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La diferencia entre monólogo y diálogo

A modo de diálogo, los psicólogos de la fundación E Jendú hablan en esta publicación de la importancia de reeducar la emocionalidad para garantizar una comunicación más efectiva entre las personas. Aseguran que una buena comunicación brinda una mejor calidad de vida y es por ello que resulta fundamental trabar este tema. 

Por Marta Chemes

Especial para El Litoral

Por José Pérez Bahamonde

Especial para El Litoral

 

Pepe: Voy a intentar enlazar esta presentación de E Jendú con el objetivo de nuestra profesión, que nosotros denominamos Asesoramiento en Bienestar, en Calidad de Vida.

En estos momentos en que abundan las publicaciones donde el conocimiento está tan desarrollado por la cantidad de información que nos brinda internet (la vía de información globalizada por excelencia), disponemos  de copiosas fuentes, como las de nuestra “maestra Google” y otros semejantes.

Casi al instante, nos pueden dar respuesta a una inquietud, a un problema o a una curiosidad.

Ahora bien, el tema de la comunicación no pasa tanto por la cantidad de datos a los que tengamos acceso en la misma era de la información, sino por saber qué sucede con nosotros en la relación con el sí mismo y con los demás; es decir, qué utilidad le damos para hacernos más comprensibles y comprendidos.

Desde la lógica y el sentido común, damos por cierto muchos tópicos como aquellos que dicen: “la salud empieza por uno mismo”, “el cuidado comienza por uno mismo”, “la comunicación empieza por uno mismo”, entre otros.

Marta: ¿Comienza la salud por uno mismo? ¿Comienza la comunicación por uno mismo?

Pepe: Sin duda que ambas resultan preguntas interesantes.

Evidentemente, diremos que sí, cómo no: “la salud comienza por nosotros mismos”.

No con tanta evidencia podemos contestar la segunda: “Claro, la comunicación comienza por uno mismo”, y vaya que sí, por extraño que nos pueda parecer o sonar.

De ahí nuestra intención de favorecer modos que inviten a la escucha en cada persona.

Leer o asistir a una conferencia. Ir a Google a buscar información que dé respuesta a una inquietud personal para luego expresar acuerdos y desacuerdos en monólogos con uno mismo.

No es precisamente nuestro objetivo favorecer algo semejante. Más bien nuestra intención es alentar preguntas o reflexiones que se conviertan en una oportunidad para pasar de los monólogos a espacios de diálogo. Donde nos encontremos con el disenso, las diferencias, que necesariamente dicho diálogo se evapore y aparezcan los fantasmas del pasado modelo de comunicación: “Piensa diferente a mí, es mi enemigo, luego lo rechazo”.

Si cada cual viviera en una isla comunicándonos mediante señales de humo, seguro que habría muchas discrepancias, pero justo hasta ahí, sin invadirnos en la territorialidad ni en la intimidad. Cada uno en su isla y cada cual haciéndose cargo de lo que sucede en su espacio. Si está limpio, sucio, ordenado, desordenado.

No contaríamos con la presencia de nuestra madre o nuestro padre, de nadie diciendo: “Ordená, recogé, limpiá”, nada de eso. Así ni más ni menos que cada uno es dueño absoluto de cuanto sucede en su espacio de pertenencia.

Digamos que en la formación, en la educación del ser humano, recién a mediados del siglo pasado comenzó a tomar importancia (y las instituciones se hicieron eco) el valor que tienen que cuidar y respetar las fases de crecimiento desde la infancia hasta la adolescencia/juventud. Sin previa adaptación, y según las necesidades de cada familia y estamento social, el niño pasaba a sumarse activamente a la productividad familiar, a los quehaceres del campo y otras actividades laborales, sin que alguna ONG denunciara abuso, maltrato o explotación de menores. Infancia no era para entonces sinónimo de “edad feliz.

Pepe: Ha sido de gran valor la aportación de la psicología evolutiva al hacer todo un mapeo, una cartografía respecto a las etapas de evolución del pensamiento y del crecimiento. Como en la etapa de bebé en el niño aparece el “pensamiento oceánico, indefinido”; a este le sucede el pensamiento mágico, el mágico simbólico, el preoperacional, el de las operaciones concretas y, finalmente, el pensamiento formal, que viene a coincidir con el manejo de las matemáticas, descubrimiento del sentido ético, de las leyes de causa y efecto, de la autorresponsabilidad en la vida real.

En lo que respecta a las emociones, todavía carecemos de una cartografía clara. Así, aprendimos al nacer que nuestras necesidades básicas e incomodidades se resolvían mediante la demanda: el llanto. Nuestras madres se especializaron en interpretar cada uno de los llantos para atinar con la necesidad concreta que estábamos demandando. Risa y llanto abarcaban la totalidad emocional de nuestro mundo infantil en los seis primeros meses de nuestra vida.

Tanto nos acostumbramos a ser interpretados en tales necesidades básicas, en que nuestra mamá hablara por nosotros, que no hizo falta elaborar e incorporar otras señales emocionales más complejas.

Marta: Es exactamente lo que nosotros aprendimos y llevamos a la práctica: “Si me quiere, entonces no hace falta que yo le explique lo que me pasa”. ¿Verdad, parejas? ¿Verdad, hijos? ¿Verdad, padres? Aun adultos, estamos repitiendo el mismo programa infantil.

Pepe: Pasa también respecto al mundo de las emociones que, si no se enseñan respuestas más elaboradas, siempre vamos a repetir lo mismo que aprendimos en la infancia, a la edad que sea y las veces que nos salga. ¿En qué se diferencia hoy una emoción primaria de otra elaborada? Cuando me tomo un tiempo para pensar en mí, pensar en la otra persona y valorar y evaluar lo adecuado o inadecuado para nuestra relación, por encima de lo que aprendidamente, me hubiera salido, estoy reeducando mi emocionalidad.

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