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Cuentos del desamparo, la fragilidad y otras cosas

Este año, la Feria del Libro rinde un merecido homenaje a Pilar Romano, autora de “La plaza de los naranjos” y “El desamparo bajo la cama”, entre otros libros. En esta entrevista hecha en el programa Todos los Vientos, de Radio Unne, 99.7 que se emite de lunes a viernes de 19 a 20, nos cuenta de sus libros, de su escritura, de los personajes, y de los inicios en una máquina de escribir prestada a escondidas.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Pilar Romano trabajó en la Universidad Nacional del Nordeste, donde empezó siendo secretaria habilitada de la Escuela de Agrimensura. Estudió dos años Ciencias Económicas y no pudo seguir adelante. Un día fue al edificio de la entonces Facultad de Agronomía y Veterinaria  con una carpeta que contenía cierta documentación que le habían dado y preguntó: “¿Dónde queda la Escuela de Agrimensura?”.

No quedaba en ningún lado. Lo único formal que existía era esa carpeta que Pilar tenía, con el nombramiento del director, de los profesores y el plan de estudios. 

Después de mucho andar encontró el sitio. “Tenés que buscar un lugar y conseguir un escritorio”, le dijo alguien. Ese fue su comienzo en la universidad; le dieron un lugar que en realidad era una especie de zaguán y ahí empezó a andar la carrera. Los profesores presentaron sus programas, se anotaron los alumnos y todo siguió. Luego esa escuela se fusionó con el Instituto del Profesorado que funcionaba también en la Facultad de Agronomía, y eso dio lugar a la Facultad de Ciencias Exactas, ya con otra dimensión, con otra proyección. En esa facultad  llegó a ser la directora de administración, la mayor jerarquía escalafonaria del área no docente donde se jubiló.

—¿Cuándo comenzó tu vínculo con la literatura?

—Mi vínculo con la literatura creo que empezó con aquellas “composiciones” que nos hacían escribir en la escuela Primaria. A mí me gustaba no simplemente escribirlas sino decirlo todo lindo. No solamente cumplir con el deber sino leerlo y que me guste. Mi mamá también estaba en eso: “Ponelo más lindo”, me decía. Yo sabía que eso “lindo” tenía muchas connotaciones y trataba de llegar hasta allí. Pienso que eso fue un poco el gusto por escribir bien. Mi padre, español, tenía un enorme amor por la lengua española y un gran respeto;  era un gran lector y siempre  me inculcó ese valor de la lengua. Me decía: “Escucha al que bien habla y lee al que bien escribe”. Ese era su consejo.

—Y ¿cuáles fueron esos buenos libros que leíste? 

—Desde “Mujercitas”, “Amalia”… Después lo que nos hacían leer en el colegio: “Platero y yo”, es un enorme libro. “Corazón”, “De los Apeninos a los Andes”, “La isla del tesoro”, las de la selva, “Mowgli”. Todos los de aventuras,  también. Hermann Hesse me gustaba mucho, recuerdo. “El lobo estepario”; a veces leyendo lo que estaba de moda. Hermann Hesse estuvo de moda. Era lo que teníamos, lo más accesible. No era fácil, no teníamos internet, por supuesto. Comprar un libro no era tan fácil. Luego mi padre me acercó a Octavio Paz. El era un gran admirador de Octavio Paz y también a Julián Marías, era medio filosofo mi papá, y ahí empecé a pensar que era  bueno el ponerme a escribir.

—¿Cómo de esta lectora nace la escritora? ¿Qué fueron primero: cuentos, poesías? ¿Qué fue?

—Narrativa siempre, cuentos. De jovencita intenté algunas historias. Yo como te dije estaba en la Facultad de Ciencias Exactas, frente a mi escritorio había un armario enorme con estantes, donde se archivaban los tomos encuadernados, con lomos de cuero y letras importantes con los originales de las resoluciones, actas, ordenanzas, convenios, documentación importante que salía de la facultad. 

Me dije “¡cuántas cosas escribí! Pero yo no quería ni tenía interés  en redactar, porque eso era redactar. No es lo mismo que escribir. “Red-actum” del latín, es poner las cosas en orden, pero esa “cancha” en el manejo de la palabra podía aprovecharla. Y entonces dije, tengo que darme tiempo para que esta destreza -porque al final es una destreza- de decir cosas por escrito, la aproveché para decir cosas que yo quiero decir. Te estoy hablando de los años 80, mejor dicho acercándonos a los 80.

En la máquina de la facultad, cometiendo un acto de corrupción, escribía, porque no debía haber estado escribiendo cuentos. Me hacía un lugarcito en un momento, en algún break que se producía; porque en mi casa no había máquina para escribir y entonces, alguien pasaba o yo escuchaba algo, y a partir de esos disparadores se me ocurría escribir una historia y otra y las iba guardando. Algunas me parecía que estaban bien, otras no tanto. 

