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Fuego que crece

Los sueños tienen respuesta si los corporizamos con la fe, la pasión con lo que los hacemos visibles y la determinación ética y respetuosa.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Tocar fondo es concluir las esperanzas, esas enseñanzas de poder soñar mientras existan tizones apenas prendidos, aguardando el viento, las fuerzas que lo aviven para que puedan convertirse en llama.

Siempre me gustó oír a quienes más saben. A las personas con apego humanista, que siempre tienen una voz dispuesta a hacer crecer la mirada de todas las cosas. Personas con más riquezas de experiencias forjadas a fuerza de lógica que no es otra cosa que el buen sentido común. Concretos, simples pero sinceros que tienen la capacidad de dejar en cada frase “yapitas” como las denominaba Atahualpa Yupanqui. Un hombre con una riqueza invalorable que caminó el mundo, rumbeando como dictaba su conciencia: “Que el hombre es tierra que camina”. Se mueve, arrastra consigo todas las empresas que su vocación le dicta, joyas cotidianas de encontrarse con la gente, amar porque encontrarlas tiene algo o mucho de Dios. Personas que se mueven buscando. Siempre buscando porque quien busca, alguna vez lo encuentra. Hacer, no dejarnos estar. Ya que en el deseo, en las ansias reside esa yapita de esperanza bienvenida. Quienes logran encontrarlas, le preguntaron alguna vez a Don Ata, y él con la preclara luminosidad de sabiduría respondió: “Pues los muchachos que andan por los campos, por el valle soleado, por los senderos de la selva en la siesta, por los duros caminos de la sierra, o junto a los arroyos, junto a los fogones. Las encuentran los hombres del oscuro destino, los brazos zafreros, los héroes del socavón, el arriero que despedaza su grito en los abismos, el juglar develado y sin sosiego. Las encuentran las guitarras después de vencido el dolor, la meditación y silencio transformados en dignidad sonora. Las encuentran las flautas indias, las que esparcieron por el Ande las cenizas de tantos yaravíes. Y con el tiempo changos y hombres y pájaros y guitarras elevan sus voces en la noche argentina, o en las claras mañanas, o en las tardes pensativas, devolviéndole al viento las hilachitas del canto perdido.” Conmueve comprender la desazón del hombre llegado al límite cuando ya la esperanza va galopando muy por delante nuestro, casi inalcanzable.

Alguna vez me preguntaron por qué busco tanto cuando trato de producir algo. Es muy simple, la búsqueda no tiene descanso si deseamos dar vuelta a la condición humana, en su suerte y unión de afectos. Es la propuesta empecinada de empujar. Porque los sueños no son una cosa fosilizada, sino cuerpos reales que sufren, piensan y persiguen algo mejor que solamente el trabajo denodado, la unidad que representa a la armonía, para que juntos podamos hallar férreo logro que premie la búsqueda.

Soy de los que se conmueven ante frases que descarnan y sensibilizan, construyen sin alteraciones, y logran el arte difícil de la convivencia coincidiendo en la estabilidad que es el equilibrio justo de las cosas. No hablo felizmente de política, sino de las palabras que construyen de la mano de los grandes referentes, un idioma que forja y construye una vida mejor. De respeto. De alta significación espiritual. De respeto, ese orden perdido de convivencia. Palabras que nos hacen sabios por franqueza sin resabios. Sensibles por pensar en el otro como a nosotros mismos, pero partiendo de la humildad misma, de la responsabilidad y la ética.

Alberto Cortez, ese gran patrimonio cultural argentino, nacido en Rancul, La Pampa y mimado en San Rafael, Mendoza donde cursaba su secundaria, ha sido un hombre simple de gran decir. Sus poesías como sus frases tienen la envergadura de la trascendencia. De alguien que pensaba y que hoy animan y alimentan ideas, porque sus palabras sintetizan el objeto y sentido verdadero de la vida: “Hay tantas palabras maravillosas flotando en el ambiente, tantas palabras que uno puede ir pensando… Siempre habrá alguien que recoja esas palabras, y pueda armar poema que luego podrán ser cantados. ¡El modo de la poesía y de las canciones es infinito!” Cuando me permito transcribir textos memorables que sirven de enseñanzas, trato de disfrutar con ustedes y ver cómo en este mundo feroz, muchos no recapacitan de la importancia y el verdadero destino de ellas. Justamente Cortez, reafirma: “Dios nos regaló la vida para disfrutarla con la mayor intensidad posible.” O, cuando enfatiza, que el desamor por ellas muchas veces nos transportan torpemente a otros puertos. “El desamor tiene las suficientes variedades como entretenerse en el análisis y en la redacción. Pero incluso ello, hay cosas que se tienen que hacer y con cierto grado de inquietud de entrega y de amor en consecuencia.”

Uno piensa en determinada ubicación de la vida, las cosas primeras que habitaron nuestros años cuando niños disfrutábamos de la pertenencia, que el ámbito que recorríamos a medida que crecíamos, era indudablemente nuestra “Patria”. La geografía en que físicamente se ubicaban las cosas, los objetos, las personas que hacían de nuestra vida, una “metrópoli” de sueños que fueron alimentando recuerdos que marcan nuestra “nacionalidad.”

Para eso el tango es un mapa de identidad que no transige con ese tiempo, de conocimientos primeros que como una sopa de fideos “letritas”, fue alimentando nuestra niñez. Como las voces detenidas en toda su plenitud pronunciando miles de frases, para que nuestras vidas tengan sentido común.

Una de las bisagras autoral de nuestro tango, lo constituyó Eladia Blázquez. Tocaba guitarra, piano, cantaba y componía. De una simplicidad notable, pero de una elocuencia rica en saludables ejemplos que conviven nuestras vidas. Hablando de esa pertenencia que abonó nuestra niñez, ella dice en “El corazón al sur”: “La geografía de mi barrio llevo en mí, / será por eso que del todo no me fui: / la esquina, el almacén, el piberío…/ lo reconozco…son algo mío…/ Ahora sé que la distancia no es real / y me descubro en ese punto cardinal, / volviendo a la niñez desde la luz / teniendo siempre el corazón mirando al sur.”/

Digo Fuego que crece, porque los sueños tienen eso de la esperanza, confiados y perseverantes, que luego de luchar contra el viento, la llama emerge desafiante. Los sueños no son simplemente sueños. Digo ética porque no se trata de política, sino de certeza honesta. Es el compromiso de establecernos en la vida, ser consecuentes con los pensamientos. Son frases. Son palabras que fueron anidando hasta lograr la luz de la realidad. Amarnos dignamente. Respetuosamente armónicos. Amparados por el afecto. Solidarios y leales.

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