repentinamente, dando un aullido lastimero y espeluznante. Y justamente cuando esto ocurrió, se produjo en la ciudad de El Cairo un apagón total durante muchos minutos que no pudo ser explicado por las autoridades.
Y como dando la razón a quienes creen en la maldición, al poco tiempo su hermano menor, de 48 años, se suicidó en un arrebato de locura inesperada, arrojándose al vacío desde un séptimo piso. Y para completar el cuadro, a los pocos días también murió la monja, hermana de caridad que había actuado como enfermera de Lord Carnarvon hasta su muerte. Pero eso no fue todo, hubo más muertes repentinas relacionadas con personas que participaron del descubrimiento. Los egipcios creen firmemente en este tipo de maldiciones y están seguros de que todo fue obra de los malos espíritus guardianes del sepulcro, en venganza por la profanación de la tumba del faraón. Se produjo una serie de muertes misteriosas que desconcertaron a los más incrédulos. El padre del secretario de Lord Carnarvon murió joven, en extrañas circunstancias: se suicidó arrojándose de un edificio, al parecer desesperado y sin consuelo por la muerte de su hijo. Dicen que guardaba en su habitación un jarrón de alabastro procedente de la tumba del faraón, que su hijo le había regalado. Para colmo, cuando era llevado al cementerio, el coche fúnebre atropelló accidentalmente a un niño de 8 años y lo mató. ¿Cómo convencer a los supersticiosos de que todo era fruto de la casualidad?
Se pensó que quienes enterraron al faraón habían colocado trampas o veneno para acabar con los posibles violadores de la tumba y por eso los que intervinieron en el saqueo arqueológico estaban condenados a morir de una manera misteriosa.
Enormes riquezas
Los ajuares más ricos fueron enterrados junto a los faraones y personajes de la nobleza egipcia, ya que era costumbre de la época que “se llevaran al más allá” sus pertenencias más valiosas. Se supone que en Egipto hubo más de 300 faraones y que sólo ha sido hallada la quinta parte de estas tumbas. Esto permite la sospecha de que todavía hoy Egipto nos tiene reservadas muchas sorpresas. Carter calculaba que de la tumba de Tutankamón, que fue saqueada en tiempos remotos, los ladrones se llevaron el 60% de los objetos que contenía, quizás los de menor tamaño pero no por ello menos valiosos; aun así, lo que encontró Carter fue fabuloso. La máscara mortuoria del faraón, por ejemplo, estaba hecha en oro macizo y con incrustaciones de joyas y piedras preciosas.
El funcionario del Museo Metropolitano de Nueva York, Arthur Mace, que acompañó a Carter en la catalogación y ordenamiento de las cosas extraídas de la tumba, decidió marcharse de Egipto al sentirse inesperadamente enfermo. Embarcó para Estados Unidos y murió a bordo, en medio del Atlántico. Lady Almina Carnarvon, viuda de Lord Carnarvon, murió también por la picadura de un insecto en su mejilla, al igual que su marido. Esto aumentó el terror de muchas personas que veían en estos hechos, no una casualidad sino una consecuencia trágica de la profanación de la tumba del faraón.
El egipcio que ayudó en la autopsia del cadáver de Tutankamón, Saleh Ben Hamid, también murió en un accidente, siendo aún joven. De todos los integrantes de la expedición que entró a la tumba del faraón, sólo Howard Carter vivió hasta los 66 años, muriendo de una vieja afección pulmonar. A pesar de las distintas explicaciones científicas, esgrimidas por quienes no creen en la maldición, hay muchos hechos que escapan a toda lógica y son los que dan pie a la leyenda de la maldición de los faraones, que aún persiste en nuestros días.