—¿Por qué el cuento?

—Tal vez porque yo soy medio ansiosa y el cuento es una saeta, vos la disparás y tenés que ver que llegue al blanco rápido. Hay cuentos larguísimos; Gogol tiene cuentos de decenas de páginas, pero son excepciones. En el cuento, se impone la concisión, o sea, no tenés que mirar por las ventanas laterales y distraerte, tal vez decir algo nomás y seguir, porque donde te detenés, se pierde la estructura del cuento.

—Y ¿qué aparece primero? ¿La idea o los personajes.

—En mí caso los personajes. Cuando comencé a escribir historias, tal vez porque en el ambiente en el que estaba era propicio para que eso ocurriera, veía a un profesor que rengueaba, alguien que tarareaba, y me imaginaba yo alguna historia. Lo que a mí me impulsa a escribir una historia es el hallazgo, o el perfilar el personaje raro, no habitual, como una prostituta que cacarea, una vagabunda que se cree distinguida a pesar de estar totalmente a la intemperie, pero hay cosas que no quiere hacer y, a partir de ese perfil, imagino la historia

—Entre esos personajes hay muchas mujeres.

—Sí. Hay muchas mujeres. A mí no me es fácil meterme en el modo de vivir y pensar de un hombre como hizo Yourcenar con Las memorias de Adriano. No es fácil hablar y hacer actuar a un hombre con verosimilitud para la mujer, o al menos para mí. En este libro “El desamparo bajo la cama” el primer personaje, y varios otros, son hombres; es decir, no es fácil, pero puede lograrse. Yo me encuentro más cómoda contando historias de mujeres.

—En último libro “El desamparo bajo la cama” los personajes en general son frágiles. 

—Vulnerables. Tal vez no busque, pero al final caigo en eso.

—No vamos a contar los contenidos del libro, pero en el primer cuento, es un chico que tenía cierto problema de idioma.

—De acento.

—Ese personaje, ese hombre no era argentino, y tenía un acento de otro lugar lo que le generó un problema con un maestro.

—Después, por un montón de cosas vuelve a saldar esa deuda con su maestro. Es una persona frágil. La mayor parte de su vida vivió en esa fragilidad.

Esa situación de no permitirle ser igual que los otros, a él le hizo sentir desamparado.

—Muy desamparado. ¿Nacen frágiles? ¿O se van haciendo frágiles?

—Y lo que pasa es que el desamparo suele ensañarse con los frágiles… También tengo humor, eh. El desamparo es una sensación muy extraña, la de no sentir que uno puede aferrarse a algo en la vida,  que está viviendo pero a los demás no les importa. Por eso es una sensación difícil de confesar también.

—En el “Desamparo” hay una tensión. ¿Podés contar brevemente de lo que se trata?

—Lo importante es todo lo que se espera a veces en el comienzo de algo, en este caso la vida. Y cómo, un desinterés, un egoísmo, un miedo de otros, hace que vos te derrumbes en un momento. El miedo o el desinterés de quien vos pensabas que era el objeto de tu propósito de llegar hasta ahí, y resulta que mira para otro lado, literalmente, mira para otro lado en el cuento y eso yo quiero mostrar,  cómo a veces se destruye con actitudes o gestos.

—Es un tema muy actual y es un niño por nacer. Y entonces, en realidad lo que me pasa cuando termino de leer el cuento es que no sabes quién está más desamparado.

—Es que el lector completa la historia y si el autor no le da ese espacio, me parece que es un poco egoísta o subestima un poco al lector.

—En “Angela vuelve del invierno”, relata de una situación de calle de una señora que está acostumbrada o la vida hizo que se acostumbre a vivir en desamparo. Y sin embargo ocurre algo que cambia eso y queda flotando...

—Ahí también el lector tiene que saber esa cosa, qué grado de certeza hay en el final.

—Hay una mirada tuya sobre ciertos temas sociales, no está ausente el tema social en tu literatura.

—Porque en el caso del Desamparo, la fragilidad y otras cosas que preocupan y afectan al ser humano, lo ponen en una situación que hace que, a veces, vos no te sentís reconocido en una estadística, en una publicación médica que trata ese tema y que dice “el tanto por ciento obedece a causas...”; tampoco algún libro de autoayuda puede parecerte confiable, y no los desprecio, eh, pero a veces no basta. No quiero decir que eso no sirva, de ninguna manera. Pero por ahí vos empezás a leer una historia, en la que comenzás a reconocerte y ves qué pudo haber hecho quizás el personaje y no lo hizo y eso te sirve. Aún sin que las busquemos, la literatura nos da palabras que a veces no tenemos, que no las teníamos adentro para ayudarnos a salir. No sólo del desamparo que es el tema, el eje de este libro, sino de otras cosas, como vos decís, sociales ¿no? De problemas sociales.

