Por Jorge Santiago Braun
Especial para El Litoral
Resulta primordial que podamos reflexionar sobre el abismo que separa nuestras formas de vivir la misma problemática, habitar la misma preocupación existencial, introducirnos profundamente en nosotros mismos para decodificar la realidad y expresarla a través del lenguaje, de los símbolos y de la manera que podamos, para que al menos visualicemos desde un mismo ángulo el mundo en que vivimos.
Resulta necesario hacerlo, porque estamos viviendo la anarquía absoluta de las ideas, estamos fragmentados en mil pedazos tratando de abordar el mundo desde un laberinto wikipédico de pequeños espacios de conocimiento, de sensibilidades diferentes y de estrechas proyecciones con deliberados sesgos cognitivos de falsos contenidos.
Hemos perdido absolutamente el rumbo de la nave vital que nos conduce, y ya no sabemos cómo llegar al lugar que creemos todos desear. A un destino común donde la diversidad sea respetada, compartiendo ese hogar que a todos nos cobija.
Primeramente es un deber que podamos dejar de pensar en términos binarios.
Es que, parece ser, el mundo de internet y redes sociales nos ha formateado la mente en 20 palabras de Twitter que presumen aforismos de verdad. Son como falsas saetas donde nos proyectamos con pretensiones de seguridad, esperando que unos cuantos halaguen nuestra necesidad de autoafirmación. Que alimenten nuestra vanidad y, por qué no, también fortalezca nuestro egoísmo.
Entonces, deberíamos pensar cada vez que estamos escribiendo algo en las redes.
Pero pensarlo realmente. ¿Es un espacio tribal de afirmación en busca del aplauso fácil? O bien ¿contribuye en algo a unificar los mundos? ¿A que todos juntos miremos hacia adelante?
Hemos asistido hasta ahora a mundos divididos, denominado grieta, donde a nadie le interesa persuadir ni convencer, solo afirmar que uno pertenece a un bando de la tribu que le grita al otro bando, sin ninguna pretensión de acordar una idea.
De una mentira o dos, no puede surgir una verdad. Si lo falso complace nuestro ego, entonces estamos subvirtiendo nuestra vida, la esencia fundamental que es lo que alimenta y nutre nuestra posibilidad de vivir felices y armoniosos con nuestro entorno social. Conquistar a cualquier precio significa convencer al otro de falsedades o fastidiarlo. Los hermanos no se conquistan. Exploran un destino común y se acompañan en ese viaje.
La sensación que tenemos es que el hombre ha perdido la raigambre histórica y el bagaje cultural e ideológico, y que hablar en tal sentido se torna inútil para despertar consensos. El hombre actual responde a estímulos materiales sumamente breves, despolitizados y cooptados en un vacío existencial provocado adrede por un capitalismo universal concentrado y hegemónico que consigue que la población descrea de la política, campo fértil para cumplir mejor sus objetivos de acumulación fácil.
¿En tal escenario, Argentina puede construir ese destino común necesario ante la apertura de tal abismo?
Déjenme poder decirles que hay innumerables síntomas que indican que no.
Irse del país es la nueva noticia que, como tantas otras perturbadoras, suben a los portales los principales periódicos en estos días. Para ellos, la “gente” se marcha en gobiernos que tratan de incluir a las personas y se quedan a vivir aquí con gobiernos que se ufanan de disminuir los beneficios del gasto social (educación, salud, vivienda, etc.). La “gente”, dicen, está cansada de que los populistas vean cómo hacer para mitigar el daño de la exclusión que causan los que no piensan en los excluidos cuando instrumentan sus políticas y los engloban generalizadamente en la terminología comúnmente utilizada de “planeros”. Esos excluidos que deben soportar políticas de exclusión y atrincherarse porque no tienen la posibilidad de irse.
Suena un poco cruel mostrar una cara amenazante diciendo “nos vamos” porque existe una porción del país que quiere ayudar a ustedes a salir de la pobreza o a mitigarla y nosotros no estamos dispuestos a aguantarlo con nuestros impuestos; así de fácil.
