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El clown no es una payasada

La sociedad actual vive en la preocupación permanente de “estar conectada”. El avance de la tecnología ha creado espacios de contacto. Sin embargo, las plataformas virtuales suponen un vínculo por medio de la imagen creada, de lo irreal. Pero ¿cuán conectados estamos realmente?
 

Por El Litoral

Jueves, 04 de julio de 2019 a las 01:01

Ana Lezcano
Colaboracióm

La conexión no refiere únicamente al nexo con el otro, sino también, a la relación con uno mismo, a un diálogo interior. Las redes sociales demandan la construcción de una imagen ficticia y sin errores, donde lo espontáneo, lo simple y lo disparatado queda fuera de lugar.
En diálogo con Marianela Iglesia, referente del clown en Corrientes, queda en evidencia que más allá de ser una técnica de actuación, el clown expresa por medio de la máscara “el estar en la sociedad, con todo aquello que reprimimos y liberamos”.
Adentrarse en el universo del payaso, a través de las clases que dicta Iglesia, despierta interrogantes como ¿qué es clown? ¿qué es el payaso y qué busca? ¿en qué nos parecemos? ¿por qué nos identifica? El payaso permanece en la búsqueda constante de sentirse aceptado, tal vez como cada uno de nosotros en la era de la información.
El comportamiento de la sociedad y sus aspiraciones se encuentran manejadas por el accionar de las redes sociales, donde el clown encarna la cara opuesta. La imagen falsa y perfecta que se presenta en las redes, desaparece tras un ser “precario, pobre, que comparte lo que tiene”: el payaso. 
—¿Qué es clown? ¿Quién es el payaso y qué busca?
—El clown es un arte popular, y a su vez una técnica de actuación. El payaso es un arquetipo que, como tal, estuvo presente en todas las comunidades como aquel personaje que habitaba el margen entre la cordura y la locura, el que danzaba divirtiendo en los ritos, el tonto del que se reían los demás, el que jugaba, entretenía, poetizaba.
—¿Cómo llegaste al clown y por qué lo elegiste?
—Lo conocí como parte de mi formación como actriz, cuando tenía 19 años, de la mano de la maestra Cristina Moreira, y luego realizando otros cursos de perfeccionamiento con distintos profesores. Lo elegí porque por un lado como entrenamiento actoral es muy completo, permite tener el cuerpo en alerta, y es una herramienta muy útil al momento de actuar en cualquier obra de teatro.
—Hoy el avance de las redes sociales instauraron un modelo de vida en el cual las personas buscan constantemente aceptación, ¿encontrás relación con lo que busca el payaso?
—Sí, creo que hay mucha relación entre la aceptación que buscamos en las redes y lo que busca el payaso, con la diferencia que el payaso no somos nosotros, sino nosotros poetizados y al aparecer frente a los demás, por dejarse llevar por los impulsos en medio de la lógica absurda en la que vive, no selecciona o controla aquello que muestra, sino que le es inevitable esconder y se muestra como es. En las redes me parece que es más posible persuadir sobre la vida que queremos mostrar y cómo, qué queremos resaltar, y qué no queremos mostrar. En las redes creo que la búsqueda es una necesidad de confirmación constante de ser vistos, y el payaso busca ser querido, no solo visto.
—¿Qué herramientas creés que nos brinda el payaso para enfrentar el miedo al rechazo?
—Creo que el payaso, al buscar en el otro abrir su mundo, con sus miserias y todo lo que tiene, brinda una principal herramienta que es la de saber que necesita de los otros.
Habita en los bordes, se deslumbra con lo más pequeño, y si encuentra alguien con quien compartir ese tesoro ya no tiene miedo al rechazo. El payaso es precario, pobre y lo que tiene lo comparte; a veces es rechazado, pero buscará la manera para que lo quieran, para que quieran estar con él, desde su ternura, su ingenuidad y su modo poético de estar en el presente, que en muchas ocasiones nos refleja el estar en la sociedad, con todo aquello que reprimimos y liberamos.
En esa misma línea, Jacques Lecoq, el maestro y actor francés del teatro del gesto, recuerda: “El principal descubrimiento ocurrió como respuesta de una pregunta simple: “El clown hace reír, pero ¿cómo?”. Pedí un día a los alumnos que se colocasen en círculo (souvenir de la pista) y nos hiciesen reír. Unos y otros ensayaron con piruetas, muecas, más fantasiosas unas que otras ¡en vano! El resultado fue catastrófico. Teníamos la garganta comprimida, una angustia en el pecho. Y esto devino en algo trágico. Cuando ellos se dieron cuenta de su fracaso, detuvieron sus improvisaciones y se mostraron turbados, mortificados, confundidos, ridículos. Fue entonces que frente a ese estado de debilidad todos comenzaron a reír, no del personaje que pretendían presentar, sino de la persona puesta, ella misma, al desnudo. ¡Lo habíamos encontrado! El clown no existe afuera del actor que lo juega. Todos somos Clown. Nos creemos todos bellos, inteligentes y fuertes, pero todos tenemos nuestras debilidades, nuestro ridículo, que al expresarse hace reír”.
El clown, lejos de ser una payasada, es un espacio de libertad, un lugar donde está permitido el error. La equivocación y el ridículo son herramientas que abren un diálogo con el otro, o simplemente pasan desapercibidos por el simple hecho de querer seguir jugando.

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