—Sin caer en el panfleto.

—Sin caer en el panfleto. No hay panfleto, no hay literatura revolucionaria. Fíjate que en Santa Fe, donde tenía ciertos contactos literarios, una gran poeta de un grupo que se llamó “Los puños de la paloma”, movimiento literario en el que se convocó a escritoras del mundo, porque hubo una española una uruguaya, venezolanas, salvadoreña, chilena, paraguaya y argentinas, pero con el requisito de  la escritura solidaria,  no panfletaria, pero sí solidarios y me convocaron y formé parte de ese grupo internacional. 

—“Pre celular” un cuento donde te ocupás de un tema muy actual.

Decís que si hubiera habido celular no hubiera pasado tal cosa.

El planteo es simple, que hay dos personas: una un estudiante y un empleado de la universidad, de una facultad, que va a locutorio; es decir, no tiene teléfono. Pero además, no tiene otras cosas y descubre en esa cabina telefónica algunas situaciones muy personales y otra vez el desamparo, la fragilidad, la imposibilidad, pero en eso surge  la sensación de poder lograr cierto contacto con alguien, la sensación de poder hacerlo en adelante, implícita está la posibilidad.

—Es eso justamente.

—Pilar, este año te dedican la Feria del Libro. ¿Podés contarme qué te pasa?

—Primero la sorpresa. Yo traté de dar algo a la comunidad en la que nací, escribo acá. Esta comunidad me dio mucho, y traté de dar algo también a mi barrio; tengo un libro que se llama “La plaza de los naranjos” porque mi niñez transcurrió en el barrio La Cruz y la Plaza La Cruz está rodeada de naranjos agrios. Entonces, los cuentos están ubicados en ese ámbito casi todos; tiene una segunda parte que dice “Y otros sitios”, pero la gran mayoría de las historias transcurren en esa plaza. Era un tributo y uno no lo hace suponiendo que iba a lograr el reconocimiento tan importante como es que una feria del libro provincial esté dedicada a mí.

—Pero está dedicada a vos.

—Sí, en mi caso, nos han transmitido generacionalmente códigos que pueden hacerte sentir que para una señora, escribir es un berretín, que no es lo que tiene que hacer la señora de la casa todo el tiempo. No soy Isabel Allende que va a un departamento, prende una vela y mientras la vela arda sigue escribiendo. Entonces, quizá para burlar esos códigos, pongo ropa en el lavarropas y me pongo a escribir. Entonces ya estoy salvada, ya he hecho algo por la casa. Es un poco en broma. Eso pudo ser antes, ahora ya no, sería muy tonto que una siguiera atada a esos mandatos. Además, en la  familia tengo una enorme comprensión, un gran acompañamiento… al contrario, me estimulan. Mi marido es el primer “oidor” de lo que escribo, rara vez lo lee, pero lo escucha atentamente y es el primer corrector. Es muy importante que alguien desde la oralidad encuentre y diga “pero hay algo que choca”. Se puede escapar de esos mandatos que mi generación de mujeres -yo voy a cumplir 82 años- los tiene muy internalizados ¿No es cierto? no es fácil soltarse del todo de eso. Yo ya lo he hecho, pero en algún momento era así.

—Contáme esto que me decís del vínculo entre lengua y comunidad, que es muy lindo.

—Cuando el reconocimiento viene de tu comunidad tiene, para mí, tiene un valor especial. La connotación entrañable que te da el reconocimiento de tu comunidad es porque en ella habitan dos valores muy importantes para la humanidad, que son la convivencia y el lenguaje; sin esas dos cosas no existe una comunidad. Si no convivimos o no hablamos el mismo lenguaje. Entonces, esas dos cosas se juntan y las veo reflejadas en ese homenaje.  

Pero no he llegado sola hasta ahí, sino porque me han permitido apoyarme en ellos muchos amigos escritores o grandes lectores. Una vez me invitan a la Feria del Libro de Alvear, de público nomás, porque una compañera de trabajo era de Alvear y solía invitarme. Yo tenía tan solo cosas sueltas escritas hacía mucho. Era una gran feria del libro la que se hacía en Alvear y yendo en el micro que contrataron, estoy sentada junto a Martín Alvarenga, que sí iba como invitado, y no sé cómo me animo y le doy un cuento que se llamaba “Las Islas”, que había escrito no hacía mucho y lo llevé por las dudas. Se lo di y pidiéndole que lo lea, por supuesto lo trataba de usted. “Cuando pueda”, le dije. Martín lo leyó y es muy generoso. Después, me vio en la feria y me dijo “puede andar. No deje de escribir”. Y bueno… acá estoy.

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