¿Cómo luchar con esta realidad cuando existe una porción del país que prefiere identificarse con las políticas que excluyen y de vez en cuando desgajan una parte de esa “clase media”, si esa clase media culpa a los pobres, que no deciden sobre sus vidas, sobre su derecho a existir?
Decía Goethe en su prólogo al “Fausto” lo siguiente: “Como todo se agita en el gran todo, en lo uno lo otro anida y vive”. A esto el budismo llama interdependencia recíproca entre la vida y su ambiente y entre todo lo que vive.
Cómo es posible vivir en paz en un mundo donde estamos en ajeneidad, donde no logramos visualizar la existencia del otro. Si no existe un esfuerzo por reconocer la otra vida abriendo la mirada de nuestros corazones.
En la encíclica papal “Frattelli Tutti”, el papa se refiere al forastero existencial, a aquel que no vemos como parte de nuestro mundo. A ese mundo pequeño que establecemos a nuestro alrededor cuando no podemos elevar nuestra mirada. A ese mundo que está fuera de nuestra esfera de intereses concretos y entonces creamos este mundo pequeño, que es sobre el que construimos nuestro yo inmediato y establecemos nuestras fortalezas. Cuando no nos aventuramos por falta de coraje a mirar la alteridad de todo aquello que no está funcionando bien en nuestro entorno lejano. Y entonces es muy fácil echar culpas a un sistema, a un gobierno, no hacernos responsables de la transformación virtuosa hacia un mejor espacio vital donde estemos todos incluidos.
Es cierto también que la política de reparación de daños debe esforzarse en su objetivo de liberar una existencia atrapada en la ignominia de la necesidad extrema, hacia un espacio de libertad y de construcción y afirmación de su propia vida, dándole un sentido de trabajo digno y vinculado al engranaje social que comparte.
El individualismo niega esa posibilidad. El discurso, si es verdaderamente humano, no puede estar centrado en nuestra suerte, o la capacidad y el mérito o el lugar donde nos tocó nacer y vivir, cuando este es más favorable que el de los otros. Eso no nos hace a todos hermanos. El mercado nos vuelve consumidores, productores, financistas, especuladores, una red de personas materializadas, pero no seres humanos. Una cosa es el mérito y otra muy diferente es el concepto meritocrático donde solo cabe el éxito primariamente económico para calificar una pertenencia social.
Y también creo que el sistema que produce exclusión por fuga de la renta o por acumulación obscena de ganancias no puede justificarse con los preceptos de la seguridad jurídica o por el riesgo, o por las condiciones de inestabilidad del mercado, porque estaríamos invirtiendo la causa eficiente.
Hasta donde podemos saber, la economía debe estar al servicio del hombre, y la inestabilidad y el riesgo se producen justamente por estos otros motivos que son los efectos de nuestras conductas defensivas cuando eludimos la mirada humana, pero que terminan siendo causas de los problemas que creamos con ellas. Comprar dólares, entre otras muchas conductas, para atesorar produce mayor escasez sobre las menguadas reservas necesarias para producir, y este impulso de demanda de divisas se justifica en el supuesto ahorro que justamente nos defiende de aquello que estamos ayudando a provocar con esta conducta y que es la pérdida del poder adquisitivo de la moneda en un momento en que la mitad del aparato productivo del país está parado.
Cuando lo correcto sería dejar las divisas para que el país pueda comprar bienes de capital e insumos que no producimos localmente, para poder transformar internamente otros bienes que satisfagan nuestras necesidades de consumo.
He aquí la diferencia fina entre una conducta humana y la materialización de un impulso que nos aleja de ese humanismo.
Platón decía que si conocemos que el bien es lo mejor para nuestra felicidad, cuando elegimos el mal camino es porque estamos subsumidos en la ignorancia. El reflejo de sombras de la caverna. La ilusión que no es la vida misma sino su negación.
Quiero terminar con una frase que la tomo de mi maestro de la vida, el doctor Daisaku Ikeda, y que dice: “Hondas son las sombras que proyecta el caos cuando el mal se viste de justicia”. Cuando subvertimos y disfrazamos el mal en bien, marchamos hacia el fracaso y el abismo seguro.
Me expreso en la esperanza de que todos juntos podamos torcer a tiempo el rumbo hacia el fracaso, construyendo un país más